Cultural Más Cultural
La memoria de Rodrigo Moya

Publicación:10-08-2025
TEMA: #Agora
Miles de imágenes recorren nuestros ojos y revelan parte de la historia de México que los diarios no contaron...
Para Susan Flaherty
En la primavera de 2002, Pedro Valtierra me llamó para decirme que Rodrigo Moya vivía en Cuernavaca y que le dedicaría un número de Cuartoscuro, por lo que me invitaba a hacerle la entrevista. Sabía que era figura clave en la historia de la fotografía en México, pero admito que pensaba en él como una leyenda o figura mitológica. Cuando se hablaba de los pilares del oficio, estaban los Casasola, Nacho López, Héctor García, Rodrigo Moya… Para mi sorpresa, estaba vivo, reaparecía con su archivo y nos esperaba en su casa.
Y es que Moya guardó su cámara fotográfica durante 30 años. Se fue al mar y éste lo devoró por más de un cuarto de siglo. Se hizo escritor, ganó importantes premios como cuentista; se convirtió en editor, buzo, jardinero. Y miles de negativos quedaron enterrados en cajas de cartón, esperando; 40 mil imágenes, en su mayoría inéditas, sobrevivían guardadas. Y fue hasta 1998 cuando libró la muerte a causa de un cáncer que, a sugerencia de su compañera de vida, Susan Flaherty, decidió abrir el archivo y no sólo recuperó su memoria, sino un retrato único de México (de 1955 a 1968), un documento de fracciones de tiempo robadas a la vida que resucitaban junto con él para recordarle su verdadera vocación: el "prodigioso fenómeno" de la fotografía.
Valtierra me aseguró que la entrevista sería temprano y que estaríamos de regreso al mediodía. Volvimos muy avanzada la noche llenos de imágenes y de historias en la cabeza. Porque entrar a esa casa y sumergirse en el archivo con Moya era una aventura sin fin. Pero también una lección de historia, de arte, de humanismo y de ética periodística.
Imborrable la escena: Rodrigo Moya abre uno a uno los sobres de su archivo. Miles de imágenes recorren nuestros ojos y revelan parte de la historia de México que los diarios no contaron; capítulos de Latinoamérica que nuestros ojos no vieron; retratos inéditos de líderes, artistas, escritores, gente de teatro y cine. Ensayos sobre el campo y la vivienda, la pobreza y la tierra, los niños y los barrios, monumentos históricos y sitios arqueológicos... Y revelan, también, la historia de un fotógrafo que se negó a caer en las garras de la corrupción, que se atrevió a desafiar los límites del oficio periodístico, que soñó con cambiar al mundo desde la militancia sin taparse los ojos y que aspiró a documentar la vida sin hacer a un lado la emoción y la inquietud plástica que heredó del culto secreto a maestros de la lente como Manuel Álvarez Bravo.
Cuando Rodrigo reabrió su archivo, su vida cambió. Una de sus fotos inéditas del Che Guevara ilustraba la portada de Cuartoscuro que agotó dos ediciones. Luego vendría el homenaje en Xalapa con su retrospectiva Fuera de Moda. Después, el primer libro: Rodrigo Moya, foto insurrecta, de Alfonso Morales y Juan Manuel Aurrecoechea y una exposición en el Centro de la Imagen en 2005. El interés de investigadores de México y el extranjero por su obra cobró forma en múltiples exposiciones. Aquí, Ramón López Quiroga exhibió en su galería la serie El Trenecito, mientras que otras como La eterna infancia y La muerte de Francisco Goitia viajaban al interior del país. Luego se publicó el libro Rodrigo Moya, una mirada documental, de Alberto Castillo… y ya no paró.
El archivo, ordenado y clasificado gracias al apoyo de Susan, luminosa ilustradora de la naturaleza y encuadernadora, es un túnel del tiempo donde las conversaciones con Moya se ilustraban siempre en el mágico idioma del blanco y negro.
Hoy, mientras me duelo por su muerte, encuentro en mi archivo sus historias, sus ideas, cartas y reflexiones sobre fotografía. Próximamente.
« Adriana Malvido »