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El adiós a Hernán Lara Zavala

Publicación:23-03-2025
TEMA: #Agora
Su voz afectuosa, su disposición a la alegría y sus maneras siempre finas aún resuenan en mis oídos. Ese era Hernán, el amigo
Su voz afectuosa, su disposición a la alegría y sus maneras siempre finas aún resuenan en mis oídos. Ese era Hernán, el amigo
Era 1994 y por primera vez fui invitada a un Encuentro de escritores. Hernán Lara Zavala desde la Coordinación de Literatura de Difusión Cultural de la UNAM me llamó para invitarme al que organizaba con José Agustín en Cuautla. El pasado 15 de marzo presentamos en la Feria del Libro de Coyoacán (FILCO) la nueva edición de La tumba, primera novela de José Agustín a los 16 años, con entrevistas de familiares, y estudiosos, unas horas después recibíamos la triste noticia que, tras dos meses de lucha por la supervivencia, fallecía el querido amigo y admirado escritor, Hernán Lara Zavala.
Hacía unos días había cumplido 79 años. Aída, su esposa, en su manera sabia de encarar la realidad y el dolor de la pérdida, compartió esa noche que Hernán no deseaba tener 80 años.
Como pocos, Hernán Lara Zavala fue un escritor generoso con quienes estábamos tomando el camino. Aquel encuentro en Cuautla para participar en la conversación y compartir escritos fue el primero de muchas muestras de apoyo, amistad y afecto. Estaré siempre agradecida porque como bien dice el marino que reconoce la pasión de su sobrina pianista en el cuento de Cary Kerner (publicado en la revista El cuento hace muchos años, descubrimiento del gran Valadés) se necesita un piloto para llegar a puerto. Los escritores hemos necesitado esas lanchas piloto. Experto en letras inglesas que era su área de docencia en la UNAM, un día me obsequió un libro suyo porque, me dijo, hay una cuentista irlandesa que se llama Mary Lavin, y es muy buena. Lo leí, lo atesoro y Hernán y yo conversamos sobre aquellos cuentos porque seguramente a mí también me corre sangre celta por las venas. Gran novelista y cuentista: Península, península es ya un clásico imperdible y multipremiado, Charras fue su huella literaria en 1990, ambas ocurren en su natal Yucatán. El guante negro reúne cuentos con ese estilo elegante y maestro en el dominio del género al cual se acercó también desde el ensayo en su valioso texto: "Por una geometría del cuento", recogido por Lauro Zavala —coincidencias en el apellido— en el primer tomo de Teorías de los cuentistas (faro en la comprensión del cuento). La prisión del amor es un gozo literario.
Poco antes de que me invitara a presentar con Rosa Beltrán y Gonzalo Celorio, su gran amigo, —quienes habíamos compartido espléndidos días en el Encuentro de escritores Hispanoamericanos en La Palma, Canarias— su novela de crecimiento: El último carnaval, conversamos en casa sobre sus planes para con los estudiantes: analizarían El cuarteto de Alejandría de Lawrence Durell. Los presentes dijimos que la releeríamos y luego comentaríamos. Su entusiasmo por autores como James Joyce, Malcolm Lowry, Joseph Conrad, Ian McEwan, William Trevor y Juan García Ponce, su paisano, se plasmaron en artículos y conversaciones imborrables. Gozaba la mesa y las prolongadas conversaciones.
La última vez que escuché su voz fue después del ciclo "Protagonistas de la literatura" en el que participé, "Monique no voy a poder ir pero te quiero hacer una comida cuando tú digas y con quienes tú quieras". Su voz afectuosa y cercana, su disposición a la alegría y sus maneras siempre finas aún resuenan en mis oídos. Ese era Hernán, el amigo. Invitada con un texto a la Guía del buen bebedor que él coordinó, cuando brindábamos y yo alzaba mi caballito tequilero, Hernán recordaba el título del mío. "El tequila que bebe una mujer." A mano alzada digo, Salud, querido Hernán. Nos harás mucha, mucha falta.
« Mónica Lavín »