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El rinoceronte y el gallo

El rinoceronte y el gallo


Publicación:21-09-2025
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Estaba frente a la cabaña. Idéntica a la que mis sueños recurrentes me habían presentado en las últimas noches

En medio de la nada

Olga de León G.

Ignoro cómo llegué hasta allí. Un día me desperté y supe que debería ir a buscar la choza o cabaña que desde hacía varios meses se me presentaba en sueños como el lugar que me revelaría varios misterios sobre mi vida y las vidas de las personas a mi alrededor.

No creo en cosas irreales, fantasías, ni en secretos que se esconden en los sueños; pero, en esta ocasión, eran muchas las repeticiones sobre un mismo asunto: un extraño sueño en el que una especie de divinidad o Mago de Oz me insistía en que fuera a cierto lugar, porque allí estaba la clave que me revelaría algo muy importante sobre mi futuro inmediato.

El asunto era descifrar en dónde estaba ese lugar, donde hallaría una cabaña o choza a donde debía acudir. ¿Qué hago?, me pregunté en silencio. Y mi pensamiento contestó de inmediato: pues, nada. No tengo nada qué hacer acerca de lo que no entiendo ni sé de qué se trata. Dejaré que el día transcurra y veré a dónde me lleva. 

Inicié mi rutina: me levanté a las siete con treinta minutos de la mañana, fui al baño y luego a la cocina a poner la cafetera. Volví a la recámara, saqué la ropa que me pondría y tomé mi toalla para secarme después del baño. 

Revisé la hora. Calculé que, en bañarme, secarme, desenredar un poco el cabello, y vestirme, me tardaría entre veinticinco minutos y media hora. Estaría saliendo de casa, después de prepararme el desayuno y desayunar, cuarenta minutos más tarde; ya que también acabaría de peinarme, alisando y acomodándome el cabello con la secadora. O sea, para las ocho con cuarenta y cinco minutos ya estaría echándole llave a la puerta principal, si no se presentaba ningún imprevisto.

Desde que me subí a mi cochecito y salí en reversa de la cochera, noté diferente el día. No había gente afuera, ni autos circulando. No vi una sola alma caminando por las aceras, a pesar de haber avanzado ya cinco cuadras. No se oía un solo ruido, no había pájaros ni palomas revoloteando sobre las ramas de los árboles, su follaje no se movía. Reinaba en el ambiente absoluto silencio. 

No me alarmé por ello, hasta que salí de la última cuadra de la colonia donde vivía y noté que había cambiado el escenario. Parecía que estaba en otra parte, y no a punto de tomar Vía Tolentino. Y, ¿ahora, qué hago?, ¿por dónde debo seguir conduciendo? Se me presentaban tres alternativas y estaba absolutamente desorientada.

Una fuerza extraña y superior a mis capacidades hizo que soltara el volante y el auto siguió un rumbo que no supe nunca, ni lo sabré hoy o mañana, quién lo guio. Era como, si al mismo tiempo, hubiese caído en un pesado sueño y sin que se me cerraran los ojos, me dormí... No sé cuánto tiempo estaría así; solo recuerdo que repentinamente llegué hasta el lugar que había visto en mis sueños

Estaba frente a la cabaña. Idéntica a la que mis sueños recurrentes me habían presentado en las últimas noches. Y, sin que yo hiciera ningún movimiento, la puerta del auto se abrió y algo me impulsó a bajarme. En cuanto puse mis pies en el suelo, no me pude mover. Quedé de pie observando, con cierta estupefacción e incredulidad, hacia la cabaña.

El cielo se oscureció, parecía como si las estrellas no fueran suficientes para iluminar el entorno. De la cabaña emanaba una luz intensa que permitía ver -por las ventanas y la puerta que estaba abierta- hacia el interior. Se percibían algunas personas, dos o tres: a la espera de que yo entrara; como si supieran que llegaría hasta allá.

Pero, mis pies no lograban moverse. En la cabaña se percataron de ello y empezaron a salir del dintel de la puerta y, según mis ojos veían, venían hacia mí. 

Me puse nerviosa. Hice esfuerzos sobrehumanos por guardar la calma y esperar a que pasara lo que tuviera qué pasar. Hasta que las estrellas y las luces del entorno se encendieron como siempre y vi que estaba aún sin salir de la cochera de mi casa. No fue un sueño. No. Solo una reproducción del cuento que escribía para hoy, la noche del viernes en el ordenador de palabras, mal llamada, "computadora".

Enfrentamiento mortal

Carlos A. Ponzio de León

Mi madre me dijo aquel día: "Hija, por amor de Dios, no te vayas a vivir con tu novio. Siéntate". Eso me dijo, tomándome del brazo. Ocupamos nuestras respectivas sillas y continuó: "La historia que voy a contarte no la conoce tu papá; así es que te voy a pedir que nunca la menciones; quiero que sea nuestro secreto". Tomó su cajetilla de cigarros y encendió un pitillo. Aspiró profundamente, dejó salir el humo y me miró a los ojos. "Un día, yo también fui joven e hice lo que estás a punto de hacer en estos momentos". Quise interrumpirla para decirle que, de ninguna manera, nuestras historias podrían ser iguales; pero cuando estuve a punto de hablar, me hizo una seña para que callara; así es que guardé silencio. "Cuando tuve diecinueve años, me fui a vivir con mi novio, a quien siempre consideré el amor de mi vida; y tal vez lo haya sido". Mi madre hizo una pausa y luego dijo:

"Ya había tenido novios antes. Uno importante, pero ninguno como aquel. Estaba convencida de que ese sería el amor para siempre. Todo comenzó muy bien. Él era cinco años mayor que yo, trabajaba en un taller mecánico importante, de marca, con gente que había invertido mucha lana. Yo me quedaba en casa o bien hacía mandados que él me pedía o que yo necesitaba".

"Una de esas mañanas, cuando él se había ido a trabajar, alguien tocó a la puerta. No sé de dónde sacó la dirección, pero era un exnovio mío, el último que había tenido. Me quedé sorprendida de verlo. No me lo imaginé. En fin, así fue".

"Por la tarde, llegó mi novio, el mecánico y tuve que decirle. Le conté que había tocado a la puerta un exnovio y le dije... sí, se lo dije, que me había mordido. "¿Cómo?", me preguntó. "¿Qué pasó? Explícame". Y yo nada más le repetía que me había mordido. "¿Dónde te mordió?". Para entonces él ya estaba gritando. "Me mordió, nada más", le seguí repitiendo. "O me dices qué pasó, o no me vuelves a ver". Yo me quedé pensando: Éste está bromeando. "Me mordió", le repetí, y no quise darle más importancia al asunto".

"Pasó el fin de semana. No me habló. Y el fin de semana agarró sus cosas, las puso en cajas que traía en la camioneta y se fue. Nunca más lo volví a ver. El lunes fui a buscarlo al taller, pero me dijeron que se había ido para Estados Unidos".

Así me contó mi madre.

Y esa no era toda la historia.

Pasaron los años, mi mamá conoció a mi papá, se casaron y nos tuvieron a mí y a mi hermano. Cuando un día se encontró con una mujer que le pareció conocida, hizo memoria y recordó que era la hermana del mecánico con el que había vivido. Se saludaron y mi mamá le preguntó por su hermano. Aquella dijo que vivía más al norte, por Arboledas, que era distribuidor de medicamentos. 

Mi mamá le llamó a una amiga para pedirle consejo. Aquella le sugirió que buscara en la sección blanca del directorio telefónico. Eran unos librotes que había por aquel entonces que repartía la compañía telefónica en las calles. Y total, encontró el nombre del hombre. Marcó y le contestó una voz de mujer. Preguntó por él. "No se encuentra". Mi mamá ya no se acuerda ni qué rollo le echó, que iba a entregarle un pedido de medicamentos o algo así; y total, le sacó la dirección.

Y con su amiga, fue a buscar el lugar. Era una casa amplia en la que, en la cochera, tenían un negocio de comidas corridas. Se bajaron y ordenaron. La que atendía resultó que era la esposa del individuo.

Mi mamá ya no hizo más... como hasta los seis meses. Fue otra vez al negocio de comidas y ordenó. Le pareció extraño que no estuviera la mujer atendiendo y preguntó por ella. Le dijeron que había fallecido.

Mi mamá regresó a la casa y estuvo piense y piense, hasta que decidió marcarle otra vez al hombre. "Bueno", le contestó él. Ella se quedó muda, pensando qué decirle exactamente y con la voz todavía temblorosa, finalmente le dijo: "Soy tal para cual". Entonces él le respondió: "No, por favor"; y le colgó. Ahí paró el asunto.

Ese día, en la mesa de la cocina, mi madre me dijo: "Todo fue un malentendido, hija. A esa edad, no se está preparado para una relación". (Abdías 1: 1-21).

 

 



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