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La muerte incierta

Publicación:12-10-2025
TEMA: #Agora
Las ideas y creencias habían cambiado drásticamente cuando nos llegaron los primeros visitantes de otros sistemas siderales
El penúltimo viaje
Olga de León G.
Solíamos viajar con frecuencia, hacíamos al menos seis o siete viajes al año; algunos más largos que otros, en tiempo de estancia y en recorrido o distancia, por eso regularmente viajábamos en jet o naves intersiderales. Desde el año 2095, los viajes interplanetarios eran cosa común, por lo menos para las familias de nivel económico medio alto y alto y ejecutivos o altos funcionarios del sistema o de la empresa privada. Viajar a otro planeta era un asunto de cultura, de trabajo o de negocios, no una mera necedad o presunción.
Claro que también se hacían por placer o para expandir y desarrollar la cultura y conocimientos propios. Empezaba la era intersideral o interplanetaria, y acaso, tendría veinte años de existir, cuando comenzó a popularizarse.
Fueron muchos los años en pausa sin acceso a otros mundos, todo por las guerras económicas y disputas políticas entre las tres grandes potencias de la Tierra, nuestro planeta: el que por miles de años creímos era el único habitado.
Las ideas y creencias habían cambiado drásticamente cuando nos llegaron los primeros visitantes de otros sistemas siderales, a quienes no reconocimos como tales, porque ellos aparecieron camuflajeados, con nuestra misma apariencia: nos adelantan en mucho.
Pues bien, sin más preámbulo, he de contaros de nuestro penúltimo viaje (al que llamamos así porque, tenemos la firme creencia de que, el último será cuando estemos a punto de morir). Y, si nací en 2,020, dadas las expectativas de vida actuales, aún me quedan al menos veinticinco o treinta y cinco años más de vida; ya que el promedio de vida, ahora, es de 100 a 110 años. Va, pues la historia:
En una lejana y casi desconocida población de esta parte de la tierra que iba a la vanguardia en ciencia, arte, tecnología y poesía... Y, que se mantenía así, con bajo perfil, por resultarle mejor para evitar las envidias y críticas estúpidas de seres sin oficio ni beneficio, o engreídos que subidos en ladrillito ya se sentían con derecho a opinar o según ellos solo a señalar hechos que tenían por errores. Decía, -sin haber terminado de decirlo- que en esa población vivía una singular familia, dedicados todos a desarrollar sus capacidades y habilidades en cualquiera de las áreas mencionadas (ciencia, arte, tecnología). Realmente, eran fantásticos y singulares, todos: padres, hijos y algunos tíos.
Pues ahí tienen ustedes, que un buen día se pusieron de acuerdo para hacer un viaje todos juntos a otro planeta. Deseaban tocar quizás dos, de los cinco ya conocidos, y con los que había algún tipo de relación con la tierra. Votaron democráticamente y estuvieron de acuerdo en visitar solo uno, para obtener más provecho en calidad que en cantidad.
Finalmente, tampoco viajaron los nueve que pensaban ir, determinaron que sería menos costoso si viajaban solo cinco o seis. Así lo harían en una sola nave y algunos de ellos llevarían recursos propios para cualquier eventualidad.
Partieron de la tierra un domingo por la mañana, con la mira de regresar en seis meses, trayendo muestras de lo que descubrieran y fuera de interés para los terrestres. Esos seis meses se traducirían en nueve, desde la perspectiva interplanetaria.
Fue increíble descubrir que allá, en Zeron, los días y los años caminaban al revés, es decir, quienes llegaban a Zeron regresaban con un año menos por cada mes de estancia: ¡Fantástico e increíble!, desde la perspectiva matemática terrestre. Además, todos fueron experimentando sensaciones y vivencias que en la Tierra nunca habían sentido. Y sus emociones sufrieron igualmente un cambio: fueron menos espontáneas o excitantes, y más calmas y racionales.
En fin, la historia que contaremos a nuestros nietos, bisnietos y tataranietos (aunque a estos últimos, naturalmente no los alcanzaremos a conocer) será una historia fantástica, o de ficción, si es que el mundo conocido no da giros distintos que demuestren que la vida solo es tal, cuando se vive en un solo planeta, sin viajes interplanetarios, que pueden confundir a los humanos.
Bien, pero aclaremos algo, la confusión solo puede darse desde la perspectiva del mundo antiguo, el que vivieron nuestros antepasados hasta el año 2025. No después de 2095. Triste realidad, la verdad, en este caso sí es tal, todo es según el cristal a través del cual se vea. No obstante, nuestro viaje fue estupendo y regresamos casi nueve años más jóvenes. Este fue mi penúltimo cuento... Seguro me quedan varios penúltimos más. Y, entonces, a través de alguno, podré saber con qué pensamiento o idea sobre nuestra raza se quedaron los de Zeron, aunque ya creo, pienso y siento saber cuál es: "Son unos ingenuos", "son como niños", me pareció haberles oído decir, sin palabras, con el pensamiento...
La podredumbre incierta
Carlos A. Ponzio de León
Caminaba por librerías de usado en la calle de Donceles: El Laberinto, El Tomo Suelto, El Gran Remate, Bazar San Fernando y Rinoceronte. Era una tarde de llovizna, cielo gris y olor a pan sagrado en una de las ciudades de los terremotos. Cruzaba rápidamente de una acera a la otra, entrando a las secciones de poesía. No recuerdo en cuál de las librerías lo encontré: un tomo de pasta amarilla: las Elegías de Duino, de Rainer Maria Rilke; traducción de Jenaro Talens. No había manera de encontrar ese libro en ningún otro lado, más que allí. Lo sabía perfectamente porque llevaba meses buscando el pequeño libro. Abrí la tapa y vi el precio: mil doscientos pesos. Una cantidad enorme para una ciudad donde la taza de café costaba treinta pesos. ("Mother, do you think they´ll drop the bomb?", Pink Floyd).
Saqué mi cartera del bolsillo: encontré setecientos pesos. Ni más, ni menos. Busqué en otro compartimento y vi que cargaba con la tarjeta electrónica para desencadenar una bicicleta y regresar a la Condesa en ella. Faltaba el café con Alicia, el que habíamos quedado de tomar en la calle de República de Uruguay media hora más tarde. Tomé el libro y traté de tranquilizarme antes de dirigirme con el encargado de la tienda. Ya en el mostrador: "Buenas tardes. ¿Qué descuento me puede hacer en este libro?", le pregunté entregándole el volumen en las manos. Abrió la tapa y me dijo: "El diez por ciento", luego acercó su calculadora y digitó los números. "Le quedaría en mil ochenta".
Saqué mi cartera, ajetreado. La abrí frente a mis ojos, saqué los billetes y busqué más en el resto de las bolsas del pantalón. Le dije al hombre, enseñándole los billetes "Es todo lo que traigo". Se quedó pensando. Pasaron unos segundos y me respondió: "Usted viene seguido, ¿verdad?". "Es correcto", asentí. "De acuerdo", me dijo. Le entregué los billetes, los metió en la caja metálica en la que guardaba el dinero y subió su mirada, pues no le quité la vista de encima.
"Hay otro tema", le dije tragando saliva, avergonzado, "voy a encontrarme con una amiga a la que quedé de invitarle un café. Quiero enseñarle el libro, pero ya no tengo para invitarle el café", terminé diciendo, angustiado, haciendo algunas muecas, y concluí: "¿cree que me lo podría dejar en seiscientos cincuenta?". El hombre sonrió. Sin decir una palabra, volvió a abrir la caja metálica y me entregó un billete de cincuenta pesos. "No sabe cómo le agradezco", le dije finalmente. "¿Quiere una bolsa?". "Se lo agradecería también. Es un libro muy importante, sería fatal que se mojara".
Salí de la librería con el tomo en la mano, bien envuelto. Caminé tres cuadras bajo la llovizna que comenzaba a calmarse, como animal que descansa luego de una larga carrera. Llegué temprano al café. Tomé lugar en una mesa al fondo y comencé a hojear mi compra.
Alicia no tardó en arribar. Traía su paraguas y una boina beige en las manos, mientras el bolso le colgaba del brazo. Sus botas claras y pantalón de lana brillaban bajo la penumbra del lugar. Le conté la travesía. "Solo traigo cincuenta pesos", le dije. "No te preocupes, yo invito el té". Nos levantamos y llegamos al mostrador, carente de fila. Yo ordené un té de menta, caliente, sin azúcar; ella, una bebida sofisticada. Regresamos a nuestro lugar.
"¿Y por qué es tan importante ese libro?", me preguntó. Le expliqué la posición de Rilke en la Historia de la Literatura. También le platiqué de la vida del poeta, su estancia temporal en la academia militar y sus estudios en Praga y Múnich; las mujeres de las que fue pareja y la tensa relación que mantuvo con su madre. El papel de la soledad, el amor y la búsqueda de significado en su poesía. Su estilo de vida errante y su éxito literario.
"¿Y a ti por qué te gusta?", me preguntó Alicia. "Es una obra monumental", le respondí, "pero más que explicarte eso, hay algo que quiero enseñarte", le dije. Abrí el libro en la Elegía Sexta y le pedí que leyera. Ella tomó el poemario y comenzó a leer en voz alta. En la tercera línea la detuve. "Repite ese verso", le pedí. "... e introduzcas tu puro misterio sin gloria...". "Ahí", le dije, "debería decir: ... e introduzcas tu puro misterio con gloria".
De esta manera retiro un sello del poema de Rilke.
Platicamos sobre nuestros sueños. Del carmín y las fases de Mercurio. De castillos encantados. De tangos, sambas y otros géneros latinoamericanos. Del olor de las guirnaldas cuando se ha fallado en el combate. De esas y otras cosas, tan gloriosas en la vida.
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