Banner Edicion Impresa

Cultural Más Cultural


La alondra sin compasión

La alondra sin compasión


Publicación:02-03-2025
++--

Lo especialmente curioso del caso fue que más de los que habían aceptado revelar sus secretos, tomaron el micrófono ese día y se quitaron un peso de encima

La sinrazón del ser

Carlos A. Ponzio de León

    

    "Pueblo chico, infierno grande", me dijo Toño. "Podría ser una trampa, como dices", le respondí yo. Nos quedamos mirando. Luego observé el cielo naranja del atardecer, la fuente con chorros de agua de colores, los restaurantes, la gente en sus mesas al aire libre, todos metidos en sus pláticas. Había cierto desencanto de Toño por la humanidad. Y hasta cierto punto, yo lo compartía. "¿Cuántos años viven las personas en este pueblo?", me preguntó. A sus palabras les siguió el silencio, dando tumbos bajo las mesas, acompañado por golpes sincopados de los chorros de agua en la fuente. "Si lo miras bien, hemos hecho mucho por este pueblo y nadie lo agradece". Nos invadió otro silencio, esta vez un poco helado. "¿Setenta años?", continuó diciendo, "son bastantes; ¿y para que nadie encuentre el tesoro enterrado en el desierto? Ninguno busca. Caen en la trampa, como moscas pegadas a la mesa, atrapadas por la misma miel que chupan".

    Di el último sorbo a mi agua mineral y ordené otra. "Yo tengo mucha paciencia", le dije a Toño, "pero el tiempo se le está agotando a este pueblo. Se viene la temporada de lluvias y huracanes... y debo recordarte que Dios no solo castiga a líderes corruptos, sino también a pueblos enteros que eligen esos líderes; va a ser devastador". Toño estiró los pies bajo la mesa, acomodó su cadera en el asiento y me dijo: "Hay un tema con el liderazgo", me dijo. Me quedé callado. Volteé a mirar del otro lado de la acera, y mi mirada encontró a tres jóvenes caminando con gracia, con un desplante seguro de belleza. "Nadie entiende, me parece", le respondí.

    La fuente frente a nosotros comenzó a lanzar chorros que se convertían en donas, retornando al fondo del estanque. "Hay un problema de comunicación muy grave", continué diciendo. "No solo me refiero a ese liderazgo", me dijo Toño, "sino que del otro lado parece que el liderazgo se está difuminando; esto se puede convertir en una historia más triste que la de Santa Ana". "¿A qué te refieres?", le pregunté inmediatamente. "Tú sabes, los valientes enfrentan a los fuertes; los cobardes, a los débiles". Como en una sala de conciertos donde la orquesta muta, arreció el silencio. "Había mucho que aprenderle al viejo", concluí.

    La luna comenzó a aparecer en el cielo, escondida detrás de una nube. Brilló en cuestión de minutos. Limpia; clara como el ecuestre divino, rompiendo alas, olas de la imaginación. Seductora de la noche, símbolo del clítoris y la vanguardia de los hombres nocturnos. El enfermizo acierto de la noche. Triste verdad, desnuda, que rasga y quiebra el corazón.

    "Conocí a un hombre que habla más que una mujer sola", me dijo Toño, "y va por la vida profiriendo injurias todo el tiempo". Me quedé pensando en los árboles del parque que teníamos en frente. Vi sus ramas caídas, como lágrimas iluminadas por el delirio. "El ego no tiene fondo", le respondí, para luego continuar: "Debe ser un hombre muy herido". "Quizás tengas razón", me dijo Toño, "pero todo hombre que llega a ser un adulto debe hacerse responsable de sí mismo: Si no va a terapia a sanar sus heridas, seguirá abriéndoselas cada vez que abre la boca para lastimar a alguien más. Lanza, a otros, dardos que se clava él mismo". "El encono crece", le dije. Toño asintió con la cabeza.

    "Volviendo a nuestro tema", me dijo él, "habrá que escuchar; es parte del juego; no se pueden mover las piezas del ajedrez si no conoces su posición en el tablero". Estuve de acuerdo; pero no dije nada. Enderecé mi espalda.

    Empezó a escucharse música en las bocinas del café en el que nos encontrábamos; "New York, New York", con Frank Sinatra. "Hablando de personas heridas", comenzó a decir Toño, "una vez, una mujer resentida con su género me dijo que la música de Frank Sinatra siempre la imaginaba tocándose en un asilo de ancianos; que era algo así como el consuelo de los fracasados; le he perdido el gusto a esa otra pieza suya: "My Way". Te lanzó un dardo envenenado", le dije. "Y dio en el tino", respondió soltando una carcajada.

    "La vejez no es muy agradable", me dijo, "¿qué más daría yo que la oportunidad de rejuvenecer y volver a vivir con toda esta experiencia que tengo ahora". "¡Eso sería fantástico!", le dije. "¿Por qué Dios no nos habrá dado esa oportunidad?". "No a todos", le respondí... a la Medusa Inmortal le concedió el favor; pero creo que no piensa mucho". Se quedó mirando fijamente a la fuente y me dijo: "Yo no necesitaría gran cosa", me dijo, "excepto la oportunidad de aparearme". Ambos soltamos tremendas carcajadas.

    Va la inflación.

Si se oculta, es secreto.

Olga de León González

    Lo que se cuenta, así sea a una sola persona más del dueño de tal o cual información, deja de ser secreto, si es que alguna vez lo fue. Si en realidad no quieres que nadie más, aparte de ti, sepa tal o cual cosa, pues no se la cuentes a nadie. La indiscreción es de los pecados menores, quizá el más extendido y el mayor, pues su efecto es irreversible: una vez descubierto, nada puede hacerlo desaparecer.

También pienso que saber guardar algo que se nos dijo, apostándole a la confianza en nuestra discreción, es la mayor prueba de amistad que se nos otorga y que nosotros estamos obligados a respetar, si nos consideramos verdaderos amigos de quien depositó su fe en nosotros. 

El hilo de margen entre la confianza y la amistad debe ser indisoluble. Nunca debe romperse ni desaparecer. Así lo creo, lo pienso y lo ejecuto en la práctica. A las mujeres se nos señala como seres indiscretos que no sabemos guardar secretos. No estoy de acuerdo con tal máxima. Pues entre los hombres los hay, tan indiscretos o más que la más ingenua de las mujeres.

Pero, indiscutiblemente, es difícil guardar silencio ante algún interrogatorio, o la menor acechanza al ego, cuando estamos en desventaja ante quien pretende que caigamos en la tentación de hablar de lo que no deberíamos. Sin embargo, si tan solo ponemos las cosas invertidas, y pensamos que otro quiere hacernos ver en desventaja y realmente mal ante la amiga que confió en nosotros, quizá sigamos en silencio y nada nos harán decir, de lo que no nos pertenece.

  En fin, esta reflexión va siendo demasiado extensa en su introducción... Ya es hora de entrar en materia literaria o narrativa.

Hace no demasiados años, pero sí algunas décadas, vivían en la comarca un grupo de aldeanos pertenecientes al condado más próspero de la región, quienes no eran dueños de más que la pequeña propiedad que habitaban; pero tenían el privilegio de ser los guardianes y cuidadores del orden de todas las cosas, lo que les daba la concesión de caminar libremente por entre sus calles y casas, a fin de confirmar que todo estaba bien. Y que no había peligro de ninguna especie. Su honestidad y confianza eran sus mayores tesoros, por eso todo mundo los respetaba y agradecía el servicio que le prestaban a la comunidad. A cambio recibían la concesión de no pagar impuestos, que aunque no pagaban mucho por ser dueños de poco, eso les permitía guardar ese dinero como ahorro, para futuras eventualidades.

Un día, aparecieron sin que nadie supiera de dónde venían ni cómo habían llegado hasta su territorio, enclavado en lo más espeso del bosque y a donde nadie llegaba por no estar anunciada su existencia en ningún mapa, un grupo de seis hombres de no muy buen ver, y peor vestir y andar, que comenzaron a merodear por las calles de las residencias más ostentosas y ricas y pasaban tanto al atardecer como ya anochecido.

Pronto fueron reportados como desconocidos no deseables y los guardianes del orden se dieron a la tarea de buscarlos e interrogarlos con el fin de saber qué hacían en el condado.

Pero hábiles y ladinos como suelen ser los mentirosos y malhechores, se habían inventado una truculenta historia, tan falsa como sus blancas intenciones de turistas. Les relataron a los guardianes del orden, que iban en busca de alguien que les había vendido varias hectáreas de tierras y diversas propiedades... Y que buscaban la dirección para reclamar sus legítimas propiedades.

    Por supuesto que los Guardianes no les creyeron, ya que sabían bien que en la Comarca, nadie vendía tierras ni residencias, pues solo las heredaban: pasaban de padres a hijos, y a nietos o, en todo caso, donaban alguna para beneficio de la misma comunidad.

    Mas resulta que tales vivales, no se sabe cómo, habían descubierto ciertos secretos de algunos de los más poderosos del lugar, y pretendían chantajearlos, divulgándolos si se negaban a darles lo que pedían. Habiéndoles hecho confesar los nombres de los hombres a quienes pretendían chantajear, los Guardianes del orden hablaron con dichos vecinos y potentados, para que estuvieran de acuerdo en confesar públicamente, aquello que habían conservado en secreto. Lo cual no era realmente algo de qué avergonzarse, pues solo se trataba de su origen humilde y sin abolengo alguno.

    Al principio, la mayoría de los que serían puestos al descubierto, se negaban, pero al comprender que vivir en la mentira y el engaño les traería ahora un verdadero problema, al descubrir sus secretos unos simples forasteros malhechores y malandrines vividores de los secretos de familias acaudaladas, estuvieron de acuerdo en revelarlos ellos mismos.

    Se hizo una reunión extraordinaria, al día siguiente, Lo especialmente curioso del caso fue que más de los que habían aceptado revelar sus secretos, tomaron el micrófono ese día y se quitaron un peso de encima al no tener que cargar con secretos (o engaños) sobre sus espaldas.

    Los recién llegados, viendo lo que sucedía, optaron por irse de inmediato... Quizás en busca de otro poblado o comarca, donde hubiese secretos sin revelar.

 



« El Porvenir »