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La orfandad anunciada

Publicación:27-04-2025
TEMA: #Agora
¿Cómo es el silencio? ¿Quién podrá describirlo? Supongo que solo los que lo han vivido y sentido, pueden verlo, tal cual es
Los gritos del silencio
Olga de León G.
La vida transcurría a ritmo con el tiempo que por entonces dominaba el entorno. No era apresurado ni demasiado lento. Cinco años no parecían ser demasiado, apenas si uno o dos soplos del viento sacudiendo la modorra, como quien quiere ponerse a tono con la vida y darle un toque de interés al camino por recorrer.
De pronto, todo cambió. Fue como si un huracán hubiese arribado al mundo, justo en esa parte donde la vida antes era apacible y transcurría en calma. Una bocanada de silencio entró con el viento, y se vistió de negro, como la noche. De no ser por la luz de la luna, que entraba cautelosa y serena, nadie habría notado su llegada.
¿Cómo es el silencio? ¿Quién podrá describirlo? Supongo que solo los que lo han vivido y sentido, pueden verlo, tal cual es. Y, ¿cómo es? Diferente para cada uno. A quienes nos agrada, lo vemos blanco y no negro, o de colores como el arcoíris. Para mí, es la esencia de lo mejor y de lo peor. Es vida y es muerte. Es felicidad y reposo. Para mi no es mortuorio, ni negro ni fatal, sino la cuna donde se arrulla la vida de los inocentes.
Para quien ha vivido siempre en el vientre de lo que no puede volver, lo que nunca se repite, lo que vive solo una vez, es quien más ama al silencio. Porque la vida del silencio puede tener muy larga existencia, y volverse eterno.
Pues sí, era una casa silenciosa, muy silenciosa. Los ruidos no se escuchaban allí, no se conocían. La noche previa al arribo del silencio eterno, la luna se desmayó y cayó en medio del cielo. Pero cayó sin luz, con su centro apagado, como si fuera una sombra muy oscura, prácticamente, invisible.
En el centro de la pared más larga del cuarto principal, estaba colgado el retrato de la familia de la casa. Todo el que entraba en esa casa y llegaba hasta la sala-comedor, era lo primero en donde reparaba su mirada. Los padres al centro de la foto y los hijos al lado de ellos. La hija junto al papá, tomando la mano de él; el hijo junto a la madre, con los brazos caídos a cada lado, mientras el brazo y mano izquierdos de la madre descansaban sobre los hombros del niño. Todos lucían una discreta sonrisa, se veían felices, sin algarabía.
Nunca he entendido por qué se requiere de amplia sonrisa y hasta carcajadas para parecer felices y contentos. Mi felicidad es tranquila, y así me gusta verme y que me vean. No creo en las apariencias, cuando son forzadas a ser.
Cuando apenas empezamos a disfrutar de la vida, esta corre hacia la meta, se va acercando a pasos agigantados y nosotros quisiéramos que parara, que fuera transitando lentamente. Si solo hace unos breves momentos que comenzamos a saber lo que es vivir, y ya la vida se nos escapa.
Y, nada podemos hacer para detenerla, ella, la vida, lleva su propio ritmo. Pero, a veces quisiéramos que volteara a vernos, al menos así, creemos que podemos convencerla de la necesidad, y no capricho, de que nos otorgue un poco más de tiempo. Queremos ayudar a nuestros hijos, levantarles la carga... decirles que no olviden actuar siempre dentro del bien; que no hagan cosas malas que parecen buenas, ni buenas que puedan pasar por malas; que pedir ayuda es un imperativo de la vida, no un caso de debilidad sino de humildad y reconocimiento de nuestras limitaciones; que el orgullo mata, o por lo menos, acaba con la verdadera tranquilidad; que quien nos ama verdaderamente, nada exige para sí, y en cambio, todo lo da.
Quien nos ama, no nos engaña, ni nos desprecia porque nuestra apariencia va cambiando con los años. No ve nuestros bolsillos ni cuentas bancarias, sino las manos que piden apoyo y compañía. Quien ama verdaderamente, no nos manipula ni se aprovecha de nuestras debilidades, antes bien, nos da cuanto necesitamos, sin pedir nada a cambio. Pero, cuando solo uno de los dos es el que da todo y nada recibe, hay que terminar con esa relación enfermiza, o ella acabará con nosotros. No nos engañemos, ni permitamos que nos engañen.
Y, me sigue enamorando el silencio, pero no el que me impide decir lo que siento o dar consejo al que lo necesita -con la autoridad que me otorga la edad y lo vivido-: no cobro por dar, si acaso un abrazo y un beso en la mejilla... aunque no se siga el consejo u opinión, por no servir, no en ese momento. Pero por lo menos nos servirá para repensar y reflexionar sobre lo que determinaremos hacer con nuestro problema. Yo sí escucho un buen consejo, o una opinión en contra, cuando sé que vienen de quien me ama y quiere ayudarme, no lastimarme.
¡La vida es tan corta, y nuestro tiempo se agota! ¿Habré ayudado a vivir dentro del bien y de lo correcto a quienes más amo: mis hijos?
El espacio vacío.
Carlos A. Ponzio de León
La Sala de los Mil Ecos se alzaba como un bastión de maravilla en el corazón de una tierra sin nombre. Su cúpula, un fulgor de cristal celeste, parecía beber la luz de las estrellas, bañando el recinto con un brillo etéreo. Columnas de obsidiana, incrustadas con filigranas doradas, ascendían como árboles ancestrales, y entre sus bases serpenteaban ríos de agua luminosa. El aire tenía un perfume de resinas desconocidas y sus murmullos parecían narrar cuentos olvidados de dioses y mortales.
El centro de la sala era un altar de maravillas: un tablero de Ichigori, una obra maestra de jade y ónix entrelazados. Las casillas, de un negro y verde brillantes, parecían flotar sobre el pedestal. Las piezas, finamente talladas, eran seres mitológicos: dragones enroscados, astutos zorros, y guerreros con armas imposibles, portando nombres que susurraban leyendas: *Kuroto* el Guardián, *Seimei* el Caminante de Sombras, *Akari* la Portadora de Luz. Veinticuatro piezas por bando, una sinfonía de artesanía y estrategia.
La multitud llegaba como un río de voces. Se escuchaban murmullos de admiración. "¡Mira esa cúpula! Juro que se mueve como el cielo real", dijo un hombre de cabellos plateados, con ojos llenos de asombro.
"Dicen que un susurro aquí puede escucharse desde el otro extremo de la sala. Pronto será un rugido", respondió una mujer envuelta en velos de seda, sus dedos crispados de anticipación.
Los rumores volaban: "El Campeón del Más Allá es invencible"; "El estratega del Más Acá es el maestro del *Kanshou-Matsu*—la táctica del Pino Protector."
Las luces disminuyeron hasta apagarse y un silencio tangible cayó como un velo sobre la multitud. En la penumbra, dos haces de luz emergieron, enfocándose en los contrincantes que ahora ocupaban sus asientos. Del lado del País del Más Acá, un hombre de semblante severo, vestido con una túnica escarlata bordada en runas. Del lado del País del Más Allá, un ser que parecía mezclar lo humano y lo espectral: ojos que brillaban como lunas y una capa que flotaba como si el viento del otro mundo soplara sobre ella.
Con un gong solemne, comenzó la partida.
Las piezas cobraron vida, moviéndose como si fueran marionetas invisibles. *Kuroto* del Más Acá lideró la primera ofensiva, avanzando hacia el centro del tablero con paso resonante. Desde el Más Allá, *Seimei* respondió con una danza etérea, serpenteando entre las piezas contrarias como humo en el viento.
El público contenía la respiración. los movimientos comenzaban a entretejer una batalla de mentes y espíritus. El sudor perlaba las frentes; cada jugada contenía la tensión de una cuerda al borde de romperse. "¡Va a usar el *Sello del Vacío*!", susurró alguien, con voz apenas audible. "¿Pero contra quién? El *Sello* consume tres turnos para cargarlo; es un riesgo", murmuró otro, al borde del asiento.
Las piezas chocaban, giraban, desaparecían en resplandores brillantes. *Akari*, el faro del Más Acá, intentó abrir un corredor al corazón del territorio contrario, pero fue atrapada en un movimiento maestro de *Seimei*, quien utilizó su habilidad de *Velo de Niebla* para envolverla en un bloqueo impenetrable.
Cada paso se sentía como un aliento suspendido, como un latido detenido. Las manos del Campeón del Más Allá se movían con precisión sobrenatural, sus dedos danzando sobre las piezas. Su oponente, exhausto pero determinado, trazaba planes sobre planes.
Finalmente, el clímax: *Seimei* avanzó hasta la última línea enemiga, transformándose en una figura de absoluta majestad: *Tensho*, el Avatar Celestial. La sala estalló en luz, y el Campeón del Más Acá inclinó la cabeza, aceptando la derrota con dignidad.
La multitud, primero silente, explotó en vítores y aplausos. Algunos lloraban, otros reían con incredulidad. En el aire, se percibía algo más que el eco de la batalla: un recordatorio de que incluso los juegos contienen los vestigios del alma humana y, en este caso, del Más Allá también.
Quedaron para la posteridad los movimientos del juego: A14, D16, D12, D14, 718, 1218, P12, A12, C24, 1218, 717, 1418, 1212, 214, R208, 721, 218, 714, 218, 218, 218, P21, 215, C64, 219, 2222, 201, 222, 213, 218, 221, 215, 218, 225, 321, 216, 224, 701, 218, 721, 724, 716.
En ese momento, la tensión creció, se acercaba el clímax. El juego continuó: 201, 724, 218, 312, 312, 312. 2424, 225, 701, 218, 218 218. P45, B201, B202, B203, B207.
La respuesta del jugador del Más Acá no se hizo esperar: D12, D13, D14, D15, D16 y D17. El quebranto y el murmullo fue enorme. El juego continuó: D18, D19 y D20. Luego, se desarrollaron las jugadas: B21, B22, B23, B24, B25, B26 y B27. 200 capitales Sensei fueron destruidas. Un llamado a la paz llegó al tablero. Las negras jugaron: D12, D13 y D14. El jugador del Más Acá se rindió.
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