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La fama insuperable

La fama insuperable


Publicación:31-08-2025
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Platicadas así las cosas, parecen tan fácil, agradables y bellas

Nunca digas no

Olga de León G.

Corría el mes de diciembre de 1967 y yo recordaba el día memorable de ese fin de año en la casa de las tías Chelo y Lola, tres años antes de que falleciera papá y muy delicada nuestra madre. Ambos murieron muy jóvenes, de cincuenta años, con una diferencia de cuatro años entre ellos.

En ese año, 1967, nuestros padres y el resto de los hermanos recién habían llegado de Reynosa para pasar acá los días de vacaciones de invierno. Nos alojábamos todos en la casa de Mitras Sur; mientras nos cambiaríamos, a la Col. Linda Vista, de Cd. Guadalupe, N. L.

La vida y el destino nos cambiaron radicalmente nuestros sueños, tres años después, cuando papá falleció, los dos mayores tuvimos que enfrentar la realidad y hacernos responsables de la educación de los menores (cuatro hermanos de entre 11 y 18 años). La consigna era que todos tuvieran al menos una licenciatura... y así fue. Con la dicha de ver a los dos menores continuar con doctorados en el extranjero (Canadá y Francia).

Platicadas así las cosas, parecen tan fácil, agradables y bellas. No lo fue, no precisamente fácil. Pero, honor a quienes honor merece, los dos menores, se lo ganaron a pulso; si bien tuvieron un fuerte empujón de nuestra parte, ellos hicieron lo suyo. Y nos enorgullecemos de ello, de haber hecho realidad el sueño de nuestro padre: que todos sus hijos fueran- por lo menos- universitarios. 

Yo sé que mucha gente de Reynosa y algunos amigos de papá de aquí de Monterrey, se sintieron también felices de nuestros logros: los hijos que se quedaron sin la cabeza de la familia, muy jóvenes, todos recorrieron el mejor camino, el de la educación superior: no muchos en nuestras circunstancias, lo logran. 

Por eso, nos sentimos y sabemos, "sobrevivientes", a los embates de la vida ante circunstancias adversas. Quién iba a pensar que una carrera como Filosofía y una Maestría en Letras, me permitirían los pequeños logros que pude compartir con mi familia.

Yo pensaría que una carrera como Ingeniería de Mecánico Eléctrico, sería más productiva... Y sí, pero gracias al empeño de mi hermano, que me sigue en edad (él comenzó a trabajar para ayudar a los hermanos y para construir casa a nuestra madre, desde que murió papá, estando en quinto año de la carrera). En cambio, yo recién había concluido mis estudios (daba clases en una preparatoria privada de las 7:30am hasta las 10:pm). 

Tuve a mi cargo 8 o 9 grupos con diferentes materias que iban desde Español 1, Español 2, Estilística, Ética, Filosofía, Lógica (mi pasión), Estudios económicos de México, Sociología, Etimologías, Ética profesional (en la Normal básica), Literatura Universal y Literatura mexicana e hispanoamericana, si es que no me falta alguna. 

Obviamente yo estaba dedicada a preparar mis clases, no ayudaba en los quehaceres de la casa, de ellos se encargaban algunos de los hermanos menores. Tengo que reconocerles a ellos su labor, ayudaron mucho, y también trabajaban en fábricas; no todos. No, claro que no todos contribuyeron a la par que los dos mayores, pero sí los más pequeños. Y, creo que finalmente, la vida y Dios, si se me permite decirlo (a pesar del agnosticismo que me permea), los han premiado, ayudándolos a salir de batallas muy fuertes que recientemente han tenido que enfrentar. 

En esta etapa de mi vida, en la que como adulta mayor y recién habiendo pasado la pérdida de mi esposo, estoy francamente sensible y muy afectada por las cosas menores, y las no tan menores, de la vida. Quizás por eso, no logro superar este bache y retomo más frecuente de lo que quisiera los capítulos más duros que me han tocado vivir. No pienso que sea la única en el mundo que ha sufrido, por el contrario, tengo días tan buenos y claros, que suelo pensar que yo realmente no he sufrido, no he padecido tristezas ni dolores muy fuertes.

Pero, también creo que una buena dosis de dolor y tristeza son buenos elementos para producir buenos textos... aunque, ahora, no sea mi caso. Me gusta creer que mis experiencias pueden ayudar a otros, más que entristecerlos. ¡Ojalá las vean en retrospectiva y como espejo!

Nunca digas "no, a mí eso no me viene"; "ni nunca seré como ella". Porque yo no era así: la vida me enseñó a ser modesta, mostrar mis heridas y mis pequeñeces. También me enseñó, entre muchas otras cosas a no decir: "jamás beberé de esa agua" ... Porque nunca sabemos cuándo habrá una fuerte sequía.

La venganza palpitante

Carlos A. Ponzio de León

Claudia vivía al norte de la ciudad, rumbo a la carretera que lleva a los ranchos de fin de semana que poseían los habitantes del área metropolitana. Estaba casada con un académico a punto de retirarse, veinte años mayor que ella, en una casa que a él la enorgullecía: se trataba de una construcción cuadrada de postes y vigas de madera con un jardín enorme al frente, con dos fresnos bien plantados que ofrecían una refrescante sombra durante los tiempos de calor. Tenían dos niños y ese verano, Claudia había quedado enamorada de un alumno de su esposo.

El joven, en los veinte, diez años menor que ella, le escribía poemas y la llevaba a escuchar conciertos de música clásica con la orquesta de una ciudad aledaña, a una hora de distancia en automóvil. Ese verano hicieron el amor en un hotel, en el estudio de él e incluso, en la cama matrimonial de Claudia cuando su marido estuvo fuera.

Su esposo descubrió el amorío y luego de dos días de gritos, reproches y platos rotos, decidió llevarse a la familia completa de vacaciones durante dos semanas, a la playa. Quería pensar bien las cosas; sintió que era su culpa lo sucedido, que había descuidado a su mujer durante algún tiempo. No era un viaje que Claudia quería hacer, pero tuvo que aceptar si deseaba arreglar el matrimonio. Ella también debía pensar sus temas. Estaba cansada de la rutina cuidando niños, atendiendo al marido, limpiando la casa: la cual, por cierto, detestaba con toda su arquitectura. 

Su aventura con Lorenzo le había inyectado más felicidad de la que había perdido en su vida durante los últimos cinco años.

Luego de dos semanas en la playa, emprendieron el regreso. Le avisaron a Eunice, la prima de Claudia que se había quedado cuidando la casa y las mascotas, que iban en camino. En el trayecto, Claudia venía pensando en las palabras que le diría a Lorenzo: "No puedo dejar a mis hijos y tú no te vas a hacer cargo de ellos. Mi marido no va a dejar que te gradúes si lo dejo por ti. No hay nada que podamos negociar. Este es el final".

Al llegar al hogar, Claudia bajó del auto y reconoció las dos voces que se escuchaban en el patio: Eunice y Lorenzo. Se dirigió a su recámara y desde allí escuchó las risas. No hubo necesidad de dar explicaciones. Eunice y Lorenzo comenzaron a salir y la relación de Claudia con el chico se acabó, sin necesidad de un acuerdo.

Un mes más tarde, Claudia se dirigió a la institución financiera donde tenía acumulados sus ahorros. Llegó a retirar todo su dinero, lo que tenía invertido en la bolsa, lo que estaba en la banca de inversión; todo. Ella lo que quería era efectivo. Iba a desaparecer sin dejar rastro, no habría manera de localizarla. Luego fue al banco a saldar y cancelar su tarjeta de crédito. De ahí, a la compañía de televisión de paga, el contrato estaba a su nombre. A media tarde concluyó los trámites y regresó a su casa.

Subió a la recámara, abrió el armario y colocó sobre la cama una caja de zapatos llena de recuerdos: entradas al cine y boletos para escuchar música clásica con Lorenzo. Los poemas escritos por él, a mano. Encontró el programa de mano de cuando escucharon la Sinfonía número 8 de Mahler. Recordó que a esa obra la apodaban la Sinfonía de los Mil. Bajo el programa apareció un libro: el poema Fausto, de Johann Wolfgang Goethe; y en medio: una hoja con algunas anotaciones. Recordó aquella tarde en que Lorenzo le dio el presente.

Hicieron el amor en el estudio de él. Luego viajaron en auto para ir a escuchar la sinfonía de Mahler y finalmente cenaron en un restaurante lujoso. Ahí, Lorenzo le regaló el libro e hizo las anotaciones en el papel, señalando un número de página del poema: la escena donde Mefistófeles se aparece por primera vez frente al protagonista de la obra, en la primera parte. Lorenzo le dijo a Claudia: "Te voy a contar un secreto: la vida monótona es la que le lleva a Fausto a realizar un pacto con el demonio. "De esta manera, abro un sello en el poema de Goethe".

Fueron los tiempos de la crisis económica del tequila.

Veinte años después, sus hijos se habían graduado de la universidad y ahora trabajaban en el extranjero. Junto a la ventana del segundo piso de su departamento en la Ciudad de México, Claudia sostenía entre sus piernas la misma caja de recuerdos. El libro, el programa y la hoja con anotaciones. "La vida nos amarga tan fácilmente", dijo para sus adentros.

 

 



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