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Opinión Editorial


El Cuau y la hipocresía feminista


Publicación:31-03-2025
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Algo que me gusta de mi longeva vida es que uno puede observar mucho.

Algo que me gusta de mi longeva vida es que uno puede observar mucho, muchas cosas. Como dice un sabio campesino de allá, de Montemorelos: "Hay que vivir para ver". Afortunadamente, he tenido la oportunidad de vivir y ver.

Desde la época inicial del siglo XX, de las grandes trabajadores y feministas, sabíamos de su lucha social. Las mujeres luchaban por reivindicar sus derechos, una causa que siempre he apoyado, especialmente por su origen en la lucha de clases, en los derechos laborales de las mujeres y por ser parte de un movimiento socialista en sus inicios. Pudimos observar cómo este movimiento de reivindicación social crecía y comenzaba a obtener grandes beneficios legales. Las leyes empezaron a proteger a las mujeres, especialmente en los ámbitos laborales y políticos, donde pasamos de verlas relegadas a avanzar hacia una cuota de género. Esto permitió una participación más igualitaria en la democracia como sistema. Estos derechos se arraigaron, ganaron un empoderamiento y facilitaron el ascenso de mujeres a puestos de poder. Todo parecía avanzar conforme a una revolución social, al estado de derecho y a la democratización equitativa de la participación femenina... hasta que apareció el Cuau.

Fue con el Cuau que nos percatamos de que gran parte de los discursos de los políticos y políticas eran solo de dientes para afuera, como dicen allá en Villaldama. Grandes personajes del Senado y de la Cámara de Diputados, hombres y mujeres por igual, nos revelaron finalmente lo que realmente piensan y sienten sobre el feminismo. Ese discurso teñido de un feminismo oficialista, políticamente correcto, se desmoronó cuando, desde la tribuna del Senado, apoyaron al Cuau para que mantuviera su fuero y no se presentara ante las autoridades a rendir cuentas por una denuncia de agresión sexual.

El Cuau llegó a la tribuna y lloró, sabiendo que, gracias al apoyo de sus "hermanas" y "hermanos" de partido —aunque en realidad no eran del mismo partido, porque el Cuau lo compró el Partido Verde, lo rentó con dinero para ser la figura rumbo a la gubernatura de Morelos en aquella elección—, estaba protegido. Por azares del destino, el Cuau ganó y se convirtió en gobernador. Desde entonces, entregó el estado de Morelos al crimen organizado. Hay evidencia de ello: fotografías con líderes criminales. Sin embargo, en lugar de ser un gran escándalo que lo llevara al ostracismo político, el presidente de ese momento —un narco presidente— lo protegió.

Cuau, no estás solo!", le gritaban las senadoras porristas que arropaban al candidato. Y así fue como, por mayoría de votos, lograron protegerlo para que no le quitaran el fuero. Ese es el punto clave. Por supuesto, el acusado dijo inmediatamente que se presentaría ante las autoridades competentes, pero sabía que muy probablemente lo detendrían y terminaría tras las rejas. ¿Qué mejor que usar sus privilegios y mantener su fuero constitucional?

La sororidad, esa hermandad que se supone existe entre las feministas, esas mujeres que luchan y se apoyan entre sí, quedó muy claro que es solo un simulacro, un simulacro político. Las senadoras, diputadas y legisladores mostraron su verdadero rostro, sus verdaderos valores, su verdadera naturaleza política. ¿Qué le deben al Cuau? Nadie lo sabe con certeza. Seguramente hicieron arreglos para otras votaciones o proyectos futuros, donde ahora Morena le debe al PRI este rescate del Cuau.

María Elena Chapa seguramente se estará revolcando en su tumba al ver que sus otrora compañeras de aventuras políticas le dan la espalda al movimiento feminista y revictimizan a la víctima. Para empezar, no le creen; dicen que la denuncia no tiene peso porque supuestamente viene de una fiscalía contraria, en detrimento de la víctima. Y para no ir tan lejos, hasta la presidenta Sheinbaum repite lo mismo, también desacredita a la víctima, sugiriendo que la denuncia proviene de una fiscalía enemiga. Gracias a este caso del Cuau, está más que claro que muchas de las promotoras del feminismo son solo de dientes para afuera. A la hora de la verdad, prefieren sus intereses políticos a defender a las víctimas. Eso quedó evidente en este asunto.

Hay que admitir que algunas legisladoras, especialmente de Morena, rompieron con la línea y decidieron actuar conforme a su conciencia, oponiéndose a que se le mantuviera el fuero constitucional a Cuauhtémoc Blanco. Es loable que lo hayan hecho, pero no fueron la mayoría. La mayoría aprobó que no se le retirara el fuero, y obviamente, él se fue muy tranquilo a su casa. "¡No estás solo, no estás solo!", le gritaban las legisladoras, con esa depravación que rompe toda sororidad con las víctimas mujeres y muestra que, en realidad, todas esas legisladoras —y me refiero también a los hombres, por supuesto— no defienden la causa como se suponía. Ya nadie les cree.

Lo bueno de la democracia, lo bueno de la libertad, es que uno conoce a las personas y estas se revelan tal como son. Desde la antigüedad, los griegos decían: "Dale poder a una persona y la conocerás". Creo que es el caso de esta gente. Ahora que tienen poder, los estamos conociendo, y nos están decepcionando, especialmente a las mujeres, sus derechos y su dolor, al de las víctimas y su sufrimiento.

Por favor, señores y señoras legisladores, ahora que tienen el control absoluto y el poder, sigan mostrándose tal como son, sigan revelando sus verdaderas creencias y valores. Aunque los aborrecemos, ahora sabemos de su hipocresía. Eso es lo mejor de todo.



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