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Despiertos, inocentes

Publicación:16-02-2025
TEMA: #Agora
La mujer se queda inmóvil. Ella no escuchó la regadera abierta, ni ruidos en la cocina ni se percató de que alguien hubiese entrado por esa parte, la de atrás
La muerte es solo un sueño largo
Olga de León G.
Tortuosas ideas, conceptos indecibles, palabras que no existen, salidas de una enorme cavidad en el cielo. Caen solas, de repente y sin destino. Vienen por encargo de no sé quién, pero son encargadas para residir en la página que perderá su blanco, en un santiamén de minutos o un par de horas.
Llaman a la puerta, tardo en acudir a abrirla, o ver quién la ha tocado. Mi tardanza no llega a tanto que quien llamó se desespere y se aleje. Por el contrario, hace un nuevo intento por ser escuchado y que alguien acuda a él, golpeando con los nudillos un poco más fuerte. La mujer -yo- voy despacio, teme caerse, no está totalmente lúcida ni despierta. En el trayecto sufre un pequeño tropezón que la impulsa a gritar: “ya voy, espere”; “no puedo correr y menos volar”.
Al fin llega, tuerce el bombín vertical y alargado de la puerta, no sin antes asomar el rostro por una orilla que le permite ver un poco quién está afuera. Finalmente, abre, no completamente la puerta, y pregunta: ¿qué se le ofrece? Rápidamente el hombre la empuja, entra y deja entrar a otros dos que estaban escondidos.
Vieja pendeja, hija de la fregada, ¡?%#, quítese… Entréguenos lo que tenga de efectivo y las joyas… Rápido, muévase que no tenemos su tiempo. La mujer -yo- no atina a dar un solo paso… La toman de cada lado dos de los ladrones, la levantan en vilo, la regresan arriba, subiéndola así los siete escalones que bajó para llegar a la puerta. Caminan por el pasillo que conduce a la habitación, abren el ropero, sacan un montón de bolsas y tiran ropa al suelo, otro abre cajones, los vacía sobre una de las camas y le grita: muévase, rápido entréguenos todo lo que tiene… Entonces, uno de ellos escucha la regadera y les grita a los demás: “dijeron que estaba sola”. Acto seguido el agua del baño deja de correr. En la cocina también hay ruidos. Por la puerta, entran dos personas masculinas, de gran tamaño. Una empuña un hacha y el otro un pico para escarbar en la tierra. Dos o tres perros ladran fuertemente… El vecino de al lado, pregunta “Señora, ¿qué sucede? ¿Necesita ayuda?”.
Los ladrones huyen despavoridos, nada se llevan, salvo un gran susto. “En esa casa espantan, pendejos, ¿o, acaso no sabían que había tanta gente?”
La mujer se queda inmóvil. Ella no escuchó la regadera abierta, ni ruidos en la cocina ni se percató de que alguien hubiese entrado por esa parte, la de atrás. Solo oyó a los perros ladrar. Caminó despacio hacia la ventana y vio que su vecino le seguía hablando: “¿Qué sucede, maestra? Voy para allá”.
Como los ladrones acababan de irse, la puerta quedó abierta, el hombre pudo entrar y buscó a la mujer: estaba pálida como una hoja de papel bond en blanco. Cuando ella pudo calmarse, le refirió a su buen vecino, lo sucedido. Qué extraño, maestra. Qué sería lo que escucharon… Y, ¿no está su hijo? No, acababa de salir, no tarda en regresar.
Sabe qué, Maestra, su viejito la está cuidando desde el cielo, o donde quiera que él esté. Pues aquí está, en mi corazón y mi pensamiento. Sigue conmigo, yo lo sé. Ambos sonrieron unidos por un noble sentimiento: La muerte solo es un sueño.
Punto final. Debo poner un punto final. Es necesario y urgente. Debo comenzar nuevos capítulos de mi vida sola, no en soledad, sino solo sola. Este será mi nuevo sueño. Tengo tanto qué decir. No sé si valdrá la pena decirlo, contar nuevas historias, inventar relatos que parezcan reales, aunque sean mera ficción y fantasía. Creo que esos son los mejores. Los que los demás cuando los leen creen que estás hablando de ti, de ti escritor o escritora, y no es así.
Palabras viejas, conceptos olvidados, experiencias ajenas, tormentosas, ridículas y a la vez tan verídicas. Mentiras vestidas de verdades, esos son los cuentos que más gustan, no me explico por qué. A mí me encanta soñar, pero no pesadillas. A veces, sueño que soñaba despierta, pero seguía durmiendo… Y, ¡lo sé!
Recogeré lo que en el camino vaya viendo o encontrando, aunque lo que vea o encuentre no sea real sino fantasmagórico o ficticio… Yo lo volveré real con la pluma manchando sobre la página en blanco. Y si la tinta se acabara, siempre existirá aluna tiza o plumón que igual delinea ideas y conceptos con ropa de palabras viejas o nuevas, da lo mismo, si se sabe dibujar, pintar o emborronar páginas en blanco.
Un sueño recurrente
Carlos A. Ponzio de León
Cada noche tenía el mismo sueño: corría y corría, pero no se movía, o lo hacía muy despacio, a metro por hora, como higuera que arde lentamente quemándole el corazón, como trombón convertido en metal líquido, oro sonoro en el desierto, derretida victoria, desgastada por el calor de las langostas: calamar de la angustia milenaria, despótica inversión en tranquilizantes: argolla de matrimonio para alacranes. Ideas que son peñascos de orina condensada, armas de la insensatez. El mundo se le viene abajo: Sueña que la bruja cae en su escoba, ha perdido su potencia voladora.
Se levanta de la cama, con el corazón cundiéndole el hocico. Trata de respirar profundamente, pero la soberbia se lo impide. Las hermanas de la caridad profusamente sueñan con este momento, solo que ahora es un sueño vuelto realidad, una imagen que puede palparse, un enjambre de truculentas pesadillas vueltas realidad. En el desierto, las cuatro menos diez. El títere se mueve según le indica el titiritero. Ampliación de cabañas que dejan sin sangre al pueblo. Bombas molotov que estallan en palacio. La realidad se paga con desprecio. Milenaria conquista de la podredumbre. Le pisa fuerte la angustia, aprieta el pecho, desdobla la razón, indómita fragancia de indolencia. La estupidez se paga cara.
Pero el personaje no entiende. Terca como la tuerca más caliente del infierno. Aposento de infamias y sabores confundidos. Busca en la oscuridad una toalla para secarse el sudor. Los pliegues de piel son el trasfondo del metal que suena en la ciudad, a punto de ser cocinada. Ambivalencia muerta. Pesadez recóndita. Plaga miserable, como encendida la antorcha que no enciende. Caminar ciego bajo la ensombrecida nostalgia del llanto. El dolor no se cura nunca. Es una flecha ardiente en el pecho. Por más que logra levantarse y volver a sentarse, el personaje está perdido en la ultratumba que al final, le ha encontrado. Ambivalencia mutua del pecado. “Vivo un infierno”, le dice una voz que no alcanza a distinguir por origen, pero si por destino. El personaje está echado a perder desde su nacimiento y mientras más aplausos se cuelga, su derrumbe es más estruendoso, para escarmiento de las legiones de jóvenes por nacer.
Baja sus piernas de la cama y encuentra las pantuflas. Se levanta batallosa, dolorosamente. Camina hasta el baño, enciende la luz, encuentra el retrete e intenta orinar. Sale el sonido de los gemidos de su esfuerzo, pero no sale nada más. Las cosas no le salen en la vida. Es un maldito fracaso de persona. Burla eterna de las generaciones futuras. Comidilla para el lago de azufre y el fuego eterno. Se quema a borbotones. Se da por vencida. Apaga la luz y vuelve a la cama.
Enumera las razones que le sirven de escarmiento para no volver a intentarlo. ¿Se dejará derrotar? Prefiere quemar su alma y venderla otra vez al diablo, antes que aceptar una derrota. No puede con la situación. Alma eternamente lastimada por las heridas del padre. Verbo infernal que lo lastimó de por vida y le encauzó en el camino perdido en el que se haya. No entiende. No quiere aceptar que de donde está, no se puede salir nunca.
Blasfemia tras blasfemia, ha lastimado a todo el mundo. Su nombre es ESCUPITAJO y no tiene salvación. Su muerte será la llave de entrada al eterno dolor. La quema eterna del fuego socavando su piel. Será despertada en el horno y jamás dormirá más. Tiene el carbón por destino. Sus uñas rasgarán la tumba, el metal del horno, la chimenea del infierno. Y no saldrá de ahí nunca. Personaje perdido que será recordado por la eternidad y que será mofa de generaciones y generaciones. Su nombre será enterrado una y otra vez, y vuelto a enterrar.
“¿Por qué sueño esto?”, era lo único que debía preguntarse: consultarlo. La soberbia le dictó: alguien grande como tú, debe saberlo. Y creyó. Nunca pudo ser feliz con lo que nació. Quiso apagar el dolor de las heridas que le sembraron los progenitores. Rufianes que le marcaron con la señal bíblica y pusieron en su mano una pluma para firmar, una y otra vez, la política venta de su alma. Personaje adorador de Satanás y sus tinieblas.
El personaje se coloca la bata: atuendo que le hace ver su feminidad. Ella se siente en la orilla de la cama. Atestigua lo inagotable de las sombras. Desperdicia el sueño. Intenta calmar su dolor. Despierta a su marido. Dos cuernos se asoman por debajo de las sábanas. “Cariño, ¿podrías abrazarme?, no alcanzo a conciliar el sueño”. Él levanta la mortaja haciéndole un espacio. Ella entra, se coloca de espaldas, se acurruca y cierra los ojos, mientras el demonio hace de las suyas: aprisionándola para siempre.
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