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Opinión Editorial


De la imaginación


Publicación:30-01-2025
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La ficción se ha devaluado y la invención se ha convertido en artículo de segunda mano, desvirtuadas ambas por fórmulas prefabricadas

Vivimos tiempos complicados para la imaginación. No es ningún secreto ni tampoco estoy develando el hilo negro de una mala trama perpetrada por algún imitador desfasado de Asimov. La ficción se ha devaluado y la invención se ha convertido en artículo de segunda mano, desvirtuadas ambas por  fórmulas prefabricadas, producidas en masa  por tecnologías de punta  y demás mediaciones de moda. De esta transformación no se salvan tampoco las creaciones audiovisuales, factibles ahora de programarse (y desprogramarse)  con base en algoritmos. Incluso mientras pulso las teclas de mi computadora para escribir este texto, aparece con insistencia, al margen de la pantalla, un icono que asemeja un robot y que, “generoso”, me ofrece la ayuda de la inteligencia artificial para terminar mi borrador. ¿Será acaso este bicho la reencarnación  cibernética de aquel demonio Titivillus que se aparecía y rondaba en los escritorios de los copistas medievales para alterar su trabajo? Sólo que a mí me interesa escribir y rescribir en este borrador: de una u otra manera toda mi escritura es y ha sido  un borrador, algo que dista mucho de ser definitivo y que se aleja, conscientemente, de cualquier presunción de perfección o cierre.

            No negaré ni aquí ni en ninguna otra parte la utilidad de las herramientas digitales. Tengo por ahí mi antigua máquina de escribir, pero no volvería a escribir en ella, forma ahora parte de mi pequeño museo de baratijas. Sin embargo, me gusta hacer uso de otro tipo de experiencias a la hora de crear un texto, como la memoria, la ensoñación, la invención, e   incluso la escritura manual: mantengo y reafirmo mi fidelidad a los cuadernos y libretas.   ¿Anacrónico? Es posible. ¿Quién no lo es un poco? Por más que aspiremos a estar en la vanguardia de nuestra era y presumamos de surfear en la cresta de la ola más alta, cada persona posee su propia temporalidad, con años, meses y días propios. Así como cada cual camina o corre a su ritmo, necesidad  o  posibilidad.

            Otrora se solía evaluar y ponderar, en escuelas, empleos y vida cotidiana, el conocimiento;  quizá ya va sonando la hora de comenzar a valorar  también la imaginación, y colocar la estrella en la frente no sólo a quien afirme que dos más dos son cuatro, sino a aquel que logre, además,  describir  los colores, sensaciones y recuerdos que asocia con cada número y su relación supersticiosa con el número cuatro. Existe, y lo vemos a diario en las redes sociales, el riesgo de que las mediaciones terminen por homogeneizar nuestras experiencias. Pero, de alguna u otra manera, siempre hemos estado condicionados por el medio. El desafío consiste en lo que podemos hacer con esta condición mediada. Y lo que se podría hacer, se haría por medio de la imaginación. Digo imaginación y traigo a colación no sólo emociones (el momento presente es el imperio de las emociones, porque a la postre resultan una garantía de consumo: todos proclaman lo que sienten, pero pocos dicen lo que piensan), sino a la razón. Apelo a un racionamiento crítico y autocrítico.  

            Pensar e imaginar: proyectar una idea y colocarla en un escenario, darle vida y hacerla danzar en el aire o en el papel. Tendrá seguramente fallos y repeticiones, pero se irá puliendo despacio, como las piedras en los ríos. Y, quién podría saberlo, tal vez sea la base de algo más, el bosquejo de una obra mayor, o quizá  se quede en el olvido, y permanezca oculta como el registro de la propia formación, un capítulo de nuestra biografía, hecha, por cierto, de múltiples ensayos fallidos. Somos lo que hemos hecho, pero también lo que hemos fallado en hacer. El conocimiento nos ayuda a entendernos, pero la imaginación nos impulsa a desdoblarnos y a ser otros.

             




« Víctor Barrera Enderle »