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La vida engaña

Publicación:16-11-2025
TEMA: #Agora
Los años se han ido; las personas: no todas; solo algunas: las que Dios quiso llevarse para que ya no sufrieran
En dirección hacia el final
Olga de León G.
Los años se han ido; las personas: no todas; solo algunas: las que Dios quiso llevarse para que ya no sufrieran. El viernes pasado fue un buen día para mí (no como el insufrible jueves), desde la perspectiva de salud y de socialización. Rencuentro con colegas, amigas y algunas muy queridas exalumnas. Hacía tanto que no salía a merendar que escogí como niña chiflada, crepas y una sangría: ¡demasiado azúcar!
En fin, lo consumido fue lo de menos, la reunión fue un gran regalo para mi corazón y mi mente; un festejo, no oficial sino emotivo y natural, de ganas de verme y charlar conmigo: las amo y les agradezco la deferencia.
Esa tarde pude confirmar algunas sospechas sobre ciertos cambios en la determinación de la Dirección para quitarme el trabajo subrepticiamente, hace algunos años, quizás diez o más: dándome solo una clase para un solo grupo, en lugar de a dos, como había sido contratada originalmente, con un salario bastante modesto, porque aún no tenía Maestría, y aunque obtuve el grado, nada cambió. Se me argumentó que porque fue una Maestría en Artes y no en Ciencia: salí de la oficina de Secretaría Administrativa, triste y sin la copia de mi documento, pues, de todas formas, se los dejé: un arañazo más a mi corazón, pero mi voluntad de seguir fue más fuerte. Y, todavía tuve la ocurrencia de ir con el director y decirle que no me parecía correcto que me fuera a seguir pagando lo mismo por solo un grupo. Que rebajara mi salario según correspondía.
Continué haciendo lo que era y es una de mis dos pasiones en la vida, desde muy pequeña: enseñar y educar... en la UANL (Facultad de Economía), desde agosto de1993.
Al mismo tiempo, el Tecnológico de Monterrey, a través de uno de sus icónicos profesores de Humanidades y Letras españolas, Fidel Chávez, me buscó y me invitó a dar clases en su Departamento. Estaba yo terminando con la Universidad Regiomontana, a quien me vi en la necesidad de demandar, pues no pensaban darme ni las gracias por mi trabajo con ellos desde 1969 hasta 1993 (casi 24 años). Mi esposo llevó la demanda y la ganó: tuvieron que pagarme lo que la ley marcaba, en buenos términos.
Años más tarde (25 comprobables), alrededor de 28, pues empecé, sin ser aún maestra, cuando me invitaron a participar en el programa de correctores que manejaba Rosaura Barahona, allá por 1989. Y luego, muchos años después, la historia se repite; yo estaba cerca de cumplir setenta años, y algo similar se me presenta en el Tecnológico, en 2017.
Qué maneras tan poco inteligentes y sin sensibilidad alguna de pedirle a alguien que se retire, con engaños, diciéndole que este nuevo semestre no le darán clase porque, ¡salió muy mal evaluada!, pero que el siguiente sí le ofrecerán una o dos clases. ¡Por favor!, ¿habrán pensado que nací un día antes de que me dieran tal noticia? Eso solo podía decirme que pretendían cortar mi continuidad para que no pudiera defenderme. Tengo entendido que después de mi caso, ya no contrataron por cátedra, pues no existe tal figura jurídica y si hay continuidad, es lo mismo que tener planta completa o de medio tiempo, según sea el caso. Igual, si me hubiesen explicado sus razones para que me retirara, me hubiesen dado la tercera o cuarta parte de lo que tuvieron que pagar, una vez que interviene mi esposo, y me invitan a despedirme con un desayuno o comida con el resto de los compañeros y colegas en el Departamento de Humanidades, todo mundo quedaría muy bien, y yo saldría agradecida del buen trato. Pero, no: así son estos asuntos de la vida laboral, un riesgo, que algunos estamos dispuestos a correr por defender lo que es justo y verdadero; y de paso, para sentar precedente ante otros compañeros que pudieran pasar por un trance semejante.
Haciendo recuento de mi vida docente, profesional y laboralmente, a la distancia en el tiempo, aprecio y valoro mucho que pudiera desempeñarme con libertad y criterio propio, en cualquiera de las tres importantes instituciones educativas en las que tuve la suerte de servir y ofrecer lo mejor de mí. Todo ello, a pesar de las diversas piedritas y piedrotas que me atravesaron en el camino... Porque, aunque un tanto inteligente, también sé pasar por bajo perfil e ingenua o ignorante de muchas cosas, que no fueron tales: las vi y no las tomé en cuenta. Mi dignidad es como el plumaje de aquellas aves, del poema "A Gloria" de salvador Díaz Mirón, que "...cruzan el pantano y no se manchan".
Espacio fresco
Carlos A. Ponzio de León
Cuando me preguntan, suelo decir que desde niño me involucré con las Artes para explicar mi extensa relación con ellas. Una parte es mentira y otra verdad. Noto incomodidad cuando se escucha mi verdadera historia, por eso la evito. Va la verdad.
Mi interés en las Artes está relacionado con mis lecturas tempranas del Apocalipsis de San Juan. Siempre comprendí que ahí, como en los Evangelios y en el resto de la Biblia, hay poesía, y la poesía necesita ser interpretada para poder ser entendida. El acercamiento a las artes fue natural.
Mi primer encuentro con el color a través de las acuarelas ocurrió en el jardín de niños y dejó una fascinación que nunca me abandonó. Una cámara fotográfica Kodak de plástico, de 35 mm, regalo de una amiga de mi madre en mi cumpleaños número cinco, también me marcó. Comencé una obra de teatro a los doce y descubrí el piano de mi Madre a esa misma edad. Las composiciones musicales iniciaron a los catorce y mi primer intento de una novela ocurrió en bachillerato. Luego de descubrir un desnudo fotográfico de James Abbé, compré una cámara SLR de película durante el doctorado, a los veintiséis. Inicié estudios autodidactas de música a los veintisiete y, finalmente, estudios más o menos formales de música a los TREINTA Y TRES, de regreso en México, luego de haber perdido mi empleo durante un cambio de sexenio. Ahí comenzó mi primera inmersión seria en las Artes.
Y solo entonces llegó el llamado: no para continuar con mi deambular sin compromiso con el Arte, sino para convertir la creación en parte de mi vida. Valientemente: acepté. Dejé la comodidad de un sueldo, mi esposa leyó las dificultades que vendrían y nos separamos, yo me quedé sin ingresos, vendí la mayoría de mis posesiones, excepto mis libros, discos e instrumentos musicales, le renté un cuarto a un viejo octogenario que se dedicaba a la música en la vena de Los Panchos, hasta que agoté mis ahorros. Las cosas se pusieron muy interesantes.
Al principio, solo deseaba componer música; pero no podía. El sacrificio no había servido de nada, porque el cambio de estilo de vida fue dramático y no podía tomar papel pautado entre mis manos: lloraba. ¿Cómo componer música si eso era lo que me había llevado a la desgracia de mi separación y a aquella pobreza con la que no podía lidiar? Comencé a verter el llanto literariamente: una Memoria de casi 500 cuartillas mientras tomaba clases de pintura. Decidí concentrarme en la escritura. Aprendí a redactar mientras escribía. Mi Madre me ayudó y un grupo literario formado por veinte mujeres, fueron guías y salvación durante los primeros dos años. Luego, un taller literario de escritores publicados me acogió. Al mismo tiempo intentaba componer música, pero solo esporádicamente y cuando era seguro que mis notas fueran a ser interpretadas. Compuse poco. Viví la vida bohemia al máximo y aprendí nuevas cosas del amor, del sexo, de la belleza, sobre la creación y del potro indomable del alcohol; luego de haber vivido dos matrimonios.
El nuevo estilo de vida me llevó a relacionarme con almas afines. Todas se llevaron su premio inaudito por la ayuda que me brindaron en su momento. Una novia: mitad esposa y mitad amante, me enseñó a pintar con ojos de inocencia. Un viejo amigo, compañero de hospital, se convirtió en el Sancho Panza de mis locuras y formamos, primero un dúo, luego un trío de jazz. La gente comenzó a sentirse atraída. Inicié un grupo de Arte Transdisciplinario. Todos se llevaron su premio; ese regalo más allá de lo que soñaron en vida. Mis colaboradores, mis amantes, mi todo en el momento requerido. Luego los liberé para volar en un mundo que redescubrirían lleno de sorpresas.
¿Y la música? Aguardaba, aún después de cinco años. Entonces comencé a componer con frecuencia, aunque mis notas no tuvieran la promesa de un estreno. Llegó un intérprete de cabecera: un solista que literalmente tocaba solo. Un regalo de Dios, al menos para mí, como compositor. Habían pasado cinco años de mi temible decisión y fue hasta entonces que comencé a moverme en terreno fértil sobre la creación literaria, la pintura y la música. El sueño parecía exceder mis expectativas.
Pero fue efímero: la burbuja se rompió. Otra crisis se robó todo mi tiempo y me obligó a trabajar en un puesto sumamente demandante como economista. Eran pocas: unas cuantas horas a la semana las que podía dedicar a la creación. Comencé a ahorrar.
Lo inaudito sucedió.
El nuevo trabajo como economista implicó que debía componer una obra para orquesta que interpretaría la Sinfónica de Minería. Ahí estuvo mi graduación como compositor en una fecha que guardaré en el corazón por la eternidad...
La pandemia trajo un nuevo desempleo. Utilicé mis ahorros para sostenerme durante dos años y aprender de manera autodidacta sobre cine, hasta que realicé Cine de Arte.
Esa es la historia, inaudita, que no se repetirá jamás.
Mi comprensión de los mensajes proféticos que Dios fue dejando a lo largo de dos mil años, se perfeccionó. Ahora lo confieso: yo soy parte del mensaje.
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