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La fallida tecnocracia

La fallida tecnocracia


Publicación:13-07-2025
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Una historia que parece cuento

Olga de León G.

Palabras pronunciadas la noche del 10 de julio, ante quienes asistieron a la celebración de su aniversario de oro, 50 Aniversario, por haberse graduado en 1975 -año internacional de la mujer- como profesores de la Normal básica, Normal Nuevo León. Generación que se autonombró: "Profesoras Minerva Carranza / Olga de León".

Estimados Profesores invitados, estimados exalumnos -ahora colegas y amigos-, invitados de honor, audiencia toda: tengo el honor y privilegio de dirigirles, con el pensamiento expreso y mi corazón a flor de piel, las siguientes palabras. Dejaré aquí, un poco de historia y mucho de recuerdos tácitos que se me agolpan en la memoria, y que seguramente tendrán que dar por hecho, aunque se me quede la mayoría en el tintero.   

Así, que si mi memoria no me engaña, comenzaré recordando que fue en 1970 cuando surgió, en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, una escuela privada suscrita a la Secretaría de Educación; cuyos fundadores y propietarios eran el Profesor Manuel Yáñez y el también Profesor Alberto Villafranca. Ignoro si con razón o sin ella, algunos pensábamos que también era dueño, el Maestro Humberto Ramos Lozano, exsecretario de Gobierno en el Estado de Nuevo León. La fundan a raíz de la huelga que surge en la Normal Miguel F. Martínez, para darle una salida al problema que representó tal movimiento, al cerrarse las inscripciones en dicha escuela oficial. Lo cual sucede durante la administración del entonces Gobernador, Dr. Pedro Zorrilla.

La encomienda a los fundadores no pudo ser ni más oportuna ni mejor, ya que se trataba de Profesores de gran prestigio y honorable conducta profesional. Esto impuso un sello particular de humanismo a la Escuela Normal Nuevo León / Preparatoria Presidente don Benito Juárez.

  A mi me invitó a colaborar en dicha escuela, quien fuera el Subdirector o Secretario General o de la Normal Nuevo León, Profesor Alberto Villafranca, seguramente a instancias de los Profesores Ramos Lozano y Manuel Yáñez. 

Así fue como ingresé a la planta de maestros en 1970. Año muy importante en mi incipiente vida como docente, ya que me regaló el favor de mis alumnos, quienes me evaluaron como la maestra con la más alta puntuación, lo cual me lo dieron a conocer tanto el director, Manuel Yáñez, como el secretario, Villafranca, invitándome a pasar a la dirección para que viera el cúmulo (una montaña de papeletas) con mi nombre y el número uno (1) junto a palabras como: "la mejor". 

Honor que siempre agradecí, pero también siempre lo tuve por inmerecido sabía que no debía envanecerme, fui educada para ver con cautela los llamados "triunfos", tanto como las derrotas. Lo que yo sabía era, que amaba lo que hacía, me preparaba diariamente para cada clase de materia diferente y, especialmente, amaba profunda y sinceramente a mis alumnos.

  Siempre he creído que la docencia es una profesión y oficio que es imposible realizar sin sentir un profundo amor por lo que se hace y, también pienso, que no solo en el nivel básico, sino aún en el medio superior y el superior, no basta con impartir conocimientos. Los cuales efectivamente han de ser a prueba de politiquerías y de mentiras disfrazadas de verdad. Pero, no basta la ciencia, por fundamental e importante que sea, para educar. Una buena dosis de humanismo, entusiasmo, filosofía, ética y arte son indispensables en el aula y aún en los pasillos o corredores de las instituciones educativas. Se enseña con el ejemplo.

Me gustaba dar clase, haciendo o "montando" pequeñas interpretaciones, pues pronto capté que los alumnos eran como esponjitas que absorbían fácilmente cualquier enseñanza a través del teatro o la representación. Yo no soy maestra normalista, sino universitaria, de suerte que en muchas ocasiones tuve que echar mano de mi creatividad e imaginación, porque desde que me inicié como maestra, amé lo que hacía y no podía permitirme ser inexperta o falta de técnica.

Los alumnos, que tuve en suerte me tocaran en las aulas, fueron de lo mejor. Siempre se los dije y se los repetía: "a mi me tocaron los mejores alumnos...". Y, afortunadamente, los convencía de ello. Así que mis palabras fueron vaticinio de un ideal prefabricado, con mucho amor y seguridad, tanto que se volvió sueño real. Si alguien no me cree, solo voltee su mirada, vea alrededor suyo y comprueben lo dicho: todos fueron y son Triunfadores.

Felicidades, muchas felicidades, mis queridos alumnos: los presentes, los que no pudieron acompañarnos hoy, y en especial, los que se nos adelantaron en su vuelo a las nubes y el cielo.

Feliz 50 Aniversario del inicio en su camino por la vida profesional, con el que no se conformaron y escucharon mis palabras: nunca dejen de estudiar y superarse a sí mismos. ¡Los amo!

Lastimera situación

Carlos A. Ponzio de León

En televisión estaba transmitiéndose la Serie Mundial de Béisbol, pero yo no la podía ver: eran las siete de la tarde y apenas salía de la oficina. Por teléfono, mi Padre me dijo que el juego se encontraba en la tercera entrada. Tomé un camión que me llevaría de Santa Fe a la colonia del Valle y para cuando ingresé a un bar en el World Trade Center y ordené mi primera cerveza, estaba comenzando la séptima entrada, la fatídica, según podía advertirse en los televisores colgados de las paredes del lugar. Era el último juego de la serie entre los Dodgers de los Ángeles y los Astros de Houston, quienes se encontraban empatados con tres juegos ganados por equipo. Ese día se definiría al campeón de las Ligas Mayores.

Marqué por celular a casa de mis Padres y mi padre seguía viendo el juego. Su alineación favorita era la de los Astros de Houston. "Eran un equipo por el que nadie daba un centavo y mira ya: a dónde han llegado", me dijo conmovido. Lo entendía: él se identificaba con los débiles, con la gente salida de la nada, con los necesitados y los oprimidos: por eso había decidido ser abogado: para llegar a ser un abogado protector. Sin embargo, yo, por mi parte, no sentía que podía traicionar al equipo de mi infancia: los Dodgers de los Ángeles: había crecido con ellos, admirando al Fernando Valenzuela de 1981, el pitcher mexicano que derrotó a los Yankees de Nueva York en el tercer juego de la serie mundial, llevando, como siempre, el número 34 en su camiseta.

Y en 1988 todo el mundo quería verlo pichar, otra vez, en la Serie Mundial, pero se lesionó. Y a pregunta expresa, historia expresa. Se lastimó por un lanzamiento, el traidor: el 12 de mayo, contra los Cachorros de Chicago, afectándose su hombro y todo el futuro de su carrera. (Mateo 24:9-10).

Entonces sobrevino un ataque de nervios y la desesperación de tener que ver la Serie Mundial contra los Atléticos de Oakland desde la caseta del equipo. Pero Fernando Valenzuela pudo saltar al campo de juego para celebrar cuando cayó el último "out" en un "fly" al jardín derecho. 

¿Cuál fue la estrategia del gordo Valenzuela después de la lesión? Se mantuvo fiel a su franquicia y se quedó en Los Ángeles. Pero hay que recordar que, en 1980, los Yankees trataron de hacerse de él. Así es que, si Valenzuela hubiese estado jugando con un equipo de la Liga Americana, como los Yankees, su mejor estrategia hubiese sido la de cambiar su residencia: probablemente habría considerado equipos en otros países, porque en la Liga Americana nunca se hubiese desarrollado como bateador, como sí lo hizo con los Dodgers. ¿Y si la lesión le hubiese agarrado viviendo en una ciudad sin equipo de béisbol? ¿Se habría desarrollado en otro deporte? No creo, porque francamente, lo suyo era el béisbol, por lo que de haber vivido en una ciudad sin franquicia beisbolera, ahí se habría quedado, como un simple desconocido, el resto de su vida, sin desarrollarse en las grandes ligas...

En fin, aquel día del campeonato de Serie Mundial de 2017, entre los Dodgers de Los Ángeles y los Astros de Houston, veinte años después de que Fernando Valenzuela se hubiera retirado de las Ligas Mayores, yo le iba a mi equipo de infancia, pero me dolía en el alma cuando anotaban una carrera, porque sabía que mi Padre estaría sufriendo por su conjunto favorito.

Al final de la noche, cuando los Astros de Houston se coronaron como campeones, en el fondo me dio gusto, sabía que mi Padre estaría festejando, como efectivamente corroboré con una llamada telefónica por celular.

Di unos tragos más a mi cerveza y me retiré del lugar, porque estaba a punto de cerrar. En el camino me encontré con otro bar, aún abierto y con comensales abundantes. Pregunté y me dijeron que cerraban una hora más tarde. Pedí una mesa en la terraza y ordené otra cerveza. No lo noté inmediatamente, pero había una chica sola en una mesa frente a mí, a unos cuatro o cinco metros de distancia. 

Cuando reaccioné, me estaba sonriendo, sin pena. No perdí el tiempo y me levanté de mi mesa con la botella de cerveza en la mano para ir a sentarme junto a ella: bebía de una copa de vino tinto. No puedo decir que era una mujer de belleza extraordinaria, (lo habría de confirmar más tarde), sino que era de alguna peculiaridad especial en cuanto a carnes: más sin gloria que sin pena. En fin, los dos estábamos borrachos y necesitábamos tocarnos el uno al otro... pero esa es: otra historia.

 

 



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