Opinión Editorial


Entre el Altar y la herida abierta


Publicación:30-10-2025
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En México, la muerte tiene múltiples rostros: celebración y tragedia, mofa y llanto, advertencia y memoria

En México, la muerte tiene múltiples rostros: celebración y tragedia, mofa y llanto, advertencia y memoria.

El Día de Muertos y el de Todos los Santos —reconocido por la UNESCO desde 2003 como Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad— nos invita a recordar a quienes ya no están, a honrar su memoria y a mantener viva la presencia de nuestros seres queridos. Las ofrendas, la flor de cempasúchil y los altares, entre otras expresiones, son actos de cuidado y continuidad cultural, un puente entre generaciones y un recordatorio de nuestra historia compartida, fruto del encuentro entre tradiciones indígenas y españolas, que nos conecta con nuestros antepasados y con la memoria colectiva de nuestra comunidad. La conmemoración es una invitación a no caer en el olvido se nuestros difuntos.

Pero la muerte no habita únicamente en los altares ni en los panteones. También se manifiesta en la inseguridad, la impunidad y la vulnerabilidad que atraviesan millones de mexicanos.

En el transcurso de este 2025, las cifras preliminares apuntan a un acumulado de más de 33 mil homicidios dolosos, cerca de 90 víctimas diarias, mientras que hasta 9 de cada 10 casos permanecen impunes. Los feminicidios continúan en niveles alarmantes, con cientos de mujeres asesinadas, dejando familias devastadas y comunidades afectadas.

A este panorama se suman las personas halladas en fosas clandestinas, que desde 2006 superan las 10 mil víctimas identificadas, un sombrío testimonio de desapariciones forzadas y de la insuficiencia de la respuesta institucional. Cada hallazgo refleja el dolor de miles de familias que siguen buscando respuestas en un sistema lento, negligente o ausente.

Mientras encendemos velas en los altares, la realidad nos recuerda que muchas vidas no reciben justicia. La violencia nos arrebata sin ritual ni despedida, ya sea por el crimen cotidiano, la desaparición, o la falta de previsión ante desastres. Las decenas de personas fallecidas por las lluvias e inundaciones recientes en Veracruz, San Luis Potosí y otras regiones, pusieron al descubierto la fragilidad de nuestra infraestructura y la peligrosa exposición de nuestras comunidades ante la negligencia gubernamental.

Esta realidad nos confronta. Nos muestra lo mejor de nosotros —la cultura, la memoria, el respeto— y lo peor: la violencia, la impunidad y la falta de protección. Recordar a quienes se han ido es un gesto de amor, pero proteger y valorar la vida de los que permanecen es un imperativo urgente. No basta con ofrendar flores y pan de muerto; también debemos exigir justicia, derechos y seguridad.

Cuando la muerte es acompañada, iluminada y dignificada, cumple su papel dentro del ciclo humano. Cuando se ignora, se oculta o surge del abuso de poder, se convierte en una herida abierta en el tejido social que nos deshumaniza a todos.

Además de mirar al pasado, transformemos el presente. En este día de recordar y convivir con el otro lado, reafirmemos que la muerte ritual —la que dignifica— no puede verse opacada por la violencia cotidiana que desdibuja la vida. 

Que nuestras celebraciones tengan sentido también aquí y ahora. Hagamos de la tradición un motor de conciencia y exigencia social.

Porque honrar la memoria de los muertos exige también luchar por la vida de los que quedan

Leticia Treviño es académica con especialidad en educación, comunicación y temas sociales, leticiatrevino3@gmail.com





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