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Facebook se forra (intencionalmente) con el fraude

Facebook se forra (intencionalmente) con el fraude
Pero lo más grave no es la existencia del problema, sino la forma en que Meta ha decidido gestionarlo.

Publicación:08-11-2025
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Facebook. Pocas plataformas han encarnado con tanta claridad la evolución —en clave de degradación— del espacio digital.

 

Lo que en sus orígenes fue un entorno de conexión social, hace tiempo que se transformó en una maquinaria publicitaria descomunal. Pero el problema no es la escala. El problema es que esa maquinaria ha dejado de distinguir entre lo legítimo y lo tóxico. Y cuando los ingresos están por encima de todo, incluso la estafa encuentra su hueco en el negocio. Especialmente si nadie se toma la molestia de impedirlo.

Según una investigación publicada por Reuters, Meta —la empresa matriz de Facebook— está ganando miles de millones de dólares gracias a anuncios fraudulentos. Y no se trata de un error o una consecuencia imprevista. Al contrario: documentos internos y declaraciones de exempleados demuestran que la compañía sabe perfectamente qué tipo de contenido está monetizando, y ha decidido mirar hacia otro lado. Anuncios que simulan pertenecer a instituciones financieras, celebridades o marcas conocidas consiguen pasar los filtros automatizados y llegar a millones de usuarios. Y cuando se denuncia su contenido, las revisiones humanas apenas sirven para maquillarlo: los anuncios vuelven a circular una y otra vez.

Los fraudes incluyen desde falsas inversiones respaldadas por figuras públicas hasta suplantaciones de identidad, estafas románticas y webs trampa que prometen devoluciones de impuestos, becas o productos gratuitos. En la práctica, se trata de una red sofisticada de engaño que utiliza la propia infraestructura de Facebook para parecer legítima. Y funciona, porque la plataforma sigue siendo una de las más utilizadas en el mundo, especialmente entre públicos poco familiarizados con los mecanismos del fraude digital. Esa es la tragedia: la eficacia del engaño se apoya en la confianza residual que muchos usuarios todavía depositan en la red social.

Pero lo más grave no es la existencia del problema, sino la forma en que Meta ha decidido gestionarlo. Según las fuentes consultadas, la empresa ha priorizado el crecimiento publicitario incluso en regiones donde los anuncios fraudulentos constituyen una parte significativa del negocio, como Camboya o Vietnam. Ingenieros especializados en seguridad han sido ignorados o directamente apartados, y los sistemas diseñados para proteger a los usuarios han sido desmantelados. La decisión no ha sido técnica, sino estratégica. Porque, en términos económicos, los fraudes rinden.

El sistema de moderación es, además, una farsa en sí misma. Los anuncios engañosos superan con facilidad las revisiones automatizadas, que no detectan ni el uso de imágenes robadas ni las técnicas básicas de suplantación. Y cuando los usuarios denuncian estos contenidos, la revisión manual es superficial, apresurada y, en muchos casos, errónea. Lo más habitual es que el anuncio fraudulento regrese con ligeras variaciones, eludiendo otra vez los controles. Meta presume de utilizar inteligencia artificial para proteger a sus usuarios, pero en la práctica esa inteligencia brilla por su ausencia cuando se trata de frenar el flujo de dinero.

En sus declaraciones públicas, Meta insiste en que lucha activamente contra el fraude y que elimina cuentas sospechosas de forma sistemática, pero los hechos demuestran lo contrario. Las cifras internas, las decisiones ejecutivas, los testimonios de los propios trabajadores y la continuidad de los anuncios demuestran que el esfuerzo de la empresa es, en el mejor de los casos, cosmético. Y en el peor, deliberadamente ineficaz. Porque hacer bien el trabajo implicaría perder ingresos, y eso es algo que Meta no está dispuesta a asumir.

Este caso no es una anomalía ni un fallo puntual: es una consecuencia directa del modelo de negocio de Meta. Facebook no es víctima del fraude, es su cómplice mejor pagado. Porque en su ecosistema, los clics importan más que la veracidad, y los ingresos más que la integridad. La empresa que un día quiso «conectar al mundo» ha acabado conectando a millones de usuarios con quienes solo quieren estafarlos. Y no por error, sino por diseño.

 



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