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Opinión Editorial


Culpar a las mujeres/culpar a los hombres


Publicación:30-07-2025
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Las personas que culpan constantemente a los demás buscan inconscientemente a quienes aceptan fácilmente la culpa, perpetuando un círculo tóxico.

Culpar a las mujeres/ culpar a los hombres, en fin, culpar al otro, al semejante, es una estrategia simple, muy básica, gracias a lo cual se crea una narrativa encaminada a localizar –cual chivo expiatorio—en el alguien más la fuente de todo mal; ¡oh, si tan sólo no existiera el otro o si tan sólo hiciera, o no hiciera, tal o cual cosa...entonces las cosas serían diferentes, mejores! No necesariamente.

Culpar al otro de las propias desgracias, desde el inicio, guarda una relación con una especie de doble ingenuidad: por un lado, quien culpa al otro se siente perfecto e inocente, busca "curarse en salud", mientras que, por otro lado, lo malo, el error y el defecto se proyectan en alguien más, en quien se cree es el único culpable. El psicoanálisis lo revela a cada instante, en la interacción humana no hay uno sin lo otro. La pregunta fundamental sería, qué hay allá, enfrente, qué también me concierne y viceversa, qué es "eso" que experimento como insoportable, que además no logro reconocer y asumir como propio y que, en un intento por desafectarme, vivo como si fuera una característica de alguien más, del otro, y que por más que se cambia de escenario y personas, siempre se encuentran (eligen) a los mismos personajes.

Con frecuencia, las personas que viven encarando las propias angustias delegando en alguien más la responsabilidad y la culpa de lo que les sucede, siempre necesitan estar cercanas a personas que fácilmente se adjudiquen lo que les suponen, es decir, personas que asuman la culpa de manera muy fácil, precisamente por creer que lo que el otro dice de ellas automáticamente es cierto; quien tiene que proyectar sus miedos y angustias en culpa hacia el otro, a pesar de considerar permanentemente que está rodeado de idiotas, siempre se los busca, se los agencia, los mantiene cercanos, para entonces disponer de alguien a quien culpar. De lo contrario, si se quedaran solas, se darían cuenta de que no eran los otros, sino lo propio que era puesto, proyectado, en aquellos a quienes culpaban de todo. En ese sentido, para esas personas, tanto la soledad como la compañía se experimenta como algo insoportable: la compañía, debido a que todo lo relacionado con los demás se basa en una dependencia para desafectarse, a menudo les mueven pensamientos del tipo, "te odio porque te necesito, necesito que estés cerca para echarte la culpa de lo propio, pero al mismo tiempo, lo que representas y realizas me da coraje y envidia, porque mientras yo sólo te culpo, no crezco ni muevo un dedo en el camino de mi satisfacción personal, te envidio, desearía ser tú, pero eso implicaría que no puedo ser yo, porque en realidad no sé quien soy." Entre muchos otros. Y la soledad se vuelve algo insoportable debido a no tener a la mano alguien a quien culpar, situación que, intentan resolver, culpando a las personas de sus recuerdos, rumiando la queja y el coraje en su pensamiento, precisamente porque cumple una función.

En resumen, culpar al otro, pasa por una lógica de deshacerse de la propia angustia, al tiempo que se da un "baño de virtud", no hace más que pausar el cambio, la propia transformación, ya que si la culpa, el mal, están del lado de los demás, entonces quien deposita su queja en el otro, siente que está bien y no necesita cambiar absolutamente nada, permaneciendo en el ridículo de su terquedad, durmiendo el sueño de "yo estoy bien así como soy y punto", un verdadero absurdo que no posibilita ni expande los horizontes de vida, sino los reduce a la repetición de lo mismo.




« Camilo E. Ramírez Garza »