Banner Edicion Impresa

Opinión Editorial


¿Diferencias irreconciliables?


Publicación:18-06-2025
version androidversion iphone

++--

Toda religión y postura fundamentalista necesita de un dogma que delimite y separe a los buenos de los malos

Juegan con cosas que no tienen repuesto

Juan Manuel Serrat

Mi Dios es mejor que el tuyo, lero lero. ¡No! El mío es mucho más poderoso que el tuyo y además nosotros somos su pueblo elegido y él nos dará las fuerzas necesarias para luchar contra nuestros enemigos y finalmente acabar con ellos. Eso está por verse, nosotros tenemos un mejor ejército, armas más sofisticadas y además nuestro Dios es el verdadero Dios, quien está de nuestro lado, no del de ustedes; y estas tierras nos fueron dadas por él hace más tiempo…por los siglos de los siglos. ¡Vaya consecuencia declararse el preferido de Dios! In God we trust.

No es tan difícil imaginar un diálogo similar, sea con un registro alto o bajo, entre algunas personas religiosas, servidores públicos y empresarios.

Toda religión y postura fundamentalista necesita de un dogma que delimite y separe a los buenos de los malos, una noción de eugenesia e higiene social, por lo tanto, de una suspensión del juicio crítico que discrimine todas las variables en juego en un determinado asunto. 

Cosa curiosa, pero no imposible de entender del todo, es que en nuestro mundo del siglo XXI, se elija el extremo del fundamentalismo y su expresión violenta como una forma de tapar el agujero de la incertidumbre, en lugar de dar paso a una era por demás diferente basada en el reconocimiento de las diferencias y la participación responsable. Por el contrario, pareciera que, cada vez más, un gran número de personas, gobiernos y mercados prefieren la involución de la racionalidad y el respeto, con su emocionalidad exaltada, como posición utilitaria que justifique el ejercicio de cualquier tipo de política y estrategia rapaz y reaccionaria, inaugurando con ello una era del escándalo y la exclusión.

Ya lo decía Sigmund Freud en su ensayo Psicología de las masas y análisis del yo, ciertas personas cuando forman parte de una masa tienden a suprimir todo juicio crítico en pro del contagio afectivo siguiendo —ciegamente— a un líder. En ese sentido, lo obvio sería tomar distancia para poder ver y reflexionar lo que el líder de la masa está proponiendo, a fin de no sucumbir, por ejemplo, ante la vorágine de la pasión del odio al otro, entrar en el frenesí de la guerra.

El odio es una pasión con la que hay que tener mucho cuidado, ya que, quizás, más que el poder y el dinero, hace creer que lo que se plantea en dicho estado es totalmente verdadero y con un grado mayor si quien lo ejerce declara sentirse agraviado o en algún tipo de peligro, las consecuencias pueden ser terribles. 

El odio también puede cumplir otras funciones: ser una estrategia para negar una pérdida, el rechazo de un duelo, la supresión maniaca de la propia fragilidad, la frustración ante la imposibilidad de alcanzar el tan anhelado ideal, una respuesta ante la envidia, etc. Todas y cada una de ellas tienen en común el vacío, la pérdida y la imposibilidad, al tiempo que se hacen acompañar permanente por una pasión que exalta los ánimos proyectando fuera de sí lo más insoportable tanto de sí, como de la vida. 

Vivir bajo la pasión del odio es buscar permanentemente culpables, personas a quienes odiar a fin de no verse de manera critica a sí mimo/a, “odio, luego existo” es su mantra, “odio, luego no veo lo que soy”, “odio, luego no asumo mi responsabilidad”, “odio, luego soy siempre inocente”, “odio, luego me auto-condeno a nunca reconocer y a elaborar de una manera diferente, más creativa e irresponsable, eso propio insoportable de sí”.





« Camilo E. Ramírez Garza »