Opinión Editorial
Migrar con miedo y esperanza
Publicación:28-08-2025
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La migración internacional sigue siendo un fenómeno complejo, con implicaciones económicas, urbanas y de derechos humanos
Las personas migrantes suelen ser tema recurrente en las noticias y, lamentablemente, muchas veces bajo una mirada negativa. No la tienen fácil: salen de sus países por miedo y, aunque también los mueva la esperanza, esa emoción de inseguridad los acompaña durante todo el trayecto. Buscan una vida mejor, estabilidad para sus familias y condiciones dignas de trabajo, salud, educación y seguridad. Pero el camino puede ser mortal y no hay garantías de lograr su objetivo.
La migración forzada refiere la coerción bajo la que muchas personas dejan sus hogares. Si logran llegar al país de destino, enfrentan albergues, procesos legales inciertos, discriminación y la nostalgia de lo que dejaron atrás. El miedo tarda en desaparecer.
El fenómeno migratorio no se resuelve fácilmente. Involucra derechos internacionales, tiene implicaciones económicas y repercute en servicios públicos, movilidad e infraestructura urbana. Pero, sobre todo, es un asunto de derechos humanos y dignidad.
Los países receptores deben evaluar su capacidad para integrar a quienes llegan. Ello implica empleo, vivienda, educación y salud, pero también la disposición de la sociedad a aceptar la diversidad. La imagen de los países de origen y los estereotipos que circulan sobre sus ciudadanos condicionan políticas migratorias y afectan las posibilidades de ingreso y permanencia.
Aunque todos podríamos considerarnos personas migrantes en un sentido amplio, solo el 3.7 por ciento de la población mundial vive fuera de su país natal. En Estados Unidos, esa proporción es mucho mayor; entre 14 y 16 por ciento de la población, unos 53 millones de personas, son nacidos en el extranjero o hijos de inmigrantes, un récord desde 1890, durante la gran ola migratoria. Solo en 2024, la migración internacional neta sumó unos 2.8 millones de personas, equivalente al 84 por ciento del crecimiento demográfico total, lo que llevó al país a superar los 340 millones de habitantes.
Entre los países con más personas migrantes en el extranjero destacan India (18 millones) y México (11 millones). En cuanto a solicitudes de asilo, en Europa sobresalen Francia, Italia y España; mientras que el Reino Unido recibió unas 84 mil 200 solicitudes en 2024, récord reciente.
Los procesos de regularización son largos y complejos. Alemania, España, Italia y Francia, pese a marcos legales consolidados, enfrentan burocracia y retrasos que dificultan la integración. En Estados Unidos, la situación es aún más complicada, una solicitud de residencia permanente puede tardar entre 7 y 15 años, y la naturalización al menos 5 años de residencia legal continua. Todo ello con cuotas anuales, largas listas de espera y costos que suelen superar los mil dólares por trámite, dejando a millones de personas en vulnerabilidad jurídica y social.
Mientras tanto, el presidente Donald Trump, quien paradójicamente aspira al Premio Nobel de la Paz, presume de alcanzar mil 500 deportaciones diarias. De mantenerse ese ritmo, superará las 400 mil en su primer año, aunque su meta declarada es llegar al millón. Su estrategia no se limita a reforzar la frontera ya que permite arrestar migrantes en cualquier ciudad del país, incluso sin antecedentes penales. Para respaldar esta política, destinó 76 mil 500 millones de dólares adicionales al ICE, lo que incrementó detenciones y centros de internamiento.
El presupuesto base del ICE para 2026 es de 11.3 mil millones de dólares, cifra equivalente al gasto educativo anual de estados completos como Vermont o Wyoming. La comparación revela prioridades claras: seguridad y control migratorio por encima de inversión en educación y futuro.
Las medidas y albergues para personas migrantes reflejan la humanidad —o su ausencia— en los países receptores. Un ejemplo de la retórica extrema es la propuesta de construir un centro de detención en los Everglades, apodado 'Alligator Alcatraz' por sus críticos, o el plan de pintar el muro fronterizo de negro para que el calor del sol sea un obstáculo adicional.
En Europa, Hungría instaló cercas con alambre de púas a lo largo de su frontera con Serbia y Croacia, mientras que Grecia ha sido denunciada por mantener a personas migrantes en campos superpoblados como el de Moria en Lesbos, descrito como "inhumano y degradante". En Australia, los solicitantes de asilo son enviados a centros en islas remotas como Nauru o Manus (Papúa Nueva Guinea), donde pasan años en aislamiento sin certeza jurídica.
Estos ejemplos evidencian que, más allá de los discursos, los dispositivos de control migratorio son símbolos de disuasión con base al miedo. No solo buscan restringir el acceso físico, sino transmitir un mensaje político: la migración no es bienvenida.
Es triste que se olvide que hablamos de personas que, en lugar de alcanzar la esperanza de una vida mejor, enfrentan procesos sin garantías de derechos.
Hacen falta gobiernos con visión humanista que prioricen la dignidad de cada persona, sin importar su condición, raza u origen. También faltan personas que, con sentido compasivo, apoyen a quienes necesitan un lugar seguro para rehacer su vida. La migración no debería ser vista como una amenaza, sino como una oportunidad para construir sociedades más justas, diversas y solidarias, donde cada ser humano pueda aportar y desarrollarse plenamente.
Leticia Treviño es académica con especialidad en educación, comunicación y temas sociales, leticiatrevino3@gmail.com
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