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Confabulario: La nueva era de la ignorancia

Publicación:30-08-2025
TEMA: #Cultura
Hay muchos tipos de ignorancia con diferentes consecuencias.
CIUDAD DE MÉXICO.- El segundo mandato de Donald Trump en la Casa Blanca ha generado cualquier cantidad de debates e inquietudes. Lo que más llama la atención es, además de los decretos que firma y que luego anula o matiza, la ignorancia supina que manifiesta en las conferencias de prensa que celebra casi a diario. No es, por supuesto, una característica exclusiva de Trump, pues otros presidentes estadounidenses como George W. Bush han tenido fama de ignorantes. Podemos preguntarnos si un país como Estados Unidos, la primera potencia global después del derrumbe de la Unión Soviética, ha estado guiado por líderes que desconocen lo que, en teoría, debería dominar cualquier presidente más allá de su orientación ideológica. La pregunta también se puede hacer respecto al círculo cercano de los presidentes. Hollywood nos enseñó que incluso los malvados toman decisiones con base en información confiable o, al menos, tienen un plan que obedece a alguna lógica. Saben cómo funciona la sociedad para dinamitarla y beneficiarse. Quizás por eso las teorías de la conspiración son populares en nuestro tiempo: es más fácil pensar que estamos a merced de un club de personajes poderosos que manejan los hilos de nuestra civilización que aceptar que estamos a bordo de un auto conducido por un grupo que no tiene idea del camino a seguir ni del lugar de llegada.
El historiador Peter Burke publicó en el 2023 el libro Ignorancia. Una historia global. En la introducción del ensayo menciona el incipiente auge de los estudios sobre la ignorancia por parte de periodistas, investigadores y académicos. Una de las principales motivaciones para estudiar este tema es, por supuesto, la sensación de que la sociedad actual es cada vez más ignorante. Las redes sociales, por ejemplo, potencian el desconocimiento de otros puntos de vista y otras realidades por medio de algoritmos que muestran sólo lo que el usuario quiere ver. La educación es, como se puede suponer, una de las principales instituciones en crisis. La Generación Z o Centennials (aquellos nacidos entre 1997 y 2010) llegó a un mundo dominado por las pantallas, la velocidad de la información y las noticias falsas. Con el tiempo, los científicos advirtieron de algunos efectos nocivos: aislamiento social, pérdida de concentración y desconocimiento de cosas que antes se daban por sentado. Es común encontrar encuestas recientes que muestran la ignorancia de la gente sobre hechos históricos importantes o referencias geográficas básicas. Esto sucede, incluso, con jóvenes universitarios. Sin embargo, como reflexiona Burke, siempre hemos sido ignorantes, aunque de diferentes formas y con distintos alcances. No hay generación que se salve. En los tiempos antiguos la religión y los mitos explicaban las preguntas que eran imposibles de responder. Los mapas a menudo eran poblados con suposiciones fantásticas y fenómenos absurdos. Hay una idea que pervive en nuestros días –heredera de la Ilustración– de que el progreso ininterrumpido y, particularmente, el conocimiento derivado del método científico, nos llevarán a una cartografía del mundo suficiente, al menos, para mirar a nuestros antepasados como seres dominados por la ignorancia y sujetos a cualquier tipo de extravagancias.
Hay muchos tipos de ignorancia con diferentes consecuencias. El libro de Burke aborda ejemplos clásicos como el desconocimiento de Hitler y Napoleón de las duras condiciones del invierno ruso cuando invadieron ese país. Ahora bien, ¿estos personajes pudieron tener acceso a información que evitara la derrota y, particularmente, el sacrificio inútil de vidas? Esto es más evidente en el caso de Hitler, pues antes había ocurrido la desastrosa campaña militar francesa en 1812. Ese tipo de ignorancia es más problemática, pues el líder alemán pudo abrevar de la historia, de la geografía y de la experiencia militar anterior, pero decidió no hacerlo. Por supuesto, en su caso influyó la megalomanía, el sometimiento de cualquier voz disidente en su círculo cercano y el divorcio con la realidad cotidiana en el frente de guerra. Este fenómeno es, quizás, el tipo de ignorancia más común en la actualidad: decidimos "no saber" cosas para seguir adelante con nuestra vida diaria, en una especie de inercia salvadora, pues asumir lo que no sabemos e informarnos a profundidad implicaría asumir las consecuencias del problema, diseñar medidas al respecto o, al menos, tomar conciencia de nuestra responsabilidad. La crisis climática es un ejemplo de esto: siempre es mejor concentrar la atención en el escándalo de moda, adormecernos gracias a las innumerables distracciones en las redes sociales y mirar superficialmente las alarmas que suenan todos los días.
La civilización tecnológica en la que vive la mayor parte de las personas ha generado un tipo de ignorancia diferente a la de décadas y siglos pasados. En la Edad Media, por ejemplo, se desconocían grandes regiones del mundo. Los europeos asumían que, lejos de sus ciudades, existían territorios para los cuales no había registro y fenómenos que desafiaban su imaginación. Ahora vivimos una situación interesante: tenemos una medición constante de nuestras actividades, son monitoreados en tiempo real los intercambios financieros mundiales y las huellas que dejamos son almacenadas en enormes centros de datos. Es un mapa utópico como el que imaginó Borges en "Del rigor en la ciencia", un cuento breve en el que se diseña una representación del tamaño del imperio, es decir, 1:1. En nuestra época esta imitación de la realidad requiere ingentes cantidades de información y, por supuesto, energía eléctrica. El ser humano de la era digital se ha dedicado a acumular conocimiento sin tener la capacidad para administrarlo. De esta forma se recurre a procesos artificiales cada vez más sofisticados y difíciles de entender. Acudimos, en nuestra plática diaria, a términos como "nube", "algoritmo" o "inteligencia artificial" más como fetiches que como cosas cuyo funcionamiento nos es familiar. Es otro tipo de ignorancia, pues creemos que sabemos, cuando, en realidad, estamos lejos de comprender el ecosistema digital en el que vivimos, dirigido muchas veces por procesos automáticos. Tampoco percibimos la fragilidad de la tecnología que hace funcionar nuestras ciudades todos los días. El filósofo Timothy Morton ha acuñado el término "hiperobjetos" para referirse a cosas que superan el entendimiento humano por sus enormes dimensiones espaciales o temporales. Pueden ser fenómenos naturales como los agujeros negros o efectos generados por la acción humana sobre el planeta como la contaminación en los océanos y, por supuesto, el calentamiento global. Al no tener un conocimiento empírico de esto, el ser humano sólo puede acercarse por medio de intermediarios como la estadística o modelos y proyecciones que tienden a la abstracción. De esta manera, el ciudadano global pierde contacto con la realidad, pues ésta es oscura y con interrelaciones cada vez más complejas. Esta nueva ignorancia es paradójica, pues creemos –tenemos la ilusión– de controlar nuestro presente y acaso salvar nuestro futuro cuando nos internamos en escenarios cada vez más desconocidos.
El historiador Peter Burke publicó en el 2023 el libro Ignorancia. Una historia global. En la introducción del ensayo menciona el incipiente auge de los estudios sobre la ignorancia por parte de periodistas, investigadores y académicos. Una de las principales motivaciones para estudiar este tema es, por supuesto, la sensación de que la sociedad actual es cada vez más ignorante. Las redes sociales, por ejemplo, potencian el desconocimiento de otros puntos de vista y otras realidades por medio de algoritmos que muestran sólo lo que el usuario quiere ver. La educación es, como se puede suponer, una de las principales instituciones en crisis. La Generación Z o Centennials (aquellos nacidos entre 1997 y 2010) llegó a un mundo dominado por las pantallas, la velocidad de la información y las noticias falsas. Con el tiempo, los científicos advirtieron de algunos efectos nocivos: aislamiento social, pérdida de concentración y desconocimiento de cosas que antes se daban por sentado. Es común encontrar encuestas recientes que muestran la ignorancia de la gente sobre hechos históricos importantes o referencias geográficas básicas. Esto sucede, incluso, con jóvenes universitarios. Sin embargo, como reflexiona Burke, siempre hemos sido ignorantes, aunque de diferentes formas y con distintos alcances. No hay generación que se salve. En los tiempos antiguos la religión y los mitos explicaban las preguntas que eran imposibles de responder. Los mapas a menudo eran poblados con suposiciones fantásticas y fenómenos absurdos. Hay una idea que pervive en nuestros días –heredera de la Ilustración– de que el progreso ininterrumpido y, particularmente, el conocimiento derivado del método científico, nos llevarán a una cartografía del mundo suficiente, al menos, para mirar a nuestros antepasados como seres dominados por la ignorancia y sujetos a cualquier tipo de extravagancias.
Hay muchos tipos de ignorancia con diferentes consecuencias. El libro de Burke aborda ejemplos clásicos como el desconocimiento de Hitler y Napoleón de las duras condiciones del invierno ruso cuando invadieron ese país. Ahora bien, ¿estos personajes pudieron tener acceso a información que evitara la derrota y, particularmente, el sacrificio inútil de vidas? Esto es más evidente en el caso de Hitler, pues antes había ocurrido la desastrosa campaña militar francesa en 1812. Ese tipo de ignorancia es más problemática, pues el líder alemán pudo abrevar de la historia, de la geografía y de la experiencia militar anterior, pero decidió no hacerlo. Por supuesto, en su caso influyó la megalomanía, el sometimiento de cualquier voz disidente en su círculo cercano y el divorcio con la realidad cotidiana en el frente de guerra. Este fenómeno es, quizás, el tipo de ignorancia más común en la actualidad: decidimos "no saber" cosas para seguir adelante con nuestra vida diaria, en una especie de inercia salvadora, pues asumir lo que no sabemos e informarnos a profundidad implicaría asumir las consecuencias del problema, diseñar medidas al respecto o, al menos, tomar conciencia de nuestra responsabilidad. La crisis climática es un ejemplo de esto: siempre es mejor concentrar la atención en el escándalo de moda, adormecernos gracias a las innumerables distracciones en las redes sociales y mirar superficialmente las alarmas que suenan todos los días.
La civilización tecnológica en la que vive la mayor parte de las personas ha generado un tipo de ignorancia diferente a la de décadas y siglos pasados. En la Edad Media, por ejemplo, se desconocían grandes regiones del mundo. Los europeos asumían que, lejos de sus ciudades, existían territorios para los cuales no había registro y fenómenos que desafiaban su imaginación. Ahora vivimos una situación interesante: tenemos una medición constante de nuestras actividades, son monitoreados en tiempo real los intercambios financieros mundiales y las huellas que dejamos son almacenadas en enormes centros de datos. Es un mapa utópico como el que imaginó Borges en "Del rigor en la ciencia", un cuento breve en el que se diseña una representación del tamaño del imperio, es decir, 1:1. En nuestra época esta imitación de la realidad requiere ingentes cantidades de información y, por supuesto, energía eléctrica. El ser humano de la era digital se ha dedicado a acumular conocimiento sin tener la capacidad para administrarlo. De esta forma se recurre a procesos artificiales cada vez más sofisticados y difíciles de entender. Acudimos, en nuestra plática diaria, a términos como "nube", "algoritmo" o "inteligencia artificial" más como fetiches que como cosas cuyo funcionamiento nos es familiar. Es otro tipo de ignorancia, pues creemos que sabemos, cuando, en realidad, estamos lejos de comprender el ecosistema digital en el que vivimos, dirigido muchas veces por procesos automáticos. Tampoco percibimos la fragilidad de la tecnología que hace funcionar nuestras ciudades todos los días. El filósofo Timothy Morton ha acuñado el término "hiperobjetos" para referirse a cosas que superan el entendimiento humano por sus enormes dimensiones espaciales o temporales. Pueden ser fenómenos naturales como los agujeros negros o efectos generados por la acción humana sobre el planeta como la contaminación en los océanos y, por supuesto, el calentamiento global. Al no tener un conocimiento empírico de esto, el ser humano sólo puede acercarse por medio de intermediarios como la estadística o modelos y proyecciones que tienden a la abstracción. De esta manera, el ciudadano global pierde contacto con la realidad, pues ésta es oscura y con interrelaciones cada vez más complejas. Esta nueva ignorancia es paradójica, pues creemos –tenemos la ilusión– de controlar nuestro presente y acaso salvar nuestro futuro cuando nos internamos en escenarios cada vez más desconocidos.
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