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Opinión Editorial


La elección judicial tamaleada


Publicación:02-06-2025
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Ayer, domingo 1 de junio de 2025, México se lanzó de cabeza a un experimento.

Ayer, domingo 1 de junio de 2025, México se lanzó de cabeza a un experimento que, según la presidenta Claudia Sheinbaum, es "histórico" y "de vanguardia". ¿De qué se trata? De elegir a la mitad de los jueces del país por voto popular, un espectáculo nunca antes visto en el mundo. La otra mitad, dicen, llegará en 2027. Suena bonito, ¿no? El pueblo decidiendo quién imparte justicia, como si estuviéramos en una asamblea sindical escogiendo al que organiza la rifa. Pero, ¡agárrense estimado lector y lectora!, porque esto no es tan romántico como parece. Sabemos que la elección judicial estuvo tamaleada y vamos a desmenuzar este tamal político hoja por hoja.

En teoría, que el pueblo elija a sus jueces suena a democracia pura, como si todos fuéramos a votar con una sonrisa y un café en la mano. Pero, ¿quién representa al pueblo? Los legisladores, esos que en el Congreso se pelean como en un mercadito. Ellos son los que, se supone, encarnan la voluntad popular. El Ejecutivo, por su parte, aplica las leyes, y el Judicial... bueno, ese debería resolver conflictos con base en la Constitución, no en aplausos o gritos de la tribuna. Los jueces no son influencers buscando likes; son técnicos del derecho, expertos que han pasado años sudando la camiseta en tribunales, no en mítines.

Entonces, ¿qué pasa cuando metes a las urnas a un poder que debería ser técnico y no político? Que el sistema se tambalea. México, con su presidencialismo de telenovela, siempre ha tenido un poder Ejecutivo que quiere ser el galán de la historia, opacando al Legislativo y al Judicial. Cuando llega un líder carismático, de esos que se creen reyes con corona de maíz, la cosa se pone fea. Hablamos de los populistas, esos que suben al poder con el voto, pero luego quieren ser amos y señores, destruyendo el equilibrio entre poderes como si fuera un castillo de naipes.

La jornada de ayer fue un circo de tres pistas. Morena, el partido que parece tener un imán para el poder, vio en esta elección judicial la oportunidad de oro para quedarse con todo. ¿Democracia? Más bien un monólogo donde el Ejecutivo da las órdenes y los otros poderes aplauden como focas entrenadas. La idea de que un partido hegemónico controle no solo el Legislativo, sino también el Judicial, es como dejar al lobo cuidando a las gallinas. Adiós contrapesos, hola autocracia.

Y no es que el sistema judicial anterior fuera una joya. Todos sabemos que la corrupción ha sido el pan de cada día en los tribunales mexicanos. Pero, ¿arreglamos un coche chocado cambiándole el chofer por un bufón? Elegir jueces por voto popular no garantiza justicia; solo asegura que los candidatos sean buenos para las selfies y los discursos populacheros. Ayer, mientras intentaba votar como foráneo (spoiler: no lo logré), me di cuenta de lo caótico que fue el proceso. Entre PDFs interminables del INE y una burocracia digital que parecía diseñada por un sádico, votar por un juez fue más difícil que encontrar un taco decente fuera de México.

Aquí va una confesión: soy comunista de corazón, pero no de los que aplauden dictaduras. Creí en la izquierda, en esa superioridad moral que, se supone, nos diferenciaba de los conservadores. Pero, ¡vaya decepción! En América Latina, la izquierda muchas veces termina siendo un club de dictadores wannabe. México, con su democracia joven, no necesitaba este experimento. La separación de poderes, esa idea que viene desde la Ilustración, es lo único que nos salva de caer en el autoritarismo. Y ayer, con esta elección, le dimos una patada al último contrapeso que le quedaba a Morena.

Pensemos en los hijos y nietos. ¿Queremos que crezcan en un país donde no hay libertad de expresión, donde los periodistas son perseguidos y las ONG tiemblan? Porque eso es lo que viene si el Ejecutivo se convierte en el rey sol. Ayer se perdió algo más que una elección; se perdió la esperanza de un sistema judicial independiente. Y sí, duele decirlo, pero la izquierda, mi izquierda, está liderando este desastre.

Volvamos a la jornada electoral. Intenté votar fuera de mi ciudad, y fue como tratar de descifrar un jeroglífico egipcio. Las páginas del INE, llenas de PDFs con perfiles de candidatos, eran un laberinto. ¿Quién tiene tiempo de leer 500 páginas para elegir a un juez? Mi hija Carolina me ayudó, pero ni con su paciencia logré entender por quién votar. Y luego están los famosos "acordeones", esas listas prefabricadas que la gente usa para no pensar. ¿Eso es democracia? Más bien es un reality show donde el que grita más fuerte gana.

El proceso fue tan complicado que dudo que muchos hayan votado con conocimiento de causa. Y ahí está el truco: cuando el sistema es un caos, el partido en el poder mete la mano. Morena no necesita hacer trampa descarada; solo necesita un proceso tan confuso que la gente vote por inercia o por el candidato con el mejor eslogan.

Lo peor de todo es que este nuevo sistema judicial podría ser un buffet para los criminales. Como decía el gran AMLO, "los delincuentes también son humanos". Claro, y ahora tendrán jueces amigos, comprados desde antes de sentarse en la silla. La corrupción no va a desaparecer; solo va a cambiar de traje. Antes, los jueces corruptos eran un problema; ahora, serán un diseño institucional. Si el Ejecutivo y el Legislativo no tienen quien los controle, ¿quién va a juzgar sus abusos? Nadie. Adiós justicia, hola impunidad.

No todo está perdido, aunque el panorama no es precisamente un campo de flores. La historia, como dijo Fidel Castro, juzgará. Pero no podemos esperar sentados a que nos absuelvan. Este nuevo sistema judicial, con sus jueces electos por el pueblo, debe ser vigilado. Si se vuelve más corrupto, más injusto, México pagará un precio muy alto. Los ciudadanos, los medios, las ONG, todos tenemos que estar atentos. Porque si algo nos enseña la historia, es que los experimentos populistas rara vez terminan bien.

Para cerrar, la elección judicial de ayer fue un salto al vacío. Puede que suene democrático, pero huele a autoritarismo disfrazado de tamal. México merece más que un circo de tres pistas; merece una democracia de verdad, con poderes equilibrados y justicia que no se venda al mejor postor. Así que, a seguir luchando, porque como dijo el gran filósofo de Güemes: "Si no hay justicia pa´l pueblo, que no haya paz pa´l gobierno".



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