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El fracaso del invierno

Publicación:29-06-2025
TEMA: #Agora
Adiós al ayer...
Olga de León González
Hoy comparto mi parte personal, al final, con una bella reflexión poética sobre el tiempo, que estoy segura disfrutarán los lectores, especialmente los cercanos a la quinta década y más años de vida, tanto como los más jóvenes que ya valoran el tiempo, por lo efímero y rápido que se nos escapa.
"Me gusta"
Me gusta el silencio que no ensordece.
Me gusta mirar frente al horizonte
aunque su lejana belleza
ciegue mi limitada vista.
Me gusta oír el zumbido del viento
cuando las hojas de los árboles
se golpean suavemente entre ellas,
como amigas envidiándose
calladamente, unas a las otras.
Me gusta sentir la brisa sobre de mí.
Ignoro lo que quiero saber siempre
y, sé más de lo que quisiera.
Me gustas cuando hablas y nada entiendo
porque hablas en silencio y, en otra lengua.
Y, más me gustas cuando callas
para no engañarme con tus mentiras.
Sigue tu camino, si no quieres verme llorar.
Que mi llanto es sagrado y solo mío.
Nadie puede platicar con el viento y el silencio,
solo enamorados del tiempo eterno:
Los que sueñan dormidos y despiertos.
Los amantes vivirán más allá
del hoy y el inseguro mañana:
Nunca ven ni hacia atrás ni hacia adelante:
solo saben amar en el presente.
Viven sin recuerdos y sin ficciones.
Me gusta soñar que solo sueño
... De pronto, despierto en el sueño de otro.
Me gusta pensar en todo y en nada,
me gusta divertirme con palabras
nuevas y viejas, tradicionales y estrambóticas.
¡Me gustan tantas cosas!
Y me disgustan solo unas pocas
Tan pocas, que no recuerdo ninguna.
Me gusta escribir, por escribir,
y por algún buen motivo o causa.
Me gusta leer para enriquecer mis textos.
Me gusta escuchar al que tiene algo qué contar
Me gusta mucho hablar para defender
lo indefendible; aunque la vida me fuere en ello.
Me gusta callar, aunque callo poco:
he aquí mi más grande defecto.
Me gusta más escribir
que dejar la página en blanco.
Me gusta más teñir de negro la página,
que conservar inmaculada
la belleza de una página en blanco.
Quiero
Olga de León G.
Quiero dejar una rosa a tus pies
en la tierra que guardan tus cenizas,
no tu espíritu, que ese se quedó aquí.
Mas, luego recuerdo palabras sabias:
"flores en vida, hermano, en vida".
Y mi deseo se marchita.
Como muere el amor, que se olvida.
Quiero brindar con agua pura
por la eternidad del alma
que nos habita por siempre.
Quiero vivir en la Gloria si muero
para esperarte por siempre de nuevo.
Quiero dejar de pensar en ti.
Que yo me muero cuando te recuerdo.
Quiero seguir queriéndote en silencio
sin siquiera pronunciar tu nombre;
porque enfermo de muerte
con solo tu recuerdo.
Dale, Dios, Natura y Sino paz a mis recuerdos,
y entiérralos en lo más hondo de mi corazón.
Quiero vivir lo que me resta
Con paz en el corazón
Y mucho amor en el pensamiento.
Especial de hoy:
De mi hermano, el Ingeniero Jesús de León, he incluido un texto lírico - reflexivo, que no podría superar (confío no le moleste encontrarlo aquí).
TIEMPO
Jesús de León G.
Tiempo que corre, tiempo que calla, tiempo que cura,
tiempo que estalla.
Tiempo en las manos, tiempo en los sueños,
tiempo que arrastra siglos y empeños.
Tiempo sin antes, tiempo sin luego,
¿hubo tiempo antes del fuego?
No existe solo. va con el espacio,
se enreda en sombras, se pierde
en trazos.
Tiempo que ríe, tiempo que llora,
Tiempo que llega, tiempo que mora.
Tiempo infinito, tiempo fugaz,
tiempo que vuelve, tiempo que va.
Pero, de él, poco se sabe.
Nunca supimos si tuvo un principio,
y quizá no sabremos si tiene final.
Solo avanza, solo se esconde,
y solo nos deja, ¡su eterno misterio!
Tiempo testigo, tiempo que miente,
tiempo que es nada, tiempo presente.
Tiempo de sombras, tiempo de luz,
tiempo que deja su huella...
¿Y si al tiempo se le acaba el tiempo?
Quizá un día se extinga su pulso;
Pero, ese día... jamás lo veremos.
Tiempo que pasa, tiempo que queda,
tiempo que en todo, marca su estela.
Tiempo que pesa, tiempo que vuela,
tiempo sin prisa, tiempo en la arena.
Pero, qué arduo es montarse en
las olas del tiempo, vivir en su flujo
sin comprenderlo. Aprender es muy lento,
y la vida es muy corta, esta es la paradoja:
¡La vida es solo segundos!; y el tiempo.
¡el tiempo es siempre infinito!
La plaga incesante
Carlos A. Ponzio de León
No se veían muy seguido. Antonio vivía en Monterrey y su hermano en la Ciudad de México. Pero ahora, con el cambio de trabajo, las cosas serían distintas. Antonio llegó a vivir unas semanas a casa de su hermano, mientras encontraba un departamento para rentar. La primera jornada de trabajo le absorbió todo su tiempo, no pudo convivir con su sobrina de diez años ni un segundo, hasta que llegó el fin de semana. Ahí descubrió que la niña estudiaba la flauta transversa y se ofreció a tocarla para él mientras Antonio tomaba una siesta, y el hombre efectivamente se quedó dormido en la cama del cuarto de visitas, mientras su sobrina le interpretaba melodías en el instrumento de aliento.
Pero el lunes, a la hora de la comida, Antonio salió de su oficina y se encaminó rumbo a la calle de Bolívar, a unas cuadras de su trabajo, donde había descubierto que las tiendas de música se amontonaban como notas semicorcheas, corriendo las unas pegaditas a las otras. Se detuvo en un negocio donde había flautas transversas en sus aparadores. Marcó a casa de su hermano y contestó la señorita que les ayudaba en los quehaceres domésticos. Le pidió que le comunicara a su sobrina. "Quiero comprar una flauta como la tuya", le dijo. "Pídela con tapitas, tío", respondió ella, "son más fáciles de tocar". Encontró una flauta en ocho mil pesos. La compró -su salario se lo permitía. Ese fue uno de los regalos más importantes que Antonio se haría a sí mismo, en la vida.
Siendo adolescente, había estudiado piano. Aún recordaba cómo leer notas en las llaves de sol y fa, y conocía las duraciones de las figuras rítmicas. Se fue a comer y al terminar, se dirigió a la colonia Condesa. Sabía que ahí había una escuela de música. Se inscribió: pagó la anualidad y la primera mensualidad. Tomaría clase los viernes, cuando salía temprano de la oficina, luego de la hora de la comida.
Para la primera clase llegó puntual, con la papelería que le había faltado entregar durante el día de su inscripción: una fotografía infantil para la credencial de la escuela y copia de su acta de nacimiento. Se sentía un poco extraño: era un adulto de treinta y dos años tomando clases de flauta transversa, por primera vez en su vida. La escuela estaba atiborrada de niños y adolescentes y los únicos adultos rondando por ahí, eran los maestros y el personal administrativo.
Le tocó como profesora alguien que también era estudiante del sexto semestre de la licenciatura en flauta de la Escuela Nacional de Música. Ella traía algunas fotocopias con canciones introductorias para aprender el instrumento. "Ya me sé el nombre y ubicación de las notas", le dijo él, "pero no sé cómo se tocan en la flauta". Ahí comenzó la clase: ella le enseñó a acomodar los labios para formar la embocadura, le explicó la posición de los dedos en las llaves, la posición precisa para emitir la nota de sol central, y a tomar suficiente aire para soplar. La maestra también le advirtió que practicaba natación para ejercitar sus pulmones.
"Hay que cerrar un poco más los labios", le dijo ella, luego de los primeros intentos infructuosos de Antonio por producir el sonido. La clase se desarrolló a intervalos: de esfuerzos por producir el sonido y descansos. Cuarenta y cinco minutos más tarde, Antonio podía tocar las notas de sol y la, aunque de manera no muy limpia: cada nota salía impura: mezclada con el sonido de un soplo mal dirigido hacia el metal del instrumento que parecía estaba sacando las notas de la boca de un envase de vidrio de refresco: agudas, chillonas.
Antes de despedirse, la maestra le prestó sus fotocopias a Antonio para que, durante la semana, pudiera sacarle una fotocopia al conjunto.
El hombre salió de la escuela de música engrandecido, con una sensación de estar haciendo algo importante en la vida. Se sentía como gigante, aunque su aprendizaje fuera solo el de las primeras gateadas de un bebé: no precisamente, una corrida resplandeciente de cien metros, en diez segundos. Condujo rumbo a su departamento encumbrado. Se sentía otro: un hombre con nuevos conocimientos y que podía ver el mundo de manera distinta a los demás.
En medio del tráfico, soñaba que él y su esposa tocaban música juntos. Ese mismo fin de semana compraría un piano en un arranque de euforia y su mujer se emocionaría como rosa que abre sus pétalos en primavera, comprometiéndose a estudiar el instrumento diariamente. Y obrarían bien, sintiéndose como si sus pies se encontraran en jardines por donde fluyen arroyos. En el Jardín de las Delicias (El Bosco): En El Paraíso (Corán 10:9-10).
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