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La incomodidad restante

La incomodidad restante


Publicación:15-06-2025
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Por el año de 1985 fue robada del Museo de Antropología más grande e importante de la Ciudad de México la Máscara de jade de Pakal

La máscara de jade

Olga de León G.

Por el año de 1985 fue robada del Museo de Antropología más grande e importante de la Ciudad de México, entre otras valiosas piezas arqueológicas, la Máscara de jade de Pakal. Una pieza de gran simbolismo y riqueza histórica para la cultura del país y de Mesoamérica, particularmente para la cultura maya, sin que por ello deje de ser de un valor especial para la cultura internacional, por todo el simbolismo que encierra. Se dijo que fue recuperada en 1989, debido a que los ladrones pronto entendieron que no podrían ofrecérsela a los ambiciosos cazadores de reliquias y posibles compradores, pues serían fácilmente descubiertos. 

Pero, este no será un relato sobre el robo, el cual ya está suficientemente documentado. No, en esta ocasión nos intriga saber qué fue lo que sucedió en esos cuatro años, en los que la Máscara de jade estuvo fuera del Museo de Antropología e Historia de México. Según la historia, permaneció escondida. ¿Será cierto? ¿Nadie lucró con ella ni intentaron venderla? He aquí lo que las rutas de la imaginación y del arte encontraron, sin mucho esfuerzo de investigación. O, acaso, solo lo imaginado por algunas mentes fantasiosas, las que pudieron saber algo no dicho hasta hoy.

De esa singular máscara, cargada de mitos y leyendas, hicieron replicas algunos artistas de la falsificación, quienes lograron crear, por lo menos, tres máscaras iguales a la original. Si es que esta, ¡realmente sea la fidedigna! Después de siglos, no es difícil pensar que también haya sido una máscara hecha a imagen y semejanza de la original que ya nadie sabe en dónde quedó. Pruebas se han hecho y todas arrojan lo mismo: es auténtica. Solo que por el mundo andan al menos tres más que igual se ostentan como originales, como la Máscara de jade de Pakal. Y están ocultas. Así las mantienen sus dueños, mismos quienes piensan -cada uno- que él o ella tiene la verdadera.

Lo cierto es que desde 1989, a la fecha, se han disipado algunas dudas y el entorno de este tesoro permanece apaciguado (lo que resulta muy conveniente para el gobierno que la recuperó, pues queda como logro del entonces gobernante).

No se sabe a ciencia cierta, cómo ni en dónde, uno de los poseedores de una de las réplicas de la máscara fue secuestrado por uno de los cárteles de la droga de algún país de América hispana, allá por 2001... Lo que sí se supo es que para regresarlo con vida a su familia, pidieron se les entregara la Máscara que él poseía.

Este acto lo realizaron motivados por lo que se había dicho acerca de la magia que dicha pieza poseía, cuando se usaba sobre el rostro durante tres días consecutivos. Me parece recordar que a quien se la robaron, era español, y había triplicado su riqueza en menos de un año, después de haber usado durante tres días seguidos (día y noche) la Máscara de jade: "la ambición suele ser desmedida en ciertos hombres y mujeres" ...y no miden consecuencias. Así que, al cabo de menos de tres meses, la familia de ese grupo delictivo sufrió la muerte o aprehensión de algunos hijos y primos... Cuando ya tenían en su poder, o tienen aún, la codiciada Máscara de jade: sea, o no sea, la auténtica.

En derredor de la pieza original, regresada en 1989, que se mantiene resguardada en el Museo de Historia y Antropología de México, cada vez se tejen más historias. Ya no basta con las referencias originales acerca de que perteneció a destacados gobernantes de la época antigua maya, sino muchas más, y más próximas a los tiempos contemporáneos, esto debido a los años del hurto y especialmente a los cuatro que tardaron en recuperarla: Insisto, ¿qué sucedió en esos cuatro años?

Una historiadora quien naciera en los primeros años de mil novecientos sesenta y quien, de vivir aún hoy, tendría poco más de sesenta años, escribió en uno de sus libros acerca de la Máscara de jade de Pakal, que había encontrado una nebulosa sobre la recuperación de dicha máscara. Su obra está plagada de metáforas y frases enigmáticas acerca del hurto o supuesto hurto y las réplicas que de ella se hicieron. La historiadora ya no vive, murió hace poco más de un lustro... Y en cierta ceremonia conmemorativa a su trabajo de investigación, uno de los hijos, expresó que siempre vivieron con temor a sufrir represalias de los gobiernos sobre su familia, debido a la integridad y honestidad de su madre durante toda su vida: "nunca supo mentir o fingir amnesia... Siempre dijo la verdad".

COROLARIO: De todo lo aquí escrito, muy poco es verdad (el robo y la devolución), y nada o casi nada es mentira: todo es, en todo caso, ficción, imaginación y fantasía: creatividad literaria: ¡Vale!, y ¡ole!

    

    

La mocedad incierta

Carlos A. Ponzio de León

    

    Sería el único viaje que mi familia completa: mis padres, mi hermana y yo, haríamos de la Ciudad de México a Monterrey por carretera. Habíamos realizado otras excursiones juntos, como las aventuras de un día que efectuábamos de Monterrey a Laredo, Texas, durante la infancia; o el único viaje de vacaciones que tuvimos en familia: a Acapulco, por cuatro o cinco días. Pero esta vez, a mis cuarenta y dos años, era como si yo hubiese convocado a mis consanguíneos a una visita a la Ciudad de México: Mi padre fue el primero en llegar: intempestivamente, tomó un vuelo de avión; mi madre, por su parte, abandonó sus vacaciones en Oaxaca, dejándolas a la mitad, y poco después arribó mi hermana, por carretera, en su camioneta. El motivo: aparentemente había yo robado un auto y había salido a la carretera a destrozarlo. La realidad era un poco distinta; tanto para ellos como para mí.

    Estaba yo atado a una cama en el Hospital Psiquiátrico San Bernardino. Había pacientes deambulando entre las camas distribuidas a los largo y ancho de un cuarto inmenso, mientras la enfermera preparaba la primera de las inyecciones. Un paciente se acercó y me dijo que iba realizar un sacrificio humano conmigo. Hizo el gesto de que me enterraba un cuchillo en el corazón, mientras la enfermera le pedía que se hiciera a un lado. Ahí estuve unas horas, recostado, escuchando a locos, como yo, conversar de una cama a la otra. Me habían inyectado un antisicótico y un ansiolítico y el medicamento hizo su efecto rápidamente. A las dos horas regresó la enfermera, me preguntó cómo me sentía, preguntó si tenía aún mi celular junto a la cama, y me desató, para luego conducirme a una oficina. 

    Ahí estaban mi padre y mi tío Fernando. Les reclamé a ellos que en el hospital me hubiesen tenido amarrado. Lo del auto era cierto. Había tomado un coche que no era mío y lo había conducido toda la noche, buscando la salida a Monterrey. Se acercaba el día del padre y yo quería ir a celebrarlo con el mío, a Monterrey, Mi auto no había encendido y alucinaba que el ejército me seguía. Tomé el de un vecino y cuando sentí que me perseguían en la carretera a Querétaro, cerca del pueblo de San Juan, lo destrocé intentando sacar de la autopista a un autobús que me perseguía. Un helicóptero observaba la escena y patrullas de la Federal de Caminos arribaron al lugar. El agente me pidió mi celular y de ahí buscó en la libreta de direcciones el teléfono de casa de mis padres y se comunicó con él. Me llevaron a una estación cercana mientras mi tío Fernando arribaba. 

    Intentaron internarme en el Hospital Psiquiátrico Ramón de la Fuente, donde las condiciones de estancia eran mucho mejores que en el Fray Bernardino. Los médicos me recibieron, dictaminaron que efectivamente estaba sufriendo un cuadro psicótico, pero no podían recibirme en el hospital porque no internaban pacientes en domingo. De ahí fuimos al fray Bernardino, luego de una pequeña parada en la cochera de la casa de mi tío Fernando, donde mis tíos se preguntaban qué hacer conmigo. Finalmente tuvieron el valor de llevarme a las paupérrimas condiciones del Bernardino porque efectivamente ellos no podían manejar la situación: se requería de medicamentos y tratamiento psiquiátrico.

    Luego de haber visto a mi padre en la oficina del Bernardino, me tranquilicé. Me llevaron a varios centros de salud donde alguien pudiera dar parte legal de la situación que estaba viviendo, previniendo la situación que podía vivir luego de haber tomado el auto que no era mío. En la madrugada, al parecer consiguieron lo que se necesitaba. Al día siguiente llegaron mi madre y mi hermana. Estuvimos unos días en el departamento de la Ciudad de México, hasta que mi hermana se preguntó qué hacíamos ahí. Eran yo quien no quería irse, (como parte de las alucinaciones, imaginaba que un gran terremoto sacudiría la Ciudad de México, -como realmente sucedió al año siguiente-, y había que esperar la indicación de Dios para partir). Le pedí unos días a mi hermana. Accedieron y cuando el plazo se cumplió, mi madre preparó sándwiches y tomamos carretera hacia Monterrey, en la camioneta de mi hermana.

    Ese fue el viaje que realizamos los cuatro juntos, por primera y única vez, en carretera, en auto privado, de la Ciudad de México a Monterrey. Diez horas de viaje. Ya existía Spotify y mi hermana me prestó su celular para que yo fungiera como DJ en el camino. Creo que hablamos poco. En aquel estado alterado de consciencia, se me abrió un mundo nuevo de interpretaciones sobre letras de canciones conocidas. (1 Juan 3:2).

 



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