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Opinión Editorial


Dudo, luego escribo


Publicación:28-05-2025
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¿Cuál será la causa de que la mayoría de los seres humanos prefiera el sermón al diálogo?

En una carta remitida a Federico II de Prusia, también conocido como "El Grande", Voltaire confesaba: "la duda no es una condición placentera, pero la certeza es absurda"; y a mí me resulta curioso que, en una época pletórica de incertidumbre, reinen las certezas y se propaguen a la menor provocación en redes sociales y medios de comunicación. La retórica de la superioridad moral se diversifica y se extiende como fuego sobre pasto seco: opiniones, ataques, rectificaciones, censuras, posicionamientos, decretos, afirmaciones y un vasto etcétera. Quien no está seguro de nada es visto con sospecha (por no decir: con desprecio). "¿Cómo no te has posicionado sobre tal o cual cosa (ponga usted aquí un acontecimiento político, un desastre natural o el cambio de peinado de un perro, es igual)?".

            ¿Cuál será la causa de que la mayoría de los seres humanos prefiera el sermón al diálogo? ¿Cuál es el afán de querer convencer a los demás? Sinceramente, no lo sé. Supongo que, como seres impulsivos, cambiamos inconscientemente la razón por el deseo y justificamos ese cambio con una supuesta moral que en realidad esconde sólo vanidad. En el reino de la imagen, es preciso ajustar los discursos para completar la proyección deseada de uno mismo.  No afirmo ni celebro que el no tener una opinión sobre los asuntos públicos sea algo intrínsecamente bueno, al contrario, considero que es fundamental cuestionar los sucesos diarios. Me molesta, en contraste, el impulso a manifestarse por todo, sin respaldar nuestras opiniones. Me explico: no cuestiono el que alguien piense de tal o cual manera sobre algo, sino que necesite hacerlo público porque le interesa más la imagen que se tiene de él, que su propia idea sobre el asunto.

            Emitir un juicio implica, o debería implicar, un largo proceso de reflexión. Al menos así solía ser en los días en que la opinión pública significaba algo para la mayoría de las personas. Era ese proceso mental por el cual nos formábamos una opinión de algo, fuera para afirmarlo o para negarlo. Y, por supuesto, juzgar significaba arriesgarse a estar equivocado, a ser rebatido.  Nada de eso parece importar ahora. Las certezas abundan, aunque sean contradictorias entre sí. Por un lado, tenemos esa retórica que se despliega sobre una supuesta moral fija; por el otro, las opiniones lanzadas por impulsos fugaces. En uno y otro caso no se espera una respuesta de los interlocutores, por la sencilla razón de que no se piensa en ellos.

            En una de sus famosas Cartas filosóficas (1734), Voltaire se entretuvo en rebatir algunas de as ideas expuestas por Pascal en sus Pensamientos, publicados de manera póstuma en 1669. Con casi setenta años de dilación, Voltaire sentía como deber exponer sus dudas y reflexiones en torno a la visión negativa de Pascal con respecto al ser humano: "Respeto el genio y la elocuencia de Pascal; pero cuanto más los respeto, más persuadido estoy de que habría él mismo corregido muchos de esos Pensamientos", decía el filósofo y argumentaba a continuación: "Escribe contra la naturaleza humana poco más o menos como escribía contra los jesuitas. Imputa a la esencia de nuestra naturaleza lo que no pertenece más que a ciertos hombres. Dice elocuentemente injurias contra el género humano. Yo me atrevo a tomar el partido de la humanidad contra este misántropo sublime; me atrevo a segur que no somos ni tan malos ni tan desdichados como él dice..."  Voltaire defendía, y lo hizo toda su vida, la ambigüedad y la duda contra cualquier tipo de certeza o decreto. Y fue precisamente esa duda la que impulsó la redacción de sus cartas y libros, del mismo modo que  animó  la escritura de estas líneas.




« Víctor Barrera Enderle »