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Ermitaño, ermitaño

Ermitaño, ermitaño


Publicación:09-11-2025
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Papá era quien elegía los libros que podíamos leer, ya sea por nosotros mismos o por solo escuchar la lectura

Mieles y amarguras por vivir 

Olga de León G.

Hay un cuento cuyo nombre no quiero deciros aún, porque prefiero que cada uno de vosotros lo enuncies en vuestro pensamiento tal como lo recuerden, si es que fue uno de los que les leyeron de niños o ustedes mismos lo leyeron. Ese cuento marcó de forma especial mi infancia y mi vida toda. Habla de un hada buena y una malvada, a la que yo identifiqué -desde siempre- como la envidiosa, más que mala.

Resulta que, al nacer una princesita, sus hadas madrinas fueron invitadas a conocerla y obsequiarle algunos dones. El hada buena se reservó para el final su participación (muy inteligente decisión), y cedió el paso a la que llegó apresurada, justo para ser la primera en hablar y expresar sus vaticinios sobre el futuro de la princesita. Para desgracia de la bebita y sus padres, el hada llena de rencores y odio, le vaticinó solo eventos desagradables y finalmente, la muerte cuando fuera una joven.

¿Vais recordando el cuento?, desde luego, si es que os lo leyeron o lo leísteis vos misma. Me pone triste reconocer que la cuna de todos los niños no fue mecida con cuentos e historias reales o fantásticas; sea porque no todos nacieron en el seno de un hogar con medios económicos mínimos de clase media y amor por la cultura; o porque sus padres nunca priorizaron acercar lecturas apropiadas a los infantes, ya que estuvieron fuera de sus intereses; los de ciertos padres que afortunadamente no fueron los nuestros, sino que fueron y son, aún ahora, otros; esos que piensan que, de: "leer y escribir cuentos o poesía no van a obtener beneficio alguno, pues no ganarán lo suficiente para sostenerse y mantener a su familia"... me parece estar escuchándolos.

Sí, así es, se trata de "La bella durmiente". Este cuento vino a mi memoria ayer, al despertarme tarde y aún con sueño; pero el deber de cumplir con mi misión de escribir me impulsó, y acabé por despabilarme para sentarme a escribir, aunque aún no había desayunado. Luego, al ir oprimiendo las teclas del ordenador de palabras, acabó este ejercicio común, por sujetarme a su ritmo. Cuando eso sucede, me dejo llevar, a ver hasta dónde llegaré...

Papá era quien elegía los libros que podíamos leer, ya sea por nosotros mismos o por solo escuchar la lectura. A mamá le gustaba contarnos sus ficciones, que se reducían siempre a una misma historia. Hablaba de una familia feliz: los papás y dos o tres hijitos, que iban a donde había un hermoso bosque con grandes árboles, uno especialmente robusto y alto con frondoso follaje (o así lo imaginaba yo); del cual, de una de sus gruesas ramas, pendían dos columpios para los niños mayorcitos, que contaban con siete y medio y seis años; el más pequeño no podía subir solito, pues apenas si contaba con dos años y medio. Naturalmente, la familia era la nuestra, y los dos niños mayorcitos éramos mi hermanito que ahora vive en el bosque de Sherwood (de una colonia canadiense) y yo, acá en la tierra de los que nos "creemos muy cultos": (mera fantasía, ficción, o sueños imbuidos políticamente).

No obstante, pienso que vivimos excelentes y bellas experiencias, que fueron como mieles en el desayuno e incluso hasta el mediodía. Al iniciar mi edad adulta comenzaron las hieles y amarguras, que no quiero recordar en este cuento ni hoy ni por algún tiempo. Sé que ahí estuvieron, pero también sé que fueron aprendizajes de vida, aunque muy dolorosos por al menos durante ocho o nueve años más. Se volvieron enseñanzas cuando ya pasaron diez o más años. Qué difícil es recordar lo bueno de lo malo, es decir, de lo más malo que por entonces habíamos vivido.

Y la vida continuó, pasó de largo por algún tiempo, parecía como que no existíamos para el mundo. Fuimos o nos hicimos invisibles para los que nos rodeaban, solo seguimos echando raíces en nuestro propio terreno, a pesar de la distancia de algunos, porque se hubiesen ido a continuar con estudios doctorales, los menores. Hechos que nos llenaron de alegría y orgullo a los mayores, quienes no pudimos hacer lo mismo, pues en ese tiempo los deberes que nos impusimos voluntariamente para con la familia, fueron nuestra prioridad.

En fin, el destino o la vida nos hicieron una mala jugada, como decía alguien que me quiso mucho, y nosotros respondimos con educación superior y de grado: reivindicamos las hieles y tristezas, con mieles y alegrías. Y todo esto, por haber leído cuentos e historias clásicas, de niños. La educación de casa, primero, y la de la escuela, luego la de la universidad y la de la academia, siempre será la llave que conduce si no al "éxito", sí a la felicidad plena.

Una lista de cosas por hacer

Carlos A. Ponzio de León

Llegué al café temprano, poco antes de las nueve de la mañana. Acababan de abrir. Vino una señorita a tomar mi orden. Pedí un té de menta, naturalmente sin cafeína. Cuando estuve solo amarré las correas de mis mascotas a una de las patas de la silla. Ahí se quedaron las dos, quietas, viendo pasar a la gente por la banqueta y a los autos transitar por la calle. Saqué de mi mochila: libreta y pluma. Abrí una página en blanco y escribí como título: "Cosas por hacer en la vida". Luego coloqué números en cada renglón: del uno al diez. Cerré los ojos y me puse a soñar: 

Pintaba, componía música, escribía narrativa literaria, poesía, teatro, guiones de cortometraje, realizaba planes para documentales, cine de un minuto, tocaba con un grupo... y de pronto: profetizaba. Sonreí. Me quedé quieto, con los ojos cerrados. Y entonces apareció una imagen en mi mente: El cielo enorme, profundo como el mar. Descendía de él un ángel gigante, fuerte, envuelto por lo que parecía neblina, con el arcoíris coronando sobre su cabeza, el cual descendía junto con él. Sus dos piernas eran dos columnas de fuego. Llevaba en su mano derecha un librito abierto que sostenía en la palma de la mano. 

Al descender, colocó su pierna derecha sobre del mar y el izquierdo sobre la tierra. Parecía estar sobre un nuevo continente: con una nueva tierra y un nuevo cielo. Clamó con gran voz, con un sonido que llenó a la tierra entera, como un rugido de león. ¿Estaba lleno de ira o descontento? Cuando su clamor se apagó dejando un leve eco, se escuchó el sonido de siete truenos, uno después del otro. Voces de ira del Cordero inmolado desde el inicio de los tiempos. Eran voces que parecían truenos. Abrí los ojos para escribir, pero una voz del cielo que vigilaba encima de mí me dijo: "Sella las cosas que los siete truenos han dicho, y no las escribas, hasta el fin de los Tiempos". Eran las voces de los siete pecados capitales. "Vuelve a cerrar los ojos", me dijo la voz que provenía del cielo. Así hice. Y volví a ver al ángel, quien elevando su mano izquierda al cielo: juró. Juró por el que vive por los siglos de los siglos, por el que, al ser destruido, creó los cielos y la tierra, y el mar, y las cosas que están en ellos, y todo lo que está sobre la tierra, y lo que vuela sobre el cielo y nada bajo el mar. Juró, pues, que el tiempo no sería más. Es decir, que el tiempo humano se detenía para la eternidad, y a la vez, el tiempo dubitativo había llegado, el de la Lamentación y el Juicio.

"En los tiempos de la voz del séptimo ángel", comenzó a decir, "cuando comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como el mismo Dios lo prometió y anunció a sus siervos los profetas". Entonces volví a abrir los ojos y miré al cielo, y he aquí que la voz del cielo volvió a dirigirse a mí, diciendo. "Vuelve a cerrar los ojos y ve y toma el librito que está abierto en la mano del ángel, quien tiene sus piernas como de fuego y se sostiene, con la derecha sobre el mar, y la izquierda sobre la tierra". Entonces cerré los ojos. Y vi al ángel y fui hacia él, como flotando en el aire. Cuando estuve junto a él, le pedí, por favor, el librito. Y él me dijo: "Toma y cómelo; y te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel". Le pregunté por qué sería aquello así, y me dijo: "Te será dulce en la boca, por el amor que profesa. Más te amargará el vientre, por el conflicto y la guerra que desatará". 

Entonces tomé el libro y lo leí y lo comí. Y fue dulce como la miel en mi boca; pero amargó mi vientre: Y el nombre del libro era: "El Corán". Y entonces el ángel me dijo: "Anuncia el Noble Corán: que es el pequeño librito. Para que quienes esperan al Convocador o Pregonero, aguarden un poco más. Porque escrito está: Corán 1: 6-7: "Dirígenos por la vía recta, la vía de los que Tú has agraciado, no de los que han incurrido en la ira, ni de los extraviados". (Palabras del Santo Traductor: Julio Cortés (J. C.).

Entonces el ángel volvió a dirigirse a mí, y me dijo: "Es necesario que profetices otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes". Abrí los ojos y el cielo aún estaba ahí, como la Tierra.

 

 



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