Opinión Editorial
Asalto a la ciudad de Monterrey
Publicación:14-10-2024
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Durante el siglo XVII la actividad esclavista de los fundadores del Nuevo Reyno de León echó profundas raíces.
Durante el siglo XVII la actividad esclavista de los fundadores del Nuevo Reyno de León echó profundas raíces en la cultura y estilo de vida, repercutiendo más allá de los nativos ibéricos y los descendientes criollos, trascendiendo en los procesos de aculturación de las poblaciones indígenas que los acompañaban de manera obligada.
El caso del Cuaujuco es paradigmático, considerando que era un indio guachichil, se crió en la hacienda del capitán Lucas de Linares, aprendió el oficio esclavista y el castellano, y se volvió muy bueno en las redadas y en el comercio de los cautivos.
Esta asimilación cultural le permitió ser aceptado en la sociedad novohispana, obtuvo reconocimiento en su vista al virrey Diego Carrillo de Mendoza y Pimentel, en el año 1621; recibió como obsequio real el grado de capitán y bellos caballos para su hacienda. Podemos pensar que, para los estándares sociales de la época, el Cuaujuco era un hombre exitoso, no sólo en lo social, también en lo económico, el esclavismo le había dado más de lo que pudiera imaginar.
El ego del Cuaujuco se inflaba con cada redada y real de plata que caía en sus manos; después de recibir el reconocimiento del virrey se sintió el gran cacique, amo y señor de las tierras que hoy conocemos como Santiago, Nuevo León. Este sentido de señorío lo llevó a competir directamente contra otros colegas españoles que ejercían el mismo cruel oficio. “Temíanle los indios, y él estaba tan sobre sí, que ya estimaba en poco las acciones de los españoles”, nos dice el cronista Alonso de León.
La lucha por el monopolio de los indios llevó a un grupo de españoles esclavistas a traficar a espaldas del ahora capitán Cuaujuco Linares, nos describe el cronista esta lucha por el control comercial de la siguiente manera: “sacaban los españoles con su favor algunos muchachos, como se ha dicho, y a veces sin darle parte; él, como soberbio y orgulloso y que en todo se quería hallar, teniéndolo a menosprecio, y siguiendo la fuerza de su destino... furioso y sin sosiego, convocó al alzamiento arriba dicho y entrada en la ciudad.”
En una demostración de poder, el capitán Cuaujuco atacó la villa de Santa Lucía, de la siguiente manera: “Llegaron los indios a la ciudad, el dicho año de veinte y cuatro, a ocho de febrero; dieron de golpe al amanecer; hirieron al capitán Antonio Rodríguez en una pantorrilla; yéndose al Saltillo, se le inflamó y murió. Quedaron asimismo heridos el capitán Gonzalo Fernández de Castro, Juan Pérez de Lerma y Pedro Rangel; mataron un indio amigo. Defendieron los pocos que había muy bien la ciudad y (a) los religiosos, desde el convento. A los indios capitaneaban a caballo, el Cuaujuco y (el) Colmillo…”
Este asalto realmente es una crónica anunciada ya que la trama había sido descubierta previamente por el justicia mayor de la ciudad, que confió en el capitán Joseph de Treviño para que detuviera a los indios sublevados: “Puso el justicia mayor cuidado en la guarda del pueblo, y una noche hallaron en el jacal de una india Antonia, que servía al convento, un indio enemigo; cogido, declaró que mañana (era el tres de febrero) habían de dar los indios en la ciudad, y que él venía a ver qué disposición y guarda había, y que la india Antonia daba los avisos que convenían. Dio orden el justicia mayor al capitán Joseph de Treviño para que con treinta hombres, que se pudieron juntar, sacasen aquel indio a ahorcar, y ellos se emboscasen en la ciénega que es hoy la labor de Juan Cavazos, y la tal madrugada se fuesen acercando a la ciudad.”
Pero el capitán Joseph de Treviño en lugar de proteger a la población de la Villa de Santa Lucía, prefirió aprovechar la ocasión, las rancherías estaban desprotegidas de los “gandules de arco y flecha”, quienes se encontraban en ese momento en el ataque a la ciudad, y decidió ir por la “chusma” (los niños, mujeres y ancianos), que serían fáciles de atrapar y luego vender.
La competencia por el monopolio comercial de esclavos era muy intensa. Después de este asalto, se formó un grupo conspirador en contra del Cuaujuco, lo lideraba el mismo capitán Joseph de Trevino, y lo conformaban: el capitán Gonzalo Fernández de Castro, Juan Pérez de Lerma y Pedro Rangel (sobrevivientes del ataque a la ciudad), Andrés de Charles (sobrevivió también a un flechazo), Leonardo de Mendoza, entre otros, quienes idearon un plan para acabar con esa leyenda viviente que afectaba sus intereses económicos.
Decidieron recurrir a la nación Tepehuana que vivía en tierras de Zacatecas y que un grupo de ellos se habían establecido cerca de las minas de San Gregorio de Cerralvo. Allí habitaba Nacabaja, que en lengua tepehuana significa “Coyote silencioso”, y había sufrido en carne propia un ataque a su familia por parte del Cuaujuco, cuando aún era pequeño, así que escapó, pero el rencor siguió creciendo dentro de su corazón, obsesionando al joven en su deseo de venganza.
Lo infiltraron con los guachichiles de la Sierra Madre Oriental, se integró a una de las rancherías que visitaba asiduamente el Cuaujuco y que era parte de su territorio; nos relata el cronista: “Salió, pues, a sus acostumbrados ejercicios, a los fines del año de seiscientos y veinte y cinco, como quien va a montear fieras. Pasó del río del Pilón Chico, al que llaman el Potosí, y antes de llegar a él, estaba una ranchería, donde hicieron noche él y un hijo suyo y un valiente indio huachichil. Allí dijo la jornada que hacía y para el día que había de volver, y salió al amanecer, con su compañía”.
Nacabaja hablaba una lengua uto-azteca, el Cuaujuco era políglota, conocía varias lenguas de la región, pero no el tepehuano, además, matar a un hombre en aquellos tiempos requería gran destreza y determinación, había que desarrollar una lucha cuerpo a cuerpo, y el Cuaujuco era muy fuerte y alto, aunque su edad más madura le había ya restado la fuerza indomable de su juventud. Aun así, los indios le temían tanto que era fácil inhibirse y decidir dar el primer paso para agredirlo.
Pero como dice el cronista: “Había entre los convocados un bárbaro ferocísimo y de muy lejos. Éste, viendo la pusilanímidad de todos, dijo a los suyos, en lengua que no entendían todos, ni el Cuaujuco: –¿A qué nos trujeron? Pues nos llamaron, hágase lo dicho…”
Nacabaja y un grupo de tepehuanos sorprendieron y dieron muerte al distinguido capitán Cuaujuco Linares y compañía: “con la macana le dio al Cuaujuco un palo en el brazo derecho; que le quitó el movimiento de él. Levantaron gran alarido. El no pudo sacar la espada; el hijo suyo alcanzáronlo y mataron. El huachichil compañero se defendió bien; no bastó para que muriera. Ejecutaron con él inormes crueldades…”
Lo persiguieron entre los jacalillos, lo atraparon y lo mataron a palos. La venganza de Nacabaja había sido lograda finalmente, ahora empezaba su vida como líder de los tepehuanos en el Nuevo Reyno de Nuevo León.
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