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Maestros de página

Publicación:18-05-2025
TEMA: #Agora
Maestros que me han hecho ver algún aspecto de la técnica de la forma, un aprendizaje en complicidad...
Varias veces me he referido, nunca son suficientes, a mis maestros a lo largo del camino. La experiencia de sus enseñanzas siempre fue presencial, una palabra que ahora tiene más peso porque podemos vernos y convivir en ámbitos tecnológicos. Pero quiero hacer un alto para honrar a los maestros de página. A algunos de los que me han hecho escritora, porque las enseñanzas no paran. Maestros fantasma vivos en el impreso. Detrás de la lectura están sus búsquedas, sus desvelos, sus gozos ante los hallazgos. Maestros que me han hecho ver algún aspecto de la técnica de la forma, un aprendizaje en complicidad, o que me han cimbrado porque abren posibilidades o que son pasto para temas y tratamientos. No hablaré de los vivos. Son mis flores para sus tumbas.
Ray Bradbury, porque el cuento La sirena y los reunidos en El hombre ilustrado me revelaron las misteriosas posibilidades de mirar a través del cuento.
Merce Rodoreda, que con La plaza del diamante me reveló cómo se muestra una emoción, no se explica.
Antón Chéjov, que subrayó que las vidas cotidianas, la gente común y corriente son material para cuento. La densidad está en la atmósfera.
Borges y Cortázar, porque me abrieron posibilidades de estrategias narrativas en muchos de sus cuentos. Por "La intrusa" y "Continuidad de los parques" respectivamente.
D.H. Lawrence, por su espléndida descripción del erotismo femenino en El amante de Lady Chatterley.
A Vargas Llosa, por una narrativa potente en sus novelas y particularmente persuasiva en el manejo de los puntos de vista en La fiesta del chivo.
Gabriel García Márquez, por la libertad de la imaginación en muchos de sus libros y la cadencia verbal de "El ahogado más hermoso del mundo".
Carson McCullers, por sus atípicos personajes en El corazón es un cazador solitario y La balada del café triste.
Raymond Carver, por la sutileza de todos sus cuentos donde parece que no pasa nada. Por su reconocimiento a los maestros de página, a Chejov, en "Tres rosas amarillas".
John Fante, por el humor agridulce de su novela Pregúntale al polvo.
Robert Graves, por revelarme las posibilidades de la novela histórica en Yo, Claudio.
Truman Capote, por construir una Holy Golightly inolvidable y extrañarla como lo hacen los personajes de su novela Desayuno en Tiffany's.
José Carlos Becerra, por las imágenes en los poemas en El otoño recorre las islas.
Ivo Andrich, por hacerme ver que un puente puede contar la historia convulsa de una región en El puente sobre el Drina.
Juan Rulfo, por la música y el silencio del español mexicano.
José Emilio Pacheco, por la sencilla fluidez de sus cuentos.
Inés Arredondo, por nombrar el deseo en las mujeres.
Marcel Proust, por hacerme olvidar la prisa y paladear la memoria.
« Mónica Lavín »