Opinión Editorial
El papa Francisco
Publicación:23-04-2025
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Que en paz descanse el papa Francisco. No así su legado, que ese continue más vivo que nunca
El fallecimiento del papa Francisco –y sobre todo su vida—nos hace reflexionar sobre diversos asuntos de nuestro mundo actual, de la casa común, como le llamaba al planeta. Uno de ellos, quizás el más fundamental, es el del sentido de la vida, los porqués de la existencia, tanto a nivel individual como colectivo, no sólo en términos teológicos y eclesiásticos, sino, sobre todo, prácticos, económicos, políticos, educativos... Es un hilo conductor que, si se ve a detalle, atraviesa su pontificado desde el asunto de la persona, la familia, el papel del Estado, la denuncia y condena sobre el empleo de armas, la explotación de las naciones a manos de las super potencias y el problema de la migración, entre muchos otros.
Muy en particular llama mi atención el hecho de resistir, permanecer y no retroceder ante el sufrimiento ajeno y propio durante la pandemia, las guerras, lo inaudito de los crímenes económicos y sexuales perpetrados por sacerdotes y altos jerarcas de la iglesia católica. Jamás abandonó su función de voz crítica dentro y fuera de su iglesia, algunos encontraron en su ministerio la ocasión de vientos frescos de cambio ahí donde otros ven una amenaza a sus intereses, lo mismo que algunos sufren otros celebran su muerte, la rueda sigue girando y una vez más se pondrá en evidencia, durante el cónclave, la lectura tanto del mundo como de la iglesia.
Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, fue un papa muy humano, demasiado humano: lo vimos bendiciendo, también regañando y hasta manoteando con quien le jaló del brazo, pidiendo perdón, actuando en consecuencia. En ese sentido no fue un padre que jugaba a tener la primera y última palabra sobre las cosas, alguien que somete a los demás o un intelectual eurocentrista encerrado en sí mismo, en la conservación como política, sino un papa que pone de sí en lo que hace, un padre-testimonio que imprime su estilo, pero que, en cierta medida, posibilita que cada uno encuentre el camino, la ocasión para multiplicar sus talentos. No fue un padre que simplemente se dedicara a "castrar", a regañar, a decir que no, sino, guardando las debidas proporciones que permite ser un jerarca de una religión basada en dogmas de fe y un jefe de Estado, uno que permitía una habilitación singular de quienes se acercaban. En ese sentido, estuvo más cercano a San Francisco de Asís y al Padre Pío, que al de los papas fascinados con la tradición y el pasado, con ocular los escándalos de la propia casa. Un papa jesuita con compromiso social, un papa incomodo, de impacto, con camino y estilo propio: un pontífice de impacto que puso en jaque a su iglesia en más de un sentido, del cielo a la tierra con sus antecesores en lo que respecta a la protección a la pederastia y el encubrimiento eclesiástico, la tradición por la traducción por encima de las personas, no solapando de ninguna forma a los primeros ni negando el ministerio a los más pobres de los pobres, los marginados y de la periferia.
En el bullicio ensordecedor de voces vacías —líquidas diría Bauman— que repiten la misma propuesta de conquista, dominio y consumo, la voz del papa se hacía escuchar por creyentes y no creyentes, tanto como líder religioso como por jefe de Estado, destacando el respeto y la articulación de las diferencias entre personas y naciones ("quien soy yo para juzgar", expresó) la paz y las libertades como consecuencia de la justicia. Esto no es para nada poca cosa dado el mundo en el que vivimos, ya que, independientemente de las creencias que cada persona pueda sostener, la visión antropológica y política del papa Francisco ofrece una alternativa creativa y responsable ante lo que sucede en la casa común, tratando de articular lógicas basadas en el respeto, la cooperación y la responsabilidad.
Que en paz descanse el papa Francisco. No así su legado, que ese continue más vivo que nunca.
« Camilo E. Ramírez Garza »