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La calamidad de antaño

La calamidad de antaño


Publicación:17-08-2025
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No mires hacia atrás si no quieres llorar

Ideas y dichos renovados

Olga de León G.

No mires hacia atrás si no quieres llorar. Ayer, no todo fue hojuelas sobre miel; pero sí puedes encontrar paisajes bellos y rutas felices entre los intrincados caminos de un pasado que, por azares de la vida o actos intencionales, se quedó en el olvido. Cada uno escoge qué quiere recordar y revivir en algún momento, a pesar de que, en el momento de la historia vivida, nada haya sido ni libremente elegido ni vivido por voluntad propia.

"La vida da muchas vueltas". A veces nos confronta con experiencias del pasado, solo para mirar si aún lo recordamos. O, si aprendimos alguna lección de lo que nos golpeó en el rostro y, de frente... habiéndolo ganado a pulso y por tanto, merecido por ingenuos o poco precavidos; o, quizás, siendo víctimas del destino.

Si yo fuera Sancho y mi amo quien me estuviera aleccionando, aquí dictaría Cervantes, a través de don Quijote: "No te aflijas inútilmente Sancho, que mientras tengáis vida, nada se ha terminado: todo está por verse, y tú lo verás aún, solo quédate alerta y no pierdas el rumbo". 

Cuántas estrellas tiene el firmamento, el ser humano puede poseer igual número de brillantes ideas, si entiende que cada una de ellas no ha de provenir solamente de su pensamiento, sino del de la historia, de los que venían delante de él, y de los que fueron acallados por vientos agitados y por la envidia y el celo de pseudo hombres. 

"Más vale pájaro en mano, que un ciento volando", dice un refrán popular, a lo que yo añadiría: todo depende de para qué se quiere el pájaro, pues un ciento volando sería un maravilloso espectáculo para captarlo en una pintura o cuadro. "Lo mismo da el pinto que el colorado", si nada especial se fraguará con él o ellos. "Nadie busca lo que ha perdido, mientras ignore que alguna vez lo tuvo". "Dime con quién andas, y te diré quién eres", en caso de que no lo supieras. Sin embargo: "La compañía no te mejorará ni empeorará, si tú te mantienes firme a tus principios y marcas tu territorio y el rumbo de tu vida, con certeza y determinación".

Si vivir con dignidad, humildad y empatía hacia todo el mundo, especialmente por los que no se nos parecen, pero que igual son seres dignos, fuera algo sencillo, nuestro aplomo moral bastaría como coraza protectora contra la maldad y la envidia de los que carecen de principios y de rectitud.    

A donde se fueron los días llenos de luz, claros y sencillos, a dónde se fue la gente buena que era la única que poblaba la tierra en los años primeros de la existencia del mundo. Cuándo y por qué aparecieron seres siniestros y malvados... ¿Será realmente el sistema económico el único factor que sembró las diferencias y los males del mundo? 

Dónde y cuándo nació "el progreso". ¿Es un mal o un bien, necesario? Si todos fuéramos iguales y pensáramos también igual, amen de lo aburrido que sería, ¿podríamos vivir en comunidad, en paz y con tranquilidad? Puede negarse que cuando alguien dijo: "Esto es mío y no permitió que alguien lo tuviera gratuitamente", surgió la primera forma de dominio, la propiedad privada y, en términos extremos, nació el capitalismo... Sistema que se desarrolló tanto que llegó a asfixiar a la humanidad y volverse el enemigo número uno de la paz.

¿Existirá algún sistema económico ideal para la convivencia entre los humanos que les permita desarrollarse libremente y no interferir con el progreso de otros, mientras ellos también progresan?

"A Dios rogando y con el mazo dando", o lo que es lo mismo: no esperes que con solo orar te caerá del cielo el alimento, la cobija y el techo: trabaja por ellos y hazlo con el mejor azadón y semillas que tengas y siembres. "Hay aves que cantan, aunque la rama cruja, como que sabe lo que son sus alas". Pero, no exageres, no sigas cantando solo por el amor al arte y te olvides de que tienes alas, porque si lo olvidas, caerás irremediablemente.

Un poco de lluvia no hace una tormenta; pero toda tormenta comenzó con una fuerte lluvia. También me encanta la frase y el poema "A Gloria" de Salvador Díaz Mirón, que la lleva en una de sus estrofas, y que dice, así: "Hay aves que cruzan el pantano y no se manchan... ¡Mi plumaje es de esos!". Pienso como el gran poeta Díaz Mirón, que ya por suerte o por casualidad, "El mérito es el náufrago del alma: vivo, se hunde; pero muerto, ¡flota!"

De las entrañables frases de Juan Rulfo, viene una a mi memoria, triste y dolorosa que pinta al México de entonces... Y, aún al de ahora: "¿Qué país es este, Agripina?". Le dice el profesor a su mujer que cargaba entre sus brazos al más pequeño de sus hijos, quien busca comida y un lugar dónde pudieran pasar la noche... Nada encontró. Entró a la iglesia, un jacal derruido, a rezar.  Así, en el contexto de la miseria y abandono en que estaba ese lugar, como muchos otros del sur de México, se desarrolla el maravilloso cuento, Luvina: Joya literaria que describe la tristeza, soledad y miseria del cerro de Luvina.

La tempestad mortuoria

Carlos A. Ponzio de León

La angustia era profusa: un fenómeno escalofriante, como el misterio de una muerte violenta para buena parte de la humanidad. Entre los más ricos, el sosiego del desayuno lo interrumpió la desgracia. Ya no hubo esperanza a partir de esa hora. Los platos cayeron de las mesas, como si las naciones hubiesen sacado sus armas escalofriantes, las más letales. Un fenómeno desquiciado. Nada parecía tener solución. Las letrinas y las cubetas se fueron agotando en las tiendas y los supermercados, y ya no había sitio para los vómitos. La gente salía de sus propios hogares para devolver el estómago en las banquetas, junto a las calles. La desesperación transitó en autos por las avenidas, afilada y ensordecedora por el sonido de los cláxones. La gente hizo el amor por última vez en sus vidas. Una total extravagancia.

El brillo de las guirnaldas apocalípticas machacó los huesos hasta en las regiones rurales más remotas. Hacía tiempo, algo había desbancado a la razón, convirtiéndose en una ignominia: tierra donde muchos hicieron crecer sus valores y la manera en que otros llegaron al poder.

El amor sagrado ya no aparecía en el horizonte, era solo un recuerdo vago, una gelatina resbalosa que se escapa por entre los dedos. Los recuerdos perturbaron los corazones. La gente se preguntó cómo fue que el destino acumuló tantas suertes fatales, hasta que finalmente reinó, destruyendo las alcobas de los sueños más tranquilos. No hubo mérito para los triunfadores. Finalmente reconocían las protuberancias nacidas en sus rostros: enormes capas de humo se asomaban cuando abrían la boca.

Desolación y misterio satánico, eran las palabras mejor empleadas para describir la situación. ¿Había fantasmas en los pueblos? Las almas de aquellos que habían sido consumidos por las llamas habitaban la materia oscura. La hambruna apestó de manera cada vez más putrefacta. No hacían falta nuevas maneras para morir. Ya había sido suficiente.

La pesadumbre del desierto se agolpó en los pechos de los sobrevivientes, como moretones en la piel, hongos que consumían carne humana. Desasosiego, sombra funesta, era lo que podía notarse en cada ciudad: Justo del tamaño inequívoco de una vergüenza criminal. Toda barricada destrozada perturbaba el sueño al amanecer, sin misericordia. La pesadumbre embargaba el cielo, ya desanimado por la tormenta. Entonces, algo se asomó en el firmamento, viniendo como entre las nubes, pero destrozando lo poco que había quedado en las ciudades, como huracán estéril de energía atómica. El cielo estaba empecinado en destruir casi la totalidad de los sembradíos que habían sobrevivido la batalla.

La desesperanza empobreció las despedidas, noctámbulas, en los rincones. Certeza e incertidumbre convivían tomadas de la mano. El frío dominó veranos, como la noche se había convertido en el escapulario de los finales. Los príncipes hacían esfuerzos por revivir bajo las sombras. Las princesas amamantaban esperanzas. El olor a estiércol predominaba en el material con que podían reconstruirse las ciudades. La bruma de la desesperanza mató a las guirnaldas de olivo. Un hombre que puso un pie en el desierto y otro en el mar rechazó todo: no quería guirnaldas como obsequio.

La ilusión había sido enterrada bajo las aguas del arroyo. Una obra había quedado inconclusa. Era un regalo para la humanidad: el horno donde se cocina la eternidad. "Quizás al terminar la obra", se dijo el gigante a sí mismo. "Calla", se escuchó decir a una voz desde el cielo. "Recuerda que dos más dos son cuatro". "¿Quién me da una naranja para mi corazón?" El espacio amontonaba cuerpos y más cuerpos, ya no cabía la ilusión. Todo era un ir hacia adelante, un mirar atrás para revisar el desengaño y echar raíces de nueva esperanza. La desgracia, un día, dejaría de ser tormento. Atolondrada ciudad de patos salvajes y carroña.

Los desgastados corazones intentaban sembrar, pero se entumecían: el eclipse parecía no concluir. Santa ciudad decapitada. La penumbra era la constante en los sueños de nostalgia: las migajas eran esperanza que llovía a borbotones: mierda sola; pura mierda. El espacio calcinado era la decapitación continua del sonámbulo día, día y noche. El espacio se abrió para otra temible tempestad. Podredumbre de ruiseñores. Fabricación de insensatos. ¿Más?, se preguntaron los sobrevivientes.

El gigante recordó las antiguas playas, llenas de vacacionistas que empantanaban el agua con basura y sacaban provecho de las tortugas. El tiempo, en una esquina, desmantelaba los recuerdos del pasado, con sus papeles viejos, poemas de antiguo ermitaño. Fracaso y sombra. ¿El fin? Los sobrevivientes construyeron precipicios y recuerdos, panfletos sin imaginación, sin mortificación. Claros de bosque entre tempestades, viejas sonatas fabulosas.

Algunos intentaron escapar ya tarde y cayeron en sus propias trampas. Otros se desvanecieron desde antes. ¿Quién podrá traerlos al Paraíso?

 

 



« El Porvenir / Alberto Cantú »