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Opinión Editorial


Exceso de vocabulario hispanoamericano


Publicación:19-08-2025
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"Novela escrita muy bien, como es habitual en Vargas Llosa, aunque abundan los anglicismos y haya un exceso de vocabulario hispanoamericano"

La reciente muerte de Mario Vargas Llosa ha comenzado a desbrozar el camino y a hacer notoria la bifurcación que aleja (y alejará cada vez más) a la figura pública de su producción literaria. La separación nunca será total, lo sabemos de sobra; la distancia, sin embargo, es necesaria para aquilatar su legado narrativo. El tiempo deslindará, entre sus papeles, lo que permanecerá como obra literaria de lo que quedará en el cajón de los documentos, sin negar la importancia de ambos: para muchos esos artículos desafortunados, esas polémicas innecesarias, son o serán  textos valiosos.  A mí me gustaría, en todo caso, regresar al momento de la escritura de Conversación en La Catedral: ese largo periodo creativo que abarcó la segunda mitad de la década del sesenta, y se enmarcó en el proceso de consolidación del llamado Boom latinoamericano. Me refiero, en específico, al quinquenio en donde se publicaron obras como Cien años de soledad, cambio de piel  y El obsceno pájaro de la noche entre muchas otras.

            Luego de la aparición de La ciudad y los perros en 1963 y de la redacción de La casa verde, Vargas Llosa comenzó a elucubrar una nueva historia. En una carta al peruanista y traductor  alemán Wolfgang  Luchting, fechada desde Londres el 26 de enero de 1966, Vargas Llosa  le explicaba que "mientras trabajaba en esa novela [se refiere a La casa verde] descubrí algo, una posibilidad nueva, que hay que investigar y perfeccionar mucho aún, una técnica o, más bien, un estilo capaz de entrar en la realidad por muchos niveles a la vez, sin que se note el traslado, capaz de pasar de las conciencias a los actos, del pasado al futuro, de los hechos a las sensaciones o a los mitos; sin que se produzca una ruptura".  Durante mucho tiempo, el autor designaría su "work in progress" como "la novela del guardaespaldas", agregando una clara delimitación del contexto: los ocho años de la dictadura de Manuel Odría (1948-1956).

            La gestación de la novela fue laboriosa, a ratos tortuosa, e implicó la reescritura incesante y la edición sin piedad: "Tenía ya terminada Conversación en La Catedral, pero, con muy buen olfato, esperé un tiempo antes de enviársela a Barral, y después descubrí que estaba enferma de elefantiasis. Me he puesto a castigar sin contemplaciones al desaforado retórico que llevo en el cuerpo, y convertiré los cuatro tomos en dos..." le confesaba el autor al crítico Abelardo Oquendo en una misiva fechada  el 13 de noviembre de 1968.  Mientras Occidente celebraba y se rendía al desbordamiento imaginativo de Cien años de soledad, Vargas Llosa entretejía historia, política y biografía en una conversación infinita, entablada en  un antro limeño de mala muerte,  entre el joven periodista Santiago Zavala y el chófer y guardaespaldas Ambrosio.  Novela de formación, novela del dictador (o, mejor dicho,  de la dictadura), novela policial (del policial latinoamericano, donde no hay ni buenos ni malos, sólo la presencia omnipotente de la corrupción), novela testimonio. La lista podría avanzar todavía más y llegar a los fangosos terrenos de la biopolítica o de la necropolítica, como se dice ahora. Zavalita dejó a su familia burguesa, abandonó los estudios de Derecho, abdicó a su activismo político y terminó ingresando al diario La Crónica: "hay que ser loco para entrar a un diario si uno tiene algún cariño por la literatura, Zavalita", le había advertido su compañero de trabajo Carlos, y, sin embargo, ese era el único lugar de enunciación posible para contar una realidad que era mucho más compleja que cualquier ficción.

            Antes de su publicación, en la versión "reducida" de dos tomos,  por la editorial Seix Barral en 1969, el manuscrito definitivo pasó por la censura franquista, en cuyo informe oficial se dejó constancia de lo siguiente: "Novela escrita muy bien, como es habitual en Vargas Llosa, aunque abundan los anglicismos y haya un exceso de vocabulario hispanoamericano". El veredicto: condenada al "silencio administrativo". Por fortuna (o por burocracia), la pena no se cumplió.  Ochenta años antes, el español Juan Valera había acusado a Rubén Darío, tras la aparición de Azul..., de padecer "galicismo mental". En ambos casos, la insubordinación a la gramática y al colonialismo lingüístico alentaron dos de las revoluciones literarias que renovaron a las letras escritas en español. Conversación en La Catedral no es sólo una pieza magistral de experimentación formal, sino una declaración de derechos. 




« Víctor Barrera Enderle »