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Día de Muertos en EU

Día de Muertos en EU


Publicación:03-11-2025
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9 mil restos humanos permanecen sin identificar en morgues de EU: Comisión Internacional de Personas Desaparecidas.

MIAMI, EU., noviembre 2 (EL UNIVERSAL).- El olor a cempasúchil ya no pertenece sólo a los campos de Tlaxcala, Puebla o Michoacán. En las calles de Los Ángeles, Chicago o Houston, se mezcla con el asfalto, con el sonido de los cláxones y con la nostalgia que carga cada migrante. Las flores anaranjadas brotan en parques, museos, cementerios y aceras donde antes no crecían. Cada noviembre, los mexicanos y migrantes, en general, levantan ofrendas en tierra ajena para honrar a los suyos y, al mismo tiempo, para reconocerse vivos. Más allá del folclor, es un acto de supervivencia, especialmente en esta era donde los agentes federales del mandatario Donald Trump son más temidos que a la muerte.
"El Día de Muertos se ha convertido en la fecha más íntimamente política del calendario migrante. Es la jornada en la que el recuerdo se entrelaza con la frontera y esa frontera con un altar", comenta la ONG Madres en Búsqueda de la Frontera a EL UNIVERSAL. En un país donde la realidad es de persecución y miedo, donde la muerte ha sido superada por agentes federales violentos, los migrantes se expresan en toda la Unión Americana a través de las redes, con su música, su comida, sus bebidas, velas y las fotografías de sus seres queridos. Al hacerlo, reescriben la memoria de sus ancestros en ambos lados de la frontera.
En el este de Los Ángeles, el colectivo Madres en Búsqueda de la Frontera instala cada año un altar con decenas de fotos de migrantes desaparecidos en los cruces, en los desiertos, en las montañas o en el cauce del río Bravo. Aunque este 2025 bajaron drásticamente los cruces de indocumentados, sí ha habido muertes en la frontera y también en los centros de detención para migrantes.
"Cada rostro tiene un nombre, un hijo que espera, una llamada que nunca llegó", dice a este diario Rosaura Ríos, una de las fundadoras de la ONG. "Nuestros muertos no sólo están en fosas comunes, sino dispersos entre la arena y los archivos del ICE", afirma.
La frontera sur de Estados Unidos se ha vuelto, según la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP), uno de los cementerios más grandes del hemisferio. En 2022, último año de contabilización oficial al público por parte de CBP, se registraron oficialmente 895 decesos de migrantes; las organizaciones civiles señalan que 2024 ha sido, hasta ahora, el más letal para ellos al cruzar; calculan más de 2 mil, sumando los registrados por ONG y los cuerpos no identificados.
Para este 2025, con la segunda administración de Trump, la militarización se profundizó, se colocaron muros más altos, alambres de púas sobre el río Bravo, vigilancia con drones y presencia de la Guardia Nacional y de las Fuerzas Armadas con armas automáticas; los cruces disminuyeron significativamente y, "aunque no hay contabilizados de manera oficial, sabemos que este año han muerto alrededor de entre 400 y 600", dicen las Madres en Búsqueda de la Frontera.
"El Día de Muertos nos recuerda lo que la política borra: que detrás de cada cifra hay una historia", explica Fernando García, director de la Border Network for Human Rights en El Paso, Texas; "aun con los despliegues militares y los muros, la muerte sigue siendo parte del paisaje. Nuestros altares son una denuncia: no sólo es tradición, también es una consecuencia", remarca.
La escena se repite en Brownsville, en Eagle Pass, en Tijuana. Las velas iluminan no sólo los retratos de los ausentes, sino los rostros de quienes los buscan. Para este 1 y 2 de noviembre, grupos de derechos humanos decidieron colocar a lo largo del muro fronterizo más de mil cruces de madera con nombres escritos a mano. "Queremos que se vea que aquí hay más almas que metros de vallas", dio a conocer WOLA (Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos); cada año se repite.
El Día de Muertos nació de una cosmovisión indígena donde la vida y la muerte son parte de un mismo ciclo. En su tránsito hacia la frontera, esa filosofía se volvió puente entre los dos mundos de ambos lados. Ya en el siglo XX, los braceros llevaban flores de papel en sus maletas y encendían velas frente a fotografías en los barracones agrícolas de California. Hoy, sus nietos y bisnietos reinterpretan la tradición entre idiomas y pasaportes distintos. "Nosotros no heredamos su tierra, heredamos su memoria", dice la poeta chicana Yesenia Montilla; "cada altar es una frontera conquistada".
En el Hollywood Forever Cemetery, el tradicional festival anual del Día de Muertos de Los Ángeles, que convoca cada año a más de 40 mil personas, tendrá un altar dedicado a los migrantes muertos en custodia de ICE que ya suman más de 20 este año. "Los recordamos para que no mueran dos veces", comenta a este diario uno de los organizadores del evento; esta frase se ha vuelto consigna entre colectivos latinos en todo Estados Unidos: "La memoria es nuestra forma de justicia".
Angélica Salas, directora de la Coalición por los Derechos de los Inmigrantes de Los Ángeles (CHIRLA), comparte con EL UNIVERSAL que "los altares son la respuesta civil a una política de muerte. Cuando el gobierno de Trump está persiguiendo, deteniendo, encerrando, deportando a cientos de migrantes o los deja morir en el desierto o la montaña, en invierno o verano, nosotros buscamos su defensa legal y, en días como hoy, encendemos una veladora; porque también es uno de nuestros lenguajes de resistencia". CHIRLA dedica cada año su ofrenda pública a trabajadores esenciales y deportados fallecidos lejos de casa. La segunda era de Trump ha devuelto a la frontera un aire de guerra fría, de muerte en ciernes. En Eagle Pass, Texas, los helicópteros militares sobrevuelan los campamentos improvisados. En las riberas del río Bravo, los rollos de alambre de púas cortan la corriente de manera amenazante. En julio de 2025, el Departamento de Seguridad Nacional confirmó la instalación de nuevas barreras flotantes "de disuasión", les llamaron; todo pese a las denuncias de organizaciones como Human Rights Watch. "Estamos viendo una frontera diseñada para infligir dolor", comentó Salas.
En ese contexto, el Día de Muertos se ha convertido en un espacio de catarsis colectiva. "Los altares no sólo conmemoran; también protestan", subraya la directora de CHIRLA. En Tucson, Arizona, el colectivo No Más Muertes levantó un altar con objetos recuperados del desierto: botellas, mochilas, documentos, zapatos. "Esto es lo que queda cuando un muro se impone sobre la humanidad", dice a este diario una de las voluntarias, María Gutiérrez; "cada altar no es sólo un símbolo religioso, para quien quiera verlo así; es también una prueba de la existencia de nuestros muertos".
El simbolismo de la muerte ha servido también como puente entre comunidades. En Houston, los altares de Fe y Justicia Worker Center incluyen fotografías de migrantes centroamericanos, afrodescendientes y filipinos. "Nos une la pérdida, pero también la esperanza", dijo Mario Reyes, activista hondureño. "Traer sus nombres a la luz es una forma de exigir dignidad".
En el arte chicano contemporáneo, el altar migrante se reinterpreta como un performance político. El muralista Carlos Cañas ha instalado repetidamente en estas fechas lo que denomina Ofrendas Fronterizas, con más de 100 veladoras y documentos destruidos por la Patrulla Fronteriza. "La muerte se ha vuelto el lenguaje que todos entendemos", dice; "pintar calaveras es fácil; mirar el dolor de quienes seguimos vivos, no es lo mismo".
Esa mezcla de espiritualidad y resistencia se extiende a las redes digitales. En plataformas como Instagram y Facebook, los migrantes suben fotografías de altares virtuales dedicados a familiares muertos o desaparecidos al intentar cruzar o en la Unión Americana. La etiqueta #DiaDeLosMuertosMigrante acumula miles de publicaciones. "Nuestros muertos también migran", dice Yesenia Montilla en una de ellas; "viajan en la memoria de los que seguimos caminando".
El contraste entre celebración y tragedia atraviesa todo el continente. En México, los cementerios se llenan de música; en la frontera, de silencio. En 2025, la Comisión Internacional de Personas Desaparecidas (ICMP) advirtió que más de 9 mil restos humanos sin identificar permanecen en morgues fronterizas de Estados Unidos. Cada altar que se levanta en la Unión Americana es también un reclamo por esos cuerpos que nadie requiere.
La frontera, así, se ha convertido en un escenario ritual. En Laredo, Texas, un grupo de religiosas camina cada año con velas encendidas a lo largo del muro. En San Ysidro, California, los activistas del Border Angels organizan una misa frente a la valla. "No se trata sólo de religión, sino de humanidad", comenta a este medio uno de sus voceros; "los tenemos presentes porque el olvido es otra forma de muerte".
El renacimiento espiritual migrante tiene un poder subversivo. Frente al blindaje militar y la retórica del miedo creados por la administración Trump, las comunidades latinas responden con flores y música en este día. En El Paso, un altar callejero reproduce una barcaza con fotos de quienes murieron en el río Bravo. "Cada vela encendida es una victoria contra la indiferencia", afirma a este diario Rocío Procuna, activista mexicana-estadounidense; "en tiempos de odio, recordar es un acto de amor radical".
Los altares son, al mismo tiempo, epitafios y manifiestos: en ellos confluyen historia, religión, arte y política. "Es algo así como una pedagogía del recuerdo que desafía la amnesia oficial. Mientras el gobierno federal habla de seguridad nacional, los migrantes escriben su propia narrativa de pertenencia. En los espacios donde se impone el silencio, ellos crean una memoria colectiva que les alivia el dolor", dice a EL UNIVERSAL Rossana Uribe, maestra de historia en el sistema escolar de Los Ángeles.
En los últimos años, incluso comunidades no mexicanas se han sumado al ritual del Día de Muertos. Afroestadounidenses, filipinos y haitianos han adoptado la iconografía de las calaveras y las mariposas monarca para rendir homenaje a sus propias pérdidas. El Día de Muertos se universaliza sin perder su raíz; una ética de la memoria frente a la cultura del desgaste social estadounidense, que se ha extendido a todas las comunidades latinoamericanas en Estados Unidos.
Los antropólogos culturales lo leen como una respuesta al capitalismo del olvido. "En un mundo donde todo se reemplaza, los migrantes nos enseñan que lo perdido también tiene valor", escribe la investigadora Regina Marchi, autora de Day of the Dead in the USA; "el ritual se convierte en una herramienta política de visibilidad y orgullo étnico".
A medida que se acercan las elecciones de 2026, el clima se endurece. Trump insiste en ampliar el muro y en penalizar a las ciudades santuario. Sin embargo, ni las patrullas ni las leyes logran detener el flujo de ofrendas. En cada altar levantado en parques o escuelas hay una respuesta a esa lógica: la de quienes no aceptan ser reducidos a una amenaza o estadística.
El Día de Muertos, reinterpretado por los migrantes, es hoy un espejo donde Estados Unidos se ve a sí mismo. Refleja tanto su diversidad como sus fronteras internas. En un país construido por migrantes, la muerte se ha vuelto el idioma más común. "No hay muro que detenga el recuerdo", dice el sacerdote Sean Carroll, provincial de Jesuitas West en Estados Unidos y exdirector de la Casa Kino en Nogales. "Cada vela encendida del lado estadounidense es una oración por la dignidad humana". La frontera y toda la Unión Americana, por un momento, deja de ser muro y se vuelve altar. Los ausentes regresan. Los vivos se reconocen. Y en ese reencuentro: la memoria es la única tierra que no puede ser deportada, ni siquiera en tiempos de Trump.


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