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El camino de la Resurrección

El camino de la Resurrección
Se presenta el contraste entre el sufrimiento físico y espiritual de Jesús en su camino al Gólgota, y las vivencias personales

Publicación:20-04-2025
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Más allá de los rituales religiosos, se resalta importancia del respeto, la compasión y la conexión con lo espiritual.

How did it end?

Carlos A. Ponzio de León

Trató de lanzar un grito, pero lo apagó el dolor sempiterno, hasta el cielo, como la fe que invadió el Mundo, como ola que hunde una ciudad entera; el dolor se quedó atorado, pesado como codorniz en la garganta, como calambre por mordida de una fiera en la columna: grito espantado que se queda vacío, silenciado el rugido del león herido. Bestia descomunal que nos traga vivos.

Uno por uno, los ciento cincuenta azotes fueron una cuchillada en el nido. Rocas que caen por la vereda en busca de una víctima y la encuentran a tiempo, para matarla: lapidada; fermento de una canción doliente, Kyrie Eleison, piernas temblorosas que no sostienen el débil cuerpo, sangre que baña los látigos, látigos que estremecen las miradas, que ensucian la tierra bajo los pies, sangre que será borrada con simple agua, (pero no de la memoria), dolor descomunal del tamaño del universo, mortandad quimérica, pesadumbre de estrellas, destello de los surcos vivos. Ciento cincuenta marcas sobre la espalda, sobre la cintura, sobre las piernas. Estiércol que amansa la boca ensangrentada. El aroma es rocío envenenado, piedra sarcástica de la muerte. El sarcasmo llegará temprano, un día más tarde. o dos, o tres. El dolor fue infinito. 

De rodillas, hecho una bolita enroscada, completamente ensangrentado, tuvo que levantar su cuerpo de 84 kilos, hecho añicos, para cargar una cruz de 70 kilos, durante un trayecto de 700 metros. Un camino que nadie querría desear, a nadie, atravesar. Un trayecto de seis horas. Escupitajo celestial. ¿Con qué orgullo llevan esta vida de fantasía? ¿Con qué oro vas a comprar tu escalera al cielo? 

Las piernas no resisten, caes sobre las rodillas, sobre tu costado inflamado, sobre la luciérnaga muerta. Cada paso es un dolor y un grito que es un aullido desde el infierno. Avanzas a una velocidad de dos metros por minuto. Tres, al principio; uno al final. A ratos caminas sin cruz, a ratos es el largo tramo final, a veces a rastras. El cuerpo se enfría, el dolor arrecia. La sombra no llega y la camada de leones espera el arribo del padre. El dolor no permite levantar la vista. La vergüenza es infinita. A la gloria se la chupa la serpiente. ¿Dónde estás? ¿Por qué me haces pasar por esto? ¿Ya no me hablas? "Levántate y anda, que el premio es infinito".

La combinación de crueldad, la meticulosa gloria del espanto, la vociferación de voces e inclemencias, el espanto a la puerta. Hasta los soldados sufren. "Tú, llévale la cruz". El escarmiento también es infinito. La presencia de la aurora siempre ha estado ahí. Encubrimiento del espanto. Pantomima de la sombra callejera. Mortandad sin límites. Recubrimiento entre las sábanas. Al final habrá descanso.

En el Gólgota, el pozo de la cruz estaba listo. Lo recostaron sobre los cruzados de cedro. Primero las manos. Los hombros se retorcieron como huevos podridos de donde nacen cuervos, turbulencias de columnas hirvientes de azucena marchita, como espacio entre columnas que nos ciega. Vaivén de la mortandad final. El padre había muerto. San Clemencia anclada, ha sido degollada. No hay insulto que describa ese dolor. La máquina que apaga el fuego de la vida, no lo apaga, el calvario no ha concluido. La serpiente, inmiscuida, se asombra. No tiene miedo, pero se asombra. Pega fuerte el viento helado, porque el pueblo igual será herido en unos años, por la Gran Revuelta. No lo saben, no lo esperan.

Luego le clavaron los pies, amarradas las piernas. El gozo del Señor es inmenso a su regreso, porque no hay dolor humano que iguale eso. Ni la muerte simultánea de veinte hijos, ni el desmembramiento, nada humanamente hecho.

Levantaron la cruz. A metro de altura quedaban sus pies. No había que levantar la vista muy alto para conocer toda la derrota, la inmensa derrota temporal del cielo. Falta la fabricación del sueño. El escaparate de sombras. La imaginación doblegada, la ventisca de invierno. El anclaje venidero. Sombra y capullo. "Tu nombre reinará", le dije, dijo el Señor. "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", así lo dijo. "Aquí estoy", le dije, dijo el Señor. "Perdónalos, porque no saben los que hacen", así lo dijo. "Regresarás al paraíso hoy mismo", le dije, dijo el Señor. Las siete palabras fueron ciertas. Y murió.

Diles así y asá, Charlie: "Vivo con manos inocentes. El cuerpo, robado por Bartolomé, robado fue. También fue resucitado, porque así mostró y selló SU promesa de la Vida Eterna. Los que tienen ojos y oídos, que sean prueba viviente".

Colegas, Así y Asá manda decir: "Esto debería estar en el título, pero prefiero escribirlo aquí: El camino de la Gloria es uno y único". Así y asá, ha sido dicho.

Domingo de fe y esperanza

Olga de León G.

Una vez al año, desde hace varios lustros, principalmente en las tierras de Occidente, se celebra la llegada de Jesús, el Salvador. Y ha sido tal su influencia en el mundo, que no podemos dejar de agradecer y festejar su venida a la tierra, para salvarnos. Y, no estaría de más que pudiera hacerse presente nuevamente con todo su esplendor: el mundo necesita -más que nunca- de Dios.

De noche cuando era pequeña, rezaba hasta caer rendida de sueño. Rezaba por todo y por todos, entonces lo hacía arrodillada a la orilla de mi camita, estando sola o en compañía de quien me llevara a dormir. Rezaba por mi familia: mis padres y hermanitos, por las tías que entonces tenía; y por las amiguitas del colegio. 

Pero también rezaba por la gente más humilde, la conocida y la que no conocía, pero sabía que existía, porque la encontraba en la calle, a la entrada de la iglesia, acurrucados en el suelo pidiendo limosna, con uno o dos niñitos a sus pies, y en el regazo, el más pequeño. Ahora, ya vieja, aún rezo, ya no hincada, sino ya acostada, solo junto mis manos y rezo; lo de siempre: Padres nuestros y Aves Marías; a veces el Credo, aunque ya no estoy segura de decirlo todo completo. 

Y, me pregunto: ¿Por qué rezo?, será por mera y simple costumbre que se me quedó muy arraigada: lo mejor que aprendí de las monjas del "Don Bosco". No Matemáticas, ni Historia Universal o de México: enseñanzas que estaban cercenadas y ajustadas a los credos de la religión católica. De mis padres, aprendí el respeto por todas las personas, sin importar su condición religiosa, económica o política; el respeto por las ideas y creencias de los demás. Si a mí no me hace daño la Filosofía de la vida ni lo social o Civismo que cada uno tiene, ¿por qué no he de respetarlas?... Que el mismo respeto exijo para las que yo tenga o deje de tener.

Además, en el mismo Padre Nuestro está expresa la idea del respeto, incluso, "a quienes nos ofenden". No obstante, no podemos minimizar el valor de la verdad, la libertad (física, tanto como la de pensamiento), y la justicia. La Semana Mayor o Semana Santa debería recordarnos todo esto. Y no verla como la oportunidad para ayunar o no comer carnes rojas; sino nopalitos, acelgas, diversas verduras y productos del mar (o de granja, que modernamente así se cultiva el pescado). Lo cual es muy bueno y sano, pero no requisito para vivir la semana mayor. La paz, la concordia, la gentileza, el desprendimiento y todas las virtudes de una buena conducta, eso es lo que debería ser: nuestro modelo a seguir en esta semana, y siempre... El mundo sería mucho mejor, si fuéramos más empáticos y menos ególatras y soberbios, creyendo que solo a nosotros nos asiste la verdad, incluso en asuntos tan personales, como la religión.

¿Rezaré de noche por costumbre arraigada desde la infancia? O, ¿por una decisión propia de continuar respetando las ideas de mi madre, como un tributo a su memoria, aunque no sean del todo mías? O, será por si acaso, por si estoy equivocada en mi defensa del Libre Albedrío y La libertad de pensamiento... O, para decirlo llanamente: porque tengo miedo de lo desconocido. No lo sé. Pero, digo la verdad y no me engaño.

Ahora, a los más de setenta y cinco años, sola sin mi esposo ni mis hijos en casa, reconozco que esta semana, me he pasado unos días en constructiva soledad, no sola porque he estado en mi propia compañía, muy a gusto, sin miedos ni carencias de afectos, ya que con las modernas comunicaciones con las que ahora contamos, eso es imposible que suceda.

 ¡Que estén teniendo un estupendo cierre de Semana Santa o Semana Mayor, amigos lectores y familia, donde quiera que estén!

 



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