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El ocaso de otoño

El ocaso de otoño


Publicación:10-08-2025
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Soñé que vivía en la época de Edgar Allan Poe y sus pesadillas me perseguían

Entre sueños y pesadillas

Olga de León G.

Soñé que vivía en la época de Edgar Allan Poe y sus pesadillas me perseguían. Pobre niño-adolescente y hombre, ¡cuánto sufrió! 

Y, sin embargo, dulces poemas, escribió antes que sus cuentos de misterio y terror. Ese Cuervo enigmático y silente no es otro que su espíritu atormentado y dolido por la vida y sus desventuras. Nunca lo vi llorar, no obstante, su mirada se perdía entre las nubes de las sombras y la luz de su conciencia apagada a causa del alcohol, para no despertar sospechas sobre la autoría de sus historias tenebrosas, que parecieran dictadas en medio de los horrores ocurridos en el mismo instante de las muertes, todas anunciadas y algunas prematuras.

¿A dónde se fue Poe, a dónde sus padres y hermanos? El padre los abandonó, siendo él, el segundo hijo, aún muy pequeño, y su hermanita recién nacida. ¿Acaso no es este acto -por sí solo- ya una gran tragedia?

  Será que lo tétrico me persigue, o soy yo quien con algo semejante quiero empatar. Quiero quitarme los miedos a lo desconocido, a la oscuridad, a las tinieblas de la realidad como de la ficción o fantasía: “Tomar el toro por los cuernos” y sostenerme de ellos como si quisiera que su fuerza me empuje a vencer lo desconocido y armar una coraza impenetrable al miedo. Las sombras me asustan más que las figuras etéreas, volátiles e impalpables captadas a la luz de un día claro y brillante.

Quiso la suerte plantarme en medio de un crimen sin resolver, que investiga toda la familia y algunos amigos y cercanos conocidos. Quien podría -quizás- resolverlo en el camino al final de esta historia es el mismo Poe, o acaso, ¿ya lo resolvió hace más de un siglo? Mis sueños son míos, las historias son de él.

Desperté descansada y con cierta alegría dibujada en el rictus de mis labios aún sin pronunciar palabra alguna. Estaba ahora en otro país, en otra casa, en otro mundo y otro tiempo diferente del que me fui, cuando visité la memoria de Allan Poe. Era un mundo nuevo y lejano de mí y de mis historias relatadas.

La vida nos da vivencias que a ratos nos sorprenden; pero, los sueños, esos nos acercan o nos alejan de la comprensión de la realidad, la que vertimos en palabras en cualquier página que antes fue blanca. Esto dije a una mujer a mi lado que me veía golpear con la yema de mis dedos el teclado de una máquina. Y, definitivamente, creo que nada duele tanto como la incomprensión y la ofensa cometida entre y contra nuestros seres queridos. Pareciera que adivine sus pensamientos, pues no se contuvo y soltó de su dolido corazón: “Los hijos, esos seres que amamos por encima de todo y de cualquiera, por qué nos castigan con sus hirientes palabras…”, me dijo de pronto esa madre atribulada, una mujer de más de sesenta años que me sintió su amiga. ¿Será, continuó, que no se percatan, no piensan en ese momento que, el látigo que levantan contra un padre o una madre, más temprano que tarde con él mismo serán fustigados ellos por sus propios hijos? No obstante, -pensaba yo- con o sin razón real o aparente, quienes ofenden a sus padres, quedarán marcados como malos hijos…Y, se borrará todo lo bueno que hayan hecho antes del maltrato a su padre o madre. “Por mis hijos, siguió diciéndome la madre llorosa, oro a diario y pido a Dios, su misericordia: porque no saben lo que hacen, los siegan rencores añejos”. La vida es tan corta, le dije yo, y ver que la desperdician con odios y rencores fatuos, es desesperante e insólito.

Tuve un sueño despierta, con los ojos bien abiertos, soñé que soñaba que vivía en el siglo pasado, cuando Allan Poe aún vivía. Y soñé que me contaba, antes de morir, su fantasía sobre la Rue Morgue… entonces, fue cuando yo imaginé a hijos convertidos en malvados castigadores del padre… Qué enredos se hacen con los sueños y lo que hemos leído.

No sé cuánto tiempo habrá transcurrido entre la primera vez que me desperté y la segunda y tercera; sí, fueron tres regresos a la realidad y muchos sueños entremezclados con “El corazón delator”, y otros cuentos de Poe, además de dos relecturas de su poema, “El cuervo”.

Me encanta Poe, en efecto, pienso como sus mejores críticos que es el escritor que fue, desde sus inicios, maestro de la prosa y la narrativa corta; además de excelso poeta. Como con Juan Rulfo, se habla de antes de y después de: los maestros de la narrativa, cada uno en su propia lengua. Sí los amo a ambos, pero a Allan Poe no debo leerlo o mejor dicho releer ninguno de sus cuentos de horror, en la noche: “tengo corazón de pollo”. Sufro y puede sucederme nuevamente: invento historias en mis sueños que me asustan y no me dejan dormir tranquila ni de corrido.

El escarmiento

Carlos A. Ponzio de León

Salí del café a las once de la noche. Esa era la hora en que mi esposa saldría del trabajo y tomaría un taxi al departamento, donde nos encontraríamos arribando aproximadamente a la misma hora, yo minutos más, minutos menos. Ella laboraba en una oficina gubernamental. Yo era estudiante de maestría. Vivíamos al sur, en la Ciudad de México. Tendríamos unos veintitrés años. 

Pero aquella no era la rutina. Normalmente le marcaba a las nueve de la noche, desde un teléfono público cercano al café donde yo me metía a estudiar, para preguntarle si estaba a punto de salir. Si la respuesta era afirmativa, yo tomaba un microbús al edificio donde trabajaba y la esperaba en el vestíbulo. De ahí tomábamos un taxi que nos dejaba en el departamento.

Pero aquel día fue distinto. En su oficina debían hacer una entrega urgente esa misma noche, un asunto que había requerido el Secretario. Así es que, a las nueve de la noche, volví al café y seguí estudiando hasta las once de la noche, hora en que ella había estimado, acabaría. Ya no había microbuses hacia su trabajo, así es que caminé directo al departamento. Salí de Perisur y crucé Avenida Insurgentes para seguir sobre Avenida Del Imán y doblé en calle Céfiro para tomar finalmente Avenida Pedregal de Carrasco. Allí encontré a un grupo de jóvenes, cinco o seis, quienes caminaban esparcidos, cargando cartones de cervezas. Saludé y trabé amistad. Acepté la invitación para seguirlos al departamento de un cubano que visitaba nuestro país haciendo una maestría en física en la UNAM. Su tesis la dirigía un premio Nobel que visitaba la universidad.

En su departamento comenzamos hablando sobre el cine de Tomás Gutiérrez Alea, no tanto sobre Memorias del Subdesarrollo como sobre Fresa y Chocolate, que era la película que se había estrenado en esos años y que había logrado cierta atención masiva, en comparación con otros de sus trabajos. A mí me estremecían sus close-ups. La plática se extendió toda la noche. Hablamos y hablamos y hablamos. Al cubano le llamaba la atención que tuviera entre sus invitados a un economista con cierta cultura y a mí, que él estudiara un área tan difícil. Al amanecer, quedamos el cubano y yo de tomar un café al día siguiente, en la Fuente de Sodas del Sanborns de Perisur. Nos despedimos y yo continué el camino que había interrumpido rumbo a mi departamento. Arribé a las siete de la mañana. Mi mujer todavía estaba en la cama. Me metí bajo las cobijas y la desperté sin querer. “¿Vienes llegando?”. “Conocí a unos amigos en el camino. Me invitaron a su fiesta”. Fue todo. Ella se levantó para arreglarse e irse al trabajo. Yo dormí.

No era extraño que yo me desvelara toda lo noche platicando con amigos. En el departamento donde vivíamos, solían realizarse las fiestas épicas de mi generación de El Colegio de México. Nos amanecía bebiendo y conversando. Al brillar el sol, nos íbamos a desayunar al Sanborns de Perisur. Nos despedíamos almorzados

Por la tarde de aquel desvelado día, me encontré con el estudiante de física. Pensé que la plática sería interesante; sin embargo, sin el alcohol y la noche vigilándonos, fue una plática, más bien, un poco sosa, con pocas aspiraciones. Pero al final, antes de pedir la cuenta, dijo algo que guardaría en la memoria el resto de mi vida: “Lo importante es cambiar de carril en el momento adecuado”.

Me dejó pensando. ¿Había él cambiado de carril alguna vez en la vida? ¿Por qué me lo decía a mí, que estaba dispuesto a entregar mi vida por el estudio de la economía? ¡Jamás la dejaría!

La vida siempre nos da sorpresas.

Jamás imaginé que, efectivamente, algún día intentaría dejar la economía por la composición musical y la práctica de las artes. Me tragaría todo el encanto y el desencanto de la historia del egresado fracasado de Harvard. ¡Cuántas expectativas no habría levantado en mis días de estudiante! ¡Un día llegaría a firmar billetes y monedas, o haría presupuestos nacionales! Pero nada de eso, porque me tocaría llevar la vida de un agente secreto, acompañante de Batman y Superman, creador y salvaguarda de la vida eterna, guardián del arte y verbo de Dios.

“Charlie, diles así y asá: Dejen de comer tanto, porque si no le gustan al Charlie, se van a quedar esperando. ¡Felices fiestas!”.

“Para quienes obren bien, lo mejor y más. Ni el polvo ni la humillación cubrirán sus rostros. Esos morarán en el Jardín eternamente”. (Corán 10:26).

“Así se ha cumplido la sentencia de tu Señor contra los perversos: no creerán”. (Corán 10:33).

 

 



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